Imaginemos a Jesús feliz por esa presencia plena y desbordante del Espíritu en su corazón, imaginemos cuánta libertad, cuánta alegría, cuánta fuerza había en él cuando predicaba, cuando hacía milagros, cuando iba por todas partes derramando amor.
Y pidámosle que abra su corazón, para que de esa plenitud también nosotros podamos recibir cada día más el Espíritu Santo. Porque lo necesitamos para vivir mejor.