Quien arde de amor, de amor está herido...
Es maravilloso pensar que el corazón humano del Señor Jesús está lleno, repleto de la luz, del fuego, del agua del Espíritu Santo.
Y de ese Corazón sagrado, abierto por la lanza, brota para nosotros el manantial sublime del Espíritu.
Si leemos el Evangelio de Juan, allí nos encontramos a Cristo prometiendo saciar nuestra sed con el agua del Espíritu que brota de su ser (Juan 7,37-39).
Y luego, en la cruz, vemos que es el costado herido del Señor la fuente del agua viva (Juan 19,34).
Pero a la vez, el Espíritu que brota de ese Corazón, nos envuelve y nos hace entrar en el misterio de amor de ese Corazón que quema. San Buenaventura lo expresaba con intensa belleza:
"Tu corazón fue herido Señor, para que tuviéramos una entrada libre...
Y fue herido también para que por esa llaga visible pudiéramos ver la herida invisible del amor. Porque quien arde de amor, de amor está herido...
Abracémonos a nuestro amado...
Roguémosle que encienda nuestro corazón y lo ate con los dulces lazos de su amor, y que se digne herirlo con sus dardos quemantes...
Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer quien lo recibe; y nadie lo recibe sino el que lo desea, y nadie lo desea si no lo inflama en su intimidad el Espíritu Santo"
Y de ese Corazón sagrado, abierto por la lanza, brota para nosotros el manantial sublime del Espíritu.
Si leemos el Evangelio de Juan, allí nos encontramos a Cristo prometiendo saciar nuestra sed con el agua del Espíritu que brota de su ser (Juan 7,37-39).
Y luego, en la cruz, vemos que es el costado herido del Señor la fuente del agua viva (Juan 19,34).
Pero a la vez, el Espíritu que brota de ese Corazón, nos envuelve y nos hace entrar en el misterio de amor de ese Corazón que quema. San Buenaventura lo expresaba con intensa belleza:
"Tu corazón fue herido Señor, para que tuviéramos una entrada libre...
Y fue herido también para que por esa llaga visible pudiéramos ver la herida invisible del amor. Porque quien arde de amor, de amor está herido...
Abracémonos a nuestro amado...
Roguémosle que encienda nuestro corazón y lo ate con los dulces lazos de su amor, y que se digne herirlo con sus dardos quemantes...
Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer quien lo recibe; y nadie lo recibe sino el que lo desea, y nadie lo desea si no lo inflama en su intimidad el Espíritu Santo"
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