Pastora Mira llegó incluso a cuidar al asesino de su padre y de uno de sus hijos
La guerrilla mató a su padre, a su marido y a dos hijos, ahora cuenta cómo ha conseguido perdonar
“En 2005, el Bloque Héroes de Granada, de los paramilitares, asesinó a Jorge Aníbal, mi hijo menor. Tres días después de haberlo sepultado, atendí, herido, a un jovencito y lo puse a descansar en la misma cama que había pertenecido a Jorge Aníbal. Al salir de la casa, el joven vio sus fotos y reaccionó contándome que era uno de sus asesinos y cómo lo habían torturado antes de matarlo. Doy gracias a Dios que, con la ayuda de Mamita María, me dio la fuerza de servirle sin causarle daño, a pesar de mi indecible dolor”.
Así comienza el testimonio de Pastora Mira García, y que recoge el portal Camino Católico, en el Encuentro de Oración por la Reconciliación Nacional en el Parque Las Malocas de Villavicencio durante la visita pastoral del Papa a Colombia en el mes de septiembre, y que se centró en la violencia que durante décadas ha sido un cáncer para el país, aún no enteramente resuelto.
Si por la mañana del día 8 de septiembre, el Papa Francisco beatificó como mártir (además del Cura de Armero, Pedro María Ramirez, asesinado por seguidores liberales en 1948) a Jesús Emilio Jaramillo, obispo de Arauca, asesinado por todavía activa guerrilla comunista del ELN (Ejército de Liberación Nacional) en 1989, por la tarde escuchó y aplaudió el testimonio de cuatro personas relacionadas con ese conflicto, como actores (guerrilleros o autodefensas) o como víctimas.
Uno de los testimonios más impactantes ante el Papa fue el de Pastora Mira García, una mujer católica que reiteradamente fue víctima de la violencia. De niña, Pastora perdió a su padre en un asesinato; y años después, se encargó de cuidar al asesino de este al encontrarlo anciano y abandonado.
Tiempo después, a causa de la guerrilla y los paramilitares, Pastora también perdió a su primer esposo y a su hija Sandra Paola.
“Todo este sufrimiento me ha hecho más sensible al dolor ajeno y, a partir de 2004, trabajo con las familias de las víctimas de desaparición forzada y con los desplazados”, relató al Papa Francisco.
A pesar de todo el sufrimiento, aún faltaba vivir un golpe más en su vida: el asesinato por parte de los paramilitares de su hijo menor, Jorge Aníbal. Después de tres días de su fallecimiento, la mujer atendió y alojó en su hogar a un joven, que herido, había llegado a pedir ayuda. Cuando el joven se recuperó, este le contó haber sido uno de los asesinos de su hijo.
“Doy gracias a Dios que, con la ayuda de Mamita María, me dio la fuerza de servirle sin causarle daño, a pesar de mi indecible dolor. Ahora coloco este dolor y el sufrimiento de las miles de víctimas de Colombia a los pies de Jesús Crucificado, para que se una al suyo y, a través de la plegaria de Su Santidad, sea transformado en bendición y capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia de las últimas 5 décadas en Colombia”, señaló la mujer.
En el video se visualiza y escucha como Pastora Mira contó su testimonio ante el Papa, cuyo texto completo transcribimos a continuación:
Santidad,
Me llamo Pastora Mira García, soy católica, viuda y, en varias ocasiones, víctima de la violencia. Cuando tenía 6 años, la guerrilla y los paramilitares no habían llegado todavía a mi pueblo: San Carlos, Antioquia. Mi padre fue matado. Años más tarde, pude cuidar a su asesino, quien, en ese momento, se había enfermado, era ya anciano y estaba abandonado.
Cuando mi hija tenía solo 2 meses, mataron a mi primer marido. En seguida, entré a trabajar en la inspección de policía, pero tuve que renunciar por las amenazas de la guerrilla y los paramilitares, que se habían instalado en la zona. Con muchos esfuerzos logré montar una juguetería, pero la guerrilla empezó a cobrarme vacunas, por lo cual terminé regalando las mercancías.
En 2001, los paramilitares desaparecieron a mi hija Sandra Paola; emprendí su búsqueda, pero encontré el cadáver solo después de haberlo llorado por 7 años. Todo este sufrimiento me ha hecho más sensible al dolor ajeno y, a partir de 2004, trabajo con las familias de las víctimas de desaparición forzada y con los desplazados.
¡Pero no todo estaba aún cumplido! En 2005, el Bloque Héroes de Granada, de los paramilitares, asesinó a Jorge Aníbal, mi hijo menor. Tres días después de haberlo sepultado, atendí, herido, a un jovencito y lo puse a descansar en la misma cama que había pertenecido a Jorge Aníbal. Al salir de la casa, el joven vio sus fotos y reaccionó contándome que era uno de sus asesinos y cómo lo habían torturado antes de matarlo. Doy gracias a Dios que, con la ayuda de Mamita María, me dio la fuerza de servirle sin causarle daño, a pesar de mi indecible dolor.
Ahora coloco este dolor y el sufrimiento de las miles de víctimas de Colombia a los pies de Jesús Crucificado, para que se una al suyo y, a través de la plegaria de Su Santidad, sea transformado en bendición y capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia de las últimas 5 décadas en Colombia. Como signo de esta ofrenda de dolor, depongo a los pies de la cruz de Bojayá la camisa que Sandra Paola, mi hija desaparecida, había regalado a Jorge Aníbal, el hijo que me mataron los paramilitares. La conservamos en familia como auspicio de que todo esto nunca más vaya a ocurrir y la paz triunfe en Colombia.
Dios transforme el corazón de quienes se niegan a creer que con Cristo todo puede cambiar y no tienen la esperanza de un país en paz y más solidario.
Así comienza el testimonio de Pastora Mira García, y que recoge el portal Camino Católico, en el Encuentro de Oración por la Reconciliación Nacional en el Parque Las Malocas de Villavicencio durante la visita pastoral del Papa a Colombia en el mes de septiembre, y que se centró en la violencia que durante décadas ha sido un cáncer para el país, aún no enteramente resuelto.
Si por la mañana del día 8 de septiembre, el Papa Francisco beatificó como mártir (además del Cura de Armero, Pedro María Ramirez, asesinado por seguidores liberales en 1948) a Jesús Emilio Jaramillo, obispo de Arauca, asesinado por todavía activa guerrilla comunista del ELN (Ejército de Liberación Nacional) en 1989, por la tarde escuchó y aplaudió el testimonio de cuatro personas relacionadas con ese conflicto, como actores (guerrilleros o autodefensas) o como víctimas.
Uno de los testimonios más impactantes ante el Papa fue el de Pastora Mira García, una mujer católica que reiteradamente fue víctima de la violencia. De niña, Pastora perdió a su padre en un asesinato; y años después, se encargó de cuidar al asesino de este al encontrarlo anciano y abandonado.
Tiempo después, a causa de la guerrilla y los paramilitares, Pastora también perdió a su primer esposo y a su hija Sandra Paola.
“Todo este sufrimiento me ha hecho más sensible al dolor ajeno y, a partir de 2004, trabajo con las familias de las víctimas de desaparición forzada y con los desplazados”, relató al Papa Francisco.
A pesar de todo el sufrimiento, aún faltaba vivir un golpe más en su vida: el asesinato por parte de los paramilitares de su hijo menor, Jorge Aníbal. Después de tres días de su fallecimiento, la mujer atendió y alojó en su hogar a un joven, que herido, había llegado a pedir ayuda. Cuando el joven se recuperó, este le contó haber sido uno de los asesinos de su hijo.
“Doy gracias a Dios que, con la ayuda de Mamita María, me dio la fuerza de servirle sin causarle daño, a pesar de mi indecible dolor. Ahora coloco este dolor y el sufrimiento de las miles de víctimas de Colombia a los pies de Jesús Crucificado, para que se una al suyo y, a través de la plegaria de Su Santidad, sea transformado en bendición y capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia de las últimas 5 décadas en Colombia”, señaló la mujer.
En el video se visualiza y escucha como Pastora Mira contó su testimonio ante el Papa, cuyo texto completo transcribimos a continuación:
Santidad,
Me llamo Pastora Mira García, soy católica, viuda y, en varias ocasiones, víctima de la violencia. Cuando tenía 6 años, la guerrilla y los paramilitares no habían llegado todavía a mi pueblo: San Carlos, Antioquia. Mi padre fue matado. Años más tarde, pude cuidar a su asesino, quien, en ese momento, se había enfermado, era ya anciano y estaba abandonado.
Cuando mi hija tenía solo 2 meses, mataron a mi primer marido. En seguida, entré a trabajar en la inspección de policía, pero tuve que renunciar por las amenazas de la guerrilla y los paramilitares, que se habían instalado en la zona. Con muchos esfuerzos logré montar una juguetería, pero la guerrilla empezó a cobrarme vacunas, por lo cual terminé regalando las mercancías.
En 2001, los paramilitares desaparecieron a mi hija Sandra Paola; emprendí su búsqueda, pero encontré el cadáver solo después de haberlo llorado por 7 años. Todo este sufrimiento me ha hecho más sensible al dolor ajeno y, a partir de 2004, trabajo con las familias de las víctimas de desaparición forzada y con los desplazados.
¡Pero no todo estaba aún cumplido! En 2005, el Bloque Héroes de Granada, de los paramilitares, asesinó a Jorge Aníbal, mi hijo menor. Tres días después de haberlo sepultado, atendí, herido, a un jovencito y lo puse a descansar en la misma cama que había pertenecido a Jorge Aníbal. Al salir de la casa, el joven vio sus fotos y reaccionó contándome que era uno de sus asesinos y cómo lo habían torturado antes de matarlo. Doy gracias a Dios que, con la ayuda de Mamita María, me dio la fuerza de servirle sin causarle daño, a pesar de mi indecible dolor.
Ahora coloco este dolor y el sufrimiento de las miles de víctimas de Colombia a los pies de Jesús Crucificado, para que se una al suyo y, a través de la plegaria de Su Santidad, sea transformado en bendición y capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia de las últimas 5 décadas en Colombia. Como signo de esta ofrenda de dolor, depongo a los pies de la cruz de Bojayá la camisa que Sandra Paola, mi hija desaparecida, había regalado a Jorge Aníbal, el hijo que me mataron los paramilitares. La conservamos en familia como auspicio de que todo esto nunca más vaya a ocurrir y la paz triunfe en Colombia.
Dios transforme el corazón de quienes se niegan a creer que con Cristo todo puede cambiar y no tienen la esperanza de un país en paz y más solidario.
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