Si no me detengo ante nadie, ¿no seré esclavo de mis planes?
El amor que me hace sabio y profundo es el que me hace capaz de pasar de mi mundo al mundo del otro, de la pasión por sentirme bien a la pasión por el servicio, de los engaños espirituales a la disponibilidad. Una persona que se deja llevar por el Espíritu Santo, está siempre disponible, deja que los demás le cambien los planes, sabe renunciar a sus propios proyectos. Porque el Espíritu Santo, si lo dejamos actuar, nos libera el corazón de tantas cosas para que estemos disponibles de verdad.
El ser humano sabio y profundo está liberado de estructuras, esquemas y agendas. En lugar de pensar y lamentarse por dentro diciendo: "Esta persona me está molestando", aprendió a decirse: "Esta persona me necesita".
Miremos a Jesús. Él iba caminando con un rumbo claro y con un proyecto importante. Parecía que no valía la pena que se detuviera en cosas pequeñas. Por eso, cuando un ciego le gritaba al lado del camino, los discípulos trataban de hacerlo callar, para que no interrumpiera al Maestro. Pero el maestro reaccionó como todo hombre sabio y profundo. Se detuvo. Él tenía sus proyectos. Pero se detuvo ante lo sagrado de un ser humano, y le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?" (Lucas 18,41).
¿Acaso Jesús no tenía cosas que hacer? Seguramente. Pero no estaba atado a una agenda ni a un horario intocable cuando se presentaba un ser humano con una necesidad. Él mismo dijo: "Yo no he venido a ser servido sino a servir" (Mateo 20,28). Hoy hay quienes están tan ocupados con la gimnasia, el tiempo de relajación, las lecturas espirituales, y tantas otras recetas para sentirse bien, que ya no les queda tiempo para detenerse ante nadie. Eso no es verdaderamente una persona llena del Espíritu Santo, sino un esclavo de sus necesidades psicológicas.