Donde hay amor hay juego, alegría, gozo, no hay tristeza
En el capítulo 8 del libro de los Proverbios se habla de la sabiduría celestial, y allí se dicen cosas muy bellas que podemos aplicar al Espíritu Santo.
Dice, por ejemplo, que cuando Dios creó el universo, él estaba allí: "Yo era todos los días su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo, jugando por el orbe de la tierra; y mis delicias están con los hijos de los hombres" (Proverbios 8,30-31).
Porque el Espíritu Santo es amor que procede del Padre, y se puede decir que donde hay amor hay juego, hay alegría, hay gozo, hay una relación que da felicidad, que nunca aburre, que nunca cansa, que no tiene lugar para la tristeza y la monotonía.
Pero el Espíritu juega por el orbe de la tierra, y se entretiene con nosotros. Porque él ha sido enviado al mundo, y encuentra gusto con nosotros, derramando bondad, sembrando esperanza, despertando cosas bellas. El Espíritu Santo es un artista feliz, que, en medio de nuestra miseria, realiza el arte de crear cosas preciosas. Así él vive una especie de juego sublime.
Por eso, también nosotros podemos dejar que el Espíritu nos enseñe ese juego santo, el arte de hacer nacer cosas bellas donde parece que no hay nada bueno, donde aparentemente no hay belleza ni gracia. Juguemos con él.
Dice, por ejemplo, que cuando Dios creó el universo, él estaba allí: "Yo era todos los días su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo, jugando por el orbe de la tierra; y mis delicias están con los hijos de los hombres" (Proverbios 8,30-31).
Porque el Espíritu Santo es amor que procede del Padre, y se puede decir que donde hay amor hay juego, hay alegría, hay gozo, hay una relación que da felicidad, que nunca aburre, que nunca cansa, que no tiene lugar para la tristeza y la monotonía.
Pero el Espíritu juega por el orbe de la tierra, y se entretiene con nosotros. Porque él ha sido enviado al mundo, y encuentra gusto con nosotros, derramando bondad, sembrando esperanza, despertando cosas bellas. El Espíritu Santo es un artista feliz, que, en medio de nuestra miseria, realiza el arte de crear cosas preciosas. Así él vive una especie de juego sublime.
Por eso, también nosotros podemos dejar que el Espíritu nos enseñe ese juego santo, el arte de hacer nacer cosas bellas donde parece que no hay nada bueno, donde aparentemente no hay belleza ni gracia. Juguemos con él.
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