Servicio, cercanía y coherencia: las claves de la autoridad de Jesús entre la gente, dice Francisco
¿Cómo era la autoridad de Jesús entre la gente? El Papa Francisco da tres claves en su homilía del martes 10 de enero en la residencia Santa Marta: su autoridad se basaba en el servicio, la cercanía y la coherencia.
Muy distinta era, comentó el Papa, la autoridad de los fariseos. Según el Pontífice, la autoridad de Jesús era real, mientras que la de los fariseos era solo formal. Mientras Jesús “enseñaba con humildad” y dice a sus discípulos que “el más grande sea como aquel que sirve: se haga el más pequeño”, los fariseos se sentían príncipes.
“Jesús servía a la gente, explicaba las cosas de forma que la gente las entendiera bien. Estaba al servicio de las personas. Tenía una actitud de servidor, y eso le daba autoridad”.
El Papa añadió: “Por el contrario, las personas escuchaban y respetaban a los doctores de la ley, pero no sentían que tuvieran autoridad sobre ellos, porque tenían unas maneras de príncipes: ‘Nosotros somos los maestros, los príncipes, y nosotros les enseñamos a ustedes. No somos sus servidores: nosotros mandamos, ustedes obedecen’. Jesús nunca se hizo pasar por un príncipe, siempre era el servidor de todos, y esto es lo que le daba autoridad”.
Estar cerca de la gente
Es estar cerca de la gente lo que, en efecto, confiere autoridad. La cercanía es, por lo tanto, la segunda característica que diferencia la autoridad de Jesús de la de los fariseos. “Jesús no tenía alergia a la gente: tocar a los leprosos, a los enfermos, no le producía repugnancia” – explicó Francisco – mientras los fariseos despreciaban a “la pobre gente ignorante”, y les gustaba pasear por las plazas, bien vestidos:
“Estaban separados de la gente, no eran cercanos; Jesús estaba sumamente cerca de la gente, y esto le daba autoridad. Aquellos separados, estos Doctores tenían una psicología clerical: enseñaban con una autoridad clerical, o sea con el clericalismo. A mí me gusta mucho cuando leo acerca de la cercanía a la gente que tenía el Beato Pablo VI. En el número 48 de la Evangelii Nuntiandi se ve el corazón del pastor cercano: está allí la autoridad de aquel Papa, la cercanía. Primero: servidor, de servicio, de humildad: el jefe es aquel que sirve, que voltea todo, como un iceberg. Del iceberg se ve la cúspide; en cambio Jesús da un vuelco y el pueblo está arriba y Él, que manda, está debajo y desde abajo manda. Segundo: cercanía”.
Vivir lo que predicas
Pero hay un tercer punto que caracteriza la autoridad de Jesús en comparación con la de los escribas que es la coherencia. Jesús “vivía lo que predicaba”: “Había como una unidad, una armonía entre lo que pensaba, sentía y hacía”. Mientras quien se siente príncipe tiene “una actitud clerical”, o sea, hipócrita, dice una cosa y hace otra:
“En cambio, esta gente no era coherente y su personalidad estaba dividida hasta el punto de que Jesús aconseja a sus discípulos: “Hagan aquello que les dicen, pero no aquello que hacen”. Decían una cosa y hacían otra. Incoherencia. Eran incoherentes. Y el adjetivo que tantas veces Jesús les dice a ellos es hipócrita. Y se comprende que uno que se siente príncipe, que tiene una actitud clerical, que es un hipócrita, ¡no tiene autoridad! Dirá les verdades, pero sin autoridad. En cambio Jesús, que es humilde, que está al servicio, que es cercano, que no desprecia a la gente y que es coherente, tiene autoridad. Y ésta es la autoridad que siente el pueblo de Dios”.
El caso del Buen Samaritano
Para confirmar esto, el Papa recordó la parábola del Buen Samaritano. Delante del hombre dejado medio muerto en el camino por los bandidos pasa el sacerdote y se va, quizás porque había sangre y pensó que si lo hubiese tocado, se convertiría en impuro, pasa el levita y, dice el Papa, “creo que pensase” que si se hubiese involucrado tendría que ir a los tribunales para dar testimonio y tenía tantas cosas que hacer. También él se va.
Al final llega un samaritano, un pecador, que en cambio tiene piedad. Pero también hay otro personaje, el hostelero, que se maravilla no por el asalto de los bandidos, porque era una cosa que sucedía normalmente en ese camino, no por el comportamiento del sacerdote ni del levita, porque los conocía, sino por lo del samaritano. El estupor del hostelero frente al samaritano: “Pero, éste está loco”, “no es hebreo, es un pecador”, podía pensar. Es como el estupor de la gente del Evangelio del día frente a la autoridad de Jesús: una autoridad humilde, de servicio”, “una autoridad cercana a la gente” y “coherente”.
Muy distinta era, comentó el Papa, la autoridad de los fariseos. Según el Pontífice, la autoridad de Jesús era real, mientras que la de los fariseos era solo formal. Mientras Jesús “enseñaba con humildad” y dice a sus discípulos que “el más grande sea como aquel que sirve: se haga el más pequeño”, los fariseos se sentían príncipes.
“Jesús servía a la gente, explicaba las cosas de forma que la gente las entendiera bien. Estaba al servicio de las personas. Tenía una actitud de servidor, y eso le daba autoridad”.
El Papa añadió: “Por el contrario, las personas escuchaban y respetaban a los doctores de la ley, pero no sentían que tuvieran autoridad sobre ellos, porque tenían unas maneras de príncipes: ‘Nosotros somos los maestros, los príncipes, y nosotros les enseñamos a ustedes. No somos sus servidores: nosotros mandamos, ustedes obedecen’. Jesús nunca se hizo pasar por un príncipe, siempre era el servidor de todos, y esto es lo que le daba autoridad”.
Estar cerca de la gente
Es estar cerca de la gente lo que, en efecto, confiere autoridad. La cercanía es, por lo tanto, la segunda característica que diferencia la autoridad de Jesús de la de los fariseos. “Jesús no tenía alergia a la gente: tocar a los leprosos, a los enfermos, no le producía repugnancia” – explicó Francisco – mientras los fariseos despreciaban a “la pobre gente ignorante”, y les gustaba pasear por las plazas, bien vestidos:
“Estaban separados de la gente, no eran cercanos; Jesús estaba sumamente cerca de la gente, y esto le daba autoridad. Aquellos separados, estos Doctores tenían una psicología clerical: enseñaban con una autoridad clerical, o sea con el clericalismo. A mí me gusta mucho cuando leo acerca de la cercanía a la gente que tenía el Beato Pablo VI. En el número 48 de la Evangelii Nuntiandi se ve el corazón del pastor cercano: está allí la autoridad de aquel Papa, la cercanía. Primero: servidor, de servicio, de humildad: el jefe es aquel que sirve, que voltea todo, como un iceberg. Del iceberg se ve la cúspide; en cambio Jesús da un vuelco y el pueblo está arriba y Él, que manda, está debajo y desde abajo manda. Segundo: cercanía”.
Vivir lo que predicas
Pero hay un tercer punto que caracteriza la autoridad de Jesús en comparación con la de los escribas que es la coherencia. Jesús “vivía lo que predicaba”: “Había como una unidad, una armonía entre lo que pensaba, sentía y hacía”. Mientras quien se siente príncipe tiene “una actitud clerical”, o sea, hipócrita, dice una cosa y hace otra:
“En cambio, esta gente no era coherente y su personalidad estaba dividida hasta el punto de que Jesús aconseja a sus discípulos: “Hagan aquello que les dicen, pero no aquello que hacen”. Decían una cosa y hacían otra. Incoherencia. Eran incoherentes. Y el adjetivo que tantas veces Jesús les dice a ellos es hipócrita. Y se comprende que uno que se siente príncipe, que tiene una actitud clerical, que es un hipócrita, ¡no tiene autoridad! Dirá les verdades, pero sin autoridad. En cambio Jesús, que es humilde, que está al servicio, que es cercano, que no desprecia a la gente y que es coherente, tiene autoridad. Y ésta es la autoridad que siente el pueblo de Dios”.
El caso del Buen Samaritano
Para confirmar esto, el Papa recordó la parábola del Buen Samaritano. Delante del hombre dejado medio muerto en el camino por los bandidos pasa el sacerdote y se va, quizás porque había sangre y pensó que si lo hubiese tocado, se convertiría en impuro, pasa el levita y, dice el Papa, “creo que pensase” que si se hubiese involucrado tendría que ir a los tribunales para dar testimonio y tenía tantas cosas que hacer. También él se va.
Al final llega un samaritano, un pecador, que en cambio tiene piedad. Pero también hay otro personaje, el hostelero, que se maravilla no por el asalto de los bandidos, porque era una cosa que sucedía normalmente en ese camino, no por el comportamiento del sacerdote ni del levita, porque los conocía, sino por lo del samaritano. El estupor del hostelero frente al samaritano: “Pero, éste está loco”, “no es hebreo, es un pecador”, podía pensar. Es como el estupor de la gente del Evangelio del día frente a la autoridad de Jesús: una autoridad humilde, de servicio”, “una autoridad cercana a la gente” y “coherente”.
Comentarios