Los Wolski, vencedores del alcoholismo, agradecidos y acogedores
«Cariño, ¿y si metemos 300 peregrinos de la JMJ en el jardín? Serán jóvenes amables y con fe...»
María Martínez, del semanario Alfa y Omega, desplazada a Cracovia para cubrir la Jornada Mundial de la Juventud, cuenta la historia de un matrimonio generoso, Robert y Malgorzata, que ha colocado a 300 jóvenes peregrinos en su jardín, con tiendas prestadas por el ejército y con un sistema de baños y agua aportado por ellos. Pero todo empezó cuando Robert decidió enfrentarse a su alcoholismo el día que murió San Juan Pablo II. Esta es la historia.
***
A Robert y Malgorzata Wolski les cambió la vida la muerte de Juan Pablo II. Ese 2 de abril, tirado en el sofá mientras su mujer seguía las noticias por televisión, él se dio cuenta de que tenía que salir del alcoholismo que lo había llevado al borde de la muerte. Lo consiguió, asegura, gracias a la intercesión del Papa polaco. La adicción fue «lo que nos acercó más a la Iglesia y el uno al otro».
El jardín y el prado que rodean la casa de Robert y Malgorzata, a las afueras de Cracovia, se convertirá en un pueblo en miniatura. 300 jóvenes alemanes y austríacos llenarán las 30 tiendas militares que el Ejército ha prestado a esta familia.
«Mi empresa de construcción se ha encargado de montar los baños, las duchas, y la cocina» –cuenta Robert a este semanario–. Al frente de la comida estará «mi mujer, con ayuda de una compañía de cáterin».
A su lado, Malgorzata comparte que lo que más los ha movido han sido sus peregrinaciones a Czestochowa con la parroquia de Bolechowiche. «Sabemos que es difícil encontrar alojamiento. A veces, la gente tiene miedo de a quién van a meter en casa. Nosotros, no. Estamos seguros de que van a ser jóvenes con fe y muy amables».
Gracias en buena parte a su generosidad, Bolechowiche, con solo 3.500 habitantes, acogerá a 900 jóvenes, el doble de lo que les pidió la organización.
Una decisión como la de este matrimonio no se improvisa. El coadjutor de su parroquia, el padre Mickal Kania, explica que los Wolski «son muy hospitalarios. Las fiestas de la parroquia son siempre en su casa, y se han implicado mucho en la capilla de adoración prolongada –de 8 a 17 horas cada día– que hemos puesto en marcha como preparación para la JMJ». Robert no le da importancia: «Podemos dedicar tiempo a los demás, no solo a nuestros hijos».
Los Wolski con el padre Michal Kania, su hija Carolina y su hijo Jakub
Cuando eran novios bajo vigilancia
La historia de su familia, que se fraguó en los tiempos de la caída del comunismo, es como la de tantas otras. Robert y Malgorzata se conocieron en Primaria. Ella venía de una familia de granjeros, y el padre de él trabajaba en la siderurgia.
A finales de los 80, cuando ella tenía 16 años y él 17, «la invité a mi casa, puse música romántica, le pedí que saliera conmigo… Y me dijo que no», recuerda él, riéndose. Un tiempo después, empezaron a salir, aunque «siempre teníamos que llevarnos a su hermano» de carabina. Tras seis años de noviazgo, «nuestros padres nos dijeron: “Todo el mundo habla de vosotros. Casaos, o dejadlo”. Claro, era un pueblo pequeño».
Se casaron en 1994, y unos años después llegaron Jakub y Karolina.
Malgorzata había estado de joven en el coro parroquial y en grupos de oración y Robert había sido monaguillo; pero al principio de su matrimonio su vida de fe se limitaba a la Misa de los domingos.
«Lo que nos acercó más a la Iglesia y el uno al otro –reconoce él– fue mi alcoholismo».
Esta adicción, que había comenzado cuando trabajaba como bombero, lo puso al borde de la muerte cuando sus hijos tenían 7 y 3 años, respectivamente. «Llegué a pesar 46 kilos, y mi hígado no funcionaba. Una vez, me ingresaron con tanto alcohol en sangre que necesité tres semanas, recibiendo transfusiones, para desintoxicarme. Los médicos decían que no había ninguna esperanza».
«Lo que más me ayudó fue la oración»
Robert prefiere que cuente la historia su mujer, que «era la que por aquel entonces estaba sobria y rezando para que Dios me devolviera a ella». Pero «fueron momentos tan duros» que ella, con los ojos húmedos, al principio solo acierta a decir: «Lo que más me ayudaba era la oración».
En seguida se repone, y cuenta cómo el 2 de abril de 2005 todo cambió. Juan Pablo II, el Papa polaco que siendo obispo de Cracovia había visitado su parroquia cuando ellos eran todavía niños, agonizaba. Mientras veía la televisión «recuerdo que pensé que él se estaba muriendo en el Vaticano, y mi marido se estaba muriendo en casa, tirado en el sofá, sin ser consciente de lo que pasaba a su alrededor».
Pero Robert era más consciente de lo que parecía: «En ese momento toqué fondo. Me di cuenta de que tenía que dejar de beber. Y lo conseguí». A partir de ese día, poco a poco, cambió. «Creo que la intercesión de Juan Pablo II le ayudó», confiesa su mujer.
Por eso, tiene un deseo para los jóvenes que van a participar en la JMJ, como sus hijos: «Espero que les ayude a tener fe en Dios y a seguirle, y a creer en el poder de la oración. Es lo que te ayuda en los momentos difíciles».
Lavabos para 300 en el patio de los Wolski
Este verano va a ser muy importante para Jakub, el hijo de Robert y Malgorzata. Antes de empezar la universidad el próximo curso, vivirá su primera JMJ como miembro del equipo responsable de su arciprestazgo.
«Tengo muchas ganas de experimentar el encuentro con el Papa Francisco, que puede enseñarnos a ser más humildes. La jornada es también un momento para hacernos la pregunta de qué es importante en nuestra vida, de qué queremos ser como cristianos». Él tiene dos sueños: estudiar Turismo en la Universidad Juan Pablo II, de Cracovia, para «ser guía en los santuarios de Polonia»; y, el más importante, «ser como mi padre: tener mi propia familia y ser feliz».
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A Robert y Malgorzata Wolski les cambió la vida la muerte de Juan Pablo II. Ese 2 de abril, tirado en el sofá mientras su mujer seguía las noticias por televisión, él se dio cuenta de que tenía que salir del alcoholismo que lo había llevado al borde de la muerte. Lo consiguió, asegura, gracias a la intercesión del Papa polaco. La adicción fue «lo que nos acercó más a la Iglesia y el uno al otro».
El jardín y el prado que rodean la casa de Robert y Malgorzata, a las afueras de Cracovia, se convertirá en un pueblo en miniatura. 300 jóvenes alemanes y austríacos llenarán las 30 tiendas militares que el Ejército ha prestado a esta familia.
«Mi empresa de construcción se ha encargado de montar los baños, las duchas, y la cocina» –cuenta Robert a este semanario–. Al frente de la comida estará «mi mujer, con ayuda de una compañía de cáterin».
A su lado, Malgorzata comparte que lo que más los ha movido han sido sus peregrinaciones a Czestochowa con la parroquia de Bolechowiche. «Sabemos que es difícil encontrar alojamiento. A veces, la gente tiene miedo de a quién van a meter en casa. Nosotros, no. Estamos seguros de que van a ser jóvenes con fe y muy amables».
Gracias en buena parte a su generosidad, Bolechowiche, con solo 3.500 habitantes, acogerá a 900 jóvenes, el doble de lo que les pidió la organización.
Una decisión como la de este matrimonio no se improvisa. El coadjutor de su parroquia, el padre Mickal Kania, explica que los Wolski «son muy hospitalarios. Las fiestas de la parroquia son siempre en su casa, y se han implicado mucho en la capilla de adoración prolongada –de 8 a 17 horas cada día– que hemos puesto en marcha como preparación para la JMJ». Robert no le da importancia: «Podemos dedicar tiempo a los demás, no solo a nuestros hijos».
Los Wolski con el padre Michal Kania, su hija Carolina y su hijo Jakub
Cuando eran novios bajo vigilancia
La historia de su familia, que se fraguó en los tiempos de la caída del comunismo, es como la de tantas otras. Robert y Malgorzata se conocieron en Primaria. Ella venía de una familia de granjeros, y el padre de él trabajaba en la siderurgia.
A finales de los 80, cuando ella tenía 16 años y él 17, «la invité a mi casa, puse música romántica, le pedí que saliera conmigo… Y me dijo que no», recuerda él, riéndose. Un tiempo después, empezaron a salir, aunque «siempre teníamos que llevarnos a su hermano» de carabina. Tras seis años de noviazgo, «nuestros padres nos dijeron: “Todo el mundo habla de vosotros. Casaos, o dejadlo”. Claro, era un pueblo pequeño».
Se casaron en 1994, y unos años después llegaron Jakub y Karolina.
Malgorzata había estado de joven en el coro parroquial y en grupos de oración y Robert había sido monaguillo; pero al principio de su matrimonio su vida de fe se limitaba a la Misa de los domingos.
«Lo que nos acercó más a la Iglesia y el uno al otro –reconoce él– fue mi alcoholismo».
Esta adicción, que había comenzado cuando trabajaba como bombero, lo puso al borde de la muerte cuando sus hijos tenían 7 y 3 años, respectivamente. «Llegué a pesar 46 kilos, y mi hígado no funcionaba. Una vez, me ingresaron con tanto alcohol en sangre que necesité tres semanas, recibiendo transfusiones, para desintoxicarme. Los médicos decían que no había ninguna esperanza».
«Lo que más me ayudó fue la oración»
Robert prefiere que cuente la historia su mujer, que «era la que por aquel entonces estaba sobria y rezando para que Dios me devolviera a ella». Pero «fueron momentos tan duros» que ella, con los ojos húmedos, al principio solo acierta a decir: «Lo que más me ayudaba era la oración».
En seguida se repone, y cuenta cómo el 2 de abril de 2005 todo cambió. Juan Pablo II, el Papa polaco que siendo obispo de Cracovia había visitado su parroquia cuando ellos eran todavía niños, agonizaba. Mientras veía la televisión «recuerdo que pensé que él se estaba muriendo en el Vaticano, y mi marido se estaba muriendo en casa, tirado en el sofá, sin ser consciente de lo que pasaba a su alrededor».
Pero Robert era más consciente de lo que parecía: «En ese momento toqué fondo. Me di cuenta de que tenía que dejar de beber. Y lo conseguí». A partir de ese día, poco a poco, cambió. «Creo que la intercesión de Juan Pablo II le ayudó», confiesa su mujer.
Por eso, tiene un deseo para los jóvenes que van a participar en la JMJ, como sus hijos: «Espero que les ayude a tener fe en Dios y a seguirle, y a creer en el poder de la oración. Es lo que te ayuda en los momentos difíciles».
Lavabos para 300 en el patio de los Wolski
Este verano va a ser muy importante para Jakub, el hijo de Robert y Malgorzata. Antes de empezar la universidad el próximo curso, vivirá su primera JMJ como miembro del equipo responsable de su arciprestazgo.
«Tengo muchas ganas de experimentar el encuentro con el Papa Francisco, que puede enseñarnos a ser más humildes. La jornada es también un momento para hacernos la pregunta de qué es importante en nuestra vida, de qué queremos ser como cristianos». Él tiene dos sueños: estudiar Turismo en la Universidad Juan Pablo II, de Cracovia, para «ser guía en los santuarios de Polonia»; y, el más importante, «ser como mi padre: tener mi propia familia y ser feliz».
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