Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Las riquezas no dan seguridad y la codicia suele abrir la puerta a los otros pecados, avisa el Papa

Zenit/Radio Vaticana

En las homilías de la Residencia Santa Marta el Papa Francisco desgrana las Escrituras
En las homilías de la Residencia Santa Marta el Papa Francisco desgrana las Escrituras
Las riquezas acumuladas para uno mismo están en el origen de guerras, familias destruidas, pérdida de la dignidad. Así lo ha recordado el santo padre Francisco durante la homilía de la misa celebrada en Santa Marta en el viernes por la mañana.

Y así, ha añadido que “la lucha de cada día” es sin embargo administrar las riquezas que se poseen y las de la tierra “para el bien común”.

El Pontífice ha advertido que las riquezas no son “como una estatua”, estáticas, que no influyen en la vida de una persona. Las riquezas -ha asegurado- tienen la tendencia de crecer, moverse, tomar sitio en la vida y en el corazón del hombre.

Y si lo que empuja a ese hombre es el acumular, las riquezas le invadirán el corazón, que terminará “corrupto”, ha advertido Francisco. Sin embargo, lo que salva el corazón del hombre es usar la riqueza que se tiene “para el bien común”.

El Santo Padre ha hecho referencia al Evangelio del día, reflexionando sobre el pasaje en el que Jesús enseña a los discípulos esta verdad: “Dónde está tu tesoro, está también tu corazón”. Por lo tanto, les advierte, “no acumulen tesoros sobre la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban; acumulen sin embargo tesoros en el Cielo”.

Al respecto, ha asegurado que en “la raíz” del acumular está “la necesidad de seguridad”. Pero, "el riesgo de hacerlo solo para sí mismo y de hacerse esclavo es altísimo”.

El Papa lo ha explicado así: “al final estas riquezas no dan la seguridad para siempre. Es más, te abajan en tu dignidad. Y esto sucede en la familia: muchas familias divididas. También en la raíz de las guerras está esta ambición, que destruye, corrompe. En este mundo, en este momento, hay tantas guerras por avaricia de poder, de riquezas. Se puede pensar en la guerra en nuestro corazón”.

Al respecto ha advertido que la codicia es “un paso, abre la puerta: después viene la vanidad --creerse importante, creerse poderoso-- y al final, el orgullo. Y de allí todos los vicios, todos. Son pasos, pero el primero es este: la codicia, el querer acumular riquezas”.

Del mismo modo ha reconocido que “acumular es precisamente una cualidad del hombre” y que “hacer las cosas y dominar el mundo es también una misión”. Entonces “esta es la lucha de cada día: cómo gestionar bien las riquezas de la tierra, para que están orientadas al Cielo y se conviertan en riquezas del Cielo”, ha añadido.

A continuación, el Santo Padre ha reflexionado sobre las personas a las que el Señor bendice con las riquezas. “Lo hace administrador de esas riquezas por el bien común y por el bien de todos, no para el bien propio. Y no es fácil convertirse en un administrador honesto, porque siempre está la tentación de la codicia, del hacerse importante. El mundo te enseña esto y nos lleva por este camino. Pensar en los otros, pensar que eso que yo tengo está al servicio de los otros y que nada de lo que tengo lo llevaré conmigo. Pero si yo uso lo que el Señor me ha dado para el bien común, como administrador, esto me santifica, me hará santo”, ha explicado.

A propósito, el Papa ha indicado que a menudo se escuchan “muchas excusas” de las personas que pasan la vida acumulando riquezas. Por ello, el Santo Padre ha invitado a preguntarnos cada día: “¿Dónde está tu tesoro? ¿En las riquezas o en esta administración, en este servicio para el bien común?”

Finalmente, el Pontífice ha advertido que muchos tranquilizan su conciencia con la limosna y dan lo que les sobra. Administrar la riqueza -ha precisado- es un despojarse continuamente del propio interés y no pensar que estas riquezas nos darán la salvación. Acumular, sí, está bien. Tesoros sí, está bien: pero los que tienen precio en la ‘bolsa de valores’, la del Cielo.
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