«¿Quién eres tú para cerrar la puerta de tu corazón a alguien que quiere mejorar y volver a Dios?»
La Iglesia es la casa de Jesús, una casa de misericordia que acoge a todos, y por tanto no es un lugar del cual los cristianos puedan cerrar las puertas, ha avisado el Papa Francisco en la homilía matinal del martes en la casa Santa Marta.
La reflexión del Papa ha comenzado por el agua, protagonista de las lecturas litúrgicas del día. “El agua que sana”, la ha llamado Francisco, que comenta la descripción que el profeta Ezequiel hace del goteo que surge en el umbral del templo, que se convierte en el exterior en un torrente impetuoso y en cuyas aguas ricas de peces cualquiera podrá ser sanado.
Y el agua descrita de la piscina de Betzatà, descrita en el Evangelio, cerca de la cual hay un paralítico desde hace 38 años entristecido -y según Francisco también un poco “perezoso”- que no ha encontrado nunca la forma de hacerse sumergir cuando las aguas se mueven y por tanto buscar la sanación.
Así, el Papa ha explicado que Jesús sin embargo lo sana, y lo anima a “ir adelante”, pero esto desencadena la crítica de los doctores de la ley porque la sanación tuvo lugar un sábado. Una historia que sucede muchas veces también hoy.
De este modo, el Pontífice ha indicado que “un hombre, una mujer, que se siente enfermo en el alma, triste, que ha cometido muchos errores en su vida, y en un cierto momento siente que las aguas no se mueven, está el Espíritu Santo que mueve algo, o escucha una palabra o… ‘Ah, ¡yo quisiera ir!’... Y tiene coraje y va”.
Y cuántas veces hoy --ha advertido-- en las comunidades cristianas se encuentran las puertas cerradas. ‘Pero tú no puedes, no, tú no puedes. Tú te has equivocado aquí y no puedes. Si quieres venir, ven a misa el domingo, pero quédate ahí, no hagas más’.
Por eso, el Santo Padre ha observado que a veces lo que hace el Espíritu Santo en el corazón de las personas, lo destruyen los cristianos con psicología de doctores de la ley.
Nuevamente, ha recordado que la Iglesia tiene siempre las puertas abiertas. “Es la casa de Jesús y Jesús acoge. Pero no solo acoge, va a encontrar a la gente como fue a buscar a este. Y si la gente está herida, ¿qué hace Jesús? ¿Le regaña por estar herida? No, va y lo carga sobre los hombros. Y esto se llama misericordia. Y cuando Dios regaña a su pueblo -’Misericordia quiero, no sacrificios’- habla de esto”, ha explicado el Papa.
A continuación, ha preguntado: “¿quién eres tú para cerrar la puerta de tu corazón a un hombre, a una mujer que quiere mejorar, volver al pueblo de Dios, porque el Espíritu Santo ha tocado su corazón?”.
Así, Francisco ha pedido que la Cuaresma ayude a no cometer el error de quien desafió el amor de Jesús hacia el paralítico solo porque era contrario a la ley.
Al concluir la homilía, el Papa ha invitado a pedir al Señor en la misa “por nosotros y por toda la Iglesia”, o sea “una conversión hacia Jesús, una conversión a Jesús, una conversión a la misericordia de Jesús. Y así la ley será plenamente cumplida, porque la ley es amar a Dios y al prójimo, como a nosotros mismos”.
La reflexión del Papa ha comenzado por el agua, protagonista de las lecturas litúrgicas del día. “El agua que sana”, la ha llamado Francisco, que comenta la descripción que el profeta Ezequiel hace del goteo que surge en el umbral del templo, que se convierte en el exterior en un torrente impetuoso y en cuyas aguas ricas de peces cualquiera podrá ser sanado.
Y el agua descrita de la piscina de Betzatà, descrita en el Evangelio, cerca de la cual hay un paralítico desde hace 38 años entristecido -y según Francisco también un poco “perezoso”- que no ha encontrado nunca la forma de hacerse sumergir cuando las aguas se mueven y por tanto buscar la sanación.
Así, el Papa ha explicado que Jesús sin embargo lo sana, y lo anima a “ir adelante”, pero esto desencadena la crítica de los doctores de la ley porque la sanación tuvo lugar un sábado. Una historia que sucede muchas veces también hoy.
De este modo, el Pontífice ha indicado que “un hombre, una mujer, que se siente enfermo en el alma, triste, que ha cometido muchos errores en su vida, y en un cierto momento siente que las aguas no se mueven, está el Espíritu Santo que mueve algo, o escucha una palabra o… ‘Ah, ¡yo quisiera ir!’... Y tiene coraje y va”.
Y cuántas veces hoy --ha advertido-- en las comunidades cristianas se encuentran las puertas cerradas. ‘Pero tú no puedes, no, tú no puedes. Tú te has equivocado aquí y no puedes. Si quieres venir, ven a misa el domingo, pero quédate ahí, no hagas más’.
Por eso, el Santo Padre ha observado que a veces lo que hace el Espíritu Santo en el corazón de las personas, lo destruyen los cristianos con psicología de doctores de la ley.
Nuevamente, ha recordado que la Iglesia tiene siempre las puertas abiertas. “Es la casa de Jesús y Jesús acoge. Pero no solo acoge, va a encontrar a la gente como fue a buscar a este. Y si la gente está herida, ¿qué hace Jesús? ¿Le regaña por estar herida? No, va y lo carga sobre los hombros. Y esto se llama misericordia. Y cuando Dios regaña a su pueblo -’Misericordia quiero, no sacrificios’- habla de esto”, ha explicado el Papa.
A continuación, ha preguntado: “¿quién eres tú para cerrar la puerta de tu corazón a un hombre, a una mujer que quiere mejorar, volver al pueblo de Dios, porque el Espíritu Santo ha tocado su corazón?”.
Así, Francisco ha pedido que la Cuaresma ayude a no cometer el error de quien desafió el amor de Jesús hacia el paralítico solo porque era contrario a la ley.
Al concluir la homilía, el Papa ha invitado a pedir al Señor en la misa “por nosotros y por toda la Iglesia”, o sea “una conversión hacia Jesús, una conversión a Jesús, una conversión a la misericordia de Jesús. Y así la ley será plenamente cumplida, porque la ley es amar a Dios y al prójimo, como a nosotros mismos”.
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