Viernes, 19 de abril de 2024

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Reflexión. Semana Santa 2018

¿Eres uno de los que estaba con Jesús el galileo?

por La divina proporción

La Semana Santa se inicia hoy, Domingo de Ramos. Con ella, se inicia la última ascensión que guia, hasta la Pascua, nuestro peregrinar cuaresmal. Hemos preparado esta Semana con cuidado y esmero. Hemos meditado sobre la conversión a través de las lecturas de toda la Cuaresma. Hemos propiciado la oración, limosna y el ayuno. Hemos entendido que ser símbolos de Cristo conlleva docilidad, renuncia, resignación y humildad. Hemos dado a la Verdad, el sentido trascendente que nos permite abrir los ojos del entendimiento a la Luz de Dios. Todo ello nos conduce a las puertas de Jerusalén, donde vemos que Cristo entra aclamado por la multitud, sobre un asno blanco. El contraste entre la figura del Señor y la multitud nos hace preguntarnos ¿Qué hacemos allí? ¿Somos simples espectadores? ¿Somos interesados cómplices del show que se reproduce año tras año?  Tal vez y con la ayuda de la Gracia de Dios, somos capaces de entender que no podemos ser siemples espectadores. Quizás nos sentimos como peregrinos dispuestos a seguir cada paso del Señor en esta semana. ¿Seguir los pasos de un condenado a muerte?
 
¿Pero clase de locos somos? Cuando nos pregunten si seguimos despreciable "Galileo" ¿Que responderemos? ¿No es la negación la mejor de las respuestas que podemos dar?
 
Ten ánimo, hija de Sión, no temas: «He aquí que viene a ti tu rey: justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna». Viene, el que está presente en todo y llena el universo, viene a ti para realizar en ti la salvación para todos. Viene el que «no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan», para hacer salir del pecado a los que se han extraviado. No temas pues: «Dios está en medio de ti, eres inquebrantable». Levantando las manos acoge al que con sus manos ha dibujado tus murallas. Acoge al que ha asumido en sí mismo todo lo que es nuestro, excepto el pecado, para allegarnos hasta él... Alégrate, hija de Jerusalén, canta y danza de alegría... «Resplandece, porque viene tu luz, y la gloria del Señor se levanta sobre ti»

¿Cuál es esta luz? «La que ilumina a todo hombre que viene al mundo»: la luz eterna... aparecida en el tiempo; luz manifestada en la carne y escondida por su naturaleza; luz que envuelve a los pastores y conduce a los magos; luz que estaba en el mundo desde el principio, por quien el mundo se hizo y que el mundo no ha reconocido; luz que vino a los suyos y los suyos no la recibieron.

Y ¿cuál es la gloria del Señor? Sin ninguna duda es la Cruz sobre la cual Cristo ha sido glorificado, él, el esplendor de la gloria del Padre. Él mismo lo dijo al acercarse su pasión: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él y le glorificará pronto». La gloria de la que habla aquí, es su subida a la cruz. Sí, la cruz es la gloria de Cristo y su exaltación. Dijo: «Cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí».
(San Andrés de Creta. Sermón para el día de Ramos; PG 97, 1002)

Sin duda estamos locos. ¿Quién puede seguir a Aquel que será ajusticiado mientras es maldecido por el mundo? Hasta sus propios seguidores le negarán, repudiarán y llorarán por haber perdido el tiempo con un Rey que no es de este mundo. Bueno no todos le olvidarán y negarán al Señor. Su Madre y un humilde y sencillo discípulo, le seguirán en reverente silencio hasta los pies de la Cruz. Esa Madre que le vio nacer y crecer entre maravillas, verá traspasado de dolor su alma. Ese discípulo tomará nota del dolor que explota en su corazón, mientras piensa cómo comunicar todo lo que está sucediendo, dentro y fuera de su espíritu. ¿Seremos capaces de seguir los pasos del Señor como María y Juan? No es fácil. Más bien es imposible por nosotros mismos. No nos espera gloria humana alguna. No nos espera reconocimiento social. No habrá cabeceras en los medios donde nos alaben con una sonrisa cómplice.
 
No podemos tener esperanza humana en que los poderes de la tierra nos traten bien. Los poderes y jerarquías del mundo nos despreciarán porque seguimos a un crucificado.

¿Quién será capaz de pisar la Tierra Sagrada que está debajo de cada pisada de los pies del Señor? ¿Nos descalzaremos de nuestra soberbia para dejar que Dios nos conduzca a la cruz que tenemos asignada? ¿Nos taparemos los ojos cuando la mirada del Señor nos traspase el alma? Seguramente, podremos entender que la mirada del Señor es un pozo sin fondo al que debemos caer para renacer, pero… ¿Daremos el paso hacia el abismo del Misterio en el que Dios nos invita a dejarnos caer? No podremos hacerlo con las fuerzas humanas, porque es demencial rechazar todo lo que el mundo nos ofrece a cambio de arrodillarnos ante el becerro de oro. Seguramente, dar el paso conlleve rechazo, expulsión y desprecio. Las jerarquías señalarán la puerta y nos tirarán fuera.
 
¿Compartiremos con el Señor el desprecio de simbolizar la Piedra rechazada por los arquitectos del mundo?

Pero, si nuestra esperanza no está en el mundo, ni en sus dones socio-culturales, nos daremos cuenta que sólo perdiendo la vida por Cristo, la ganamos. Sentiremos que el Buen Pastor nos recoge para conducirnos a Su redil. Encontraremos la moneda que fue perdida y el tesoro enterrado. Nuestra lámpara tendrá aceite para esperar al Novio y El Señor nos pedirá un poco de agua para calmar su sed. A cambio, nos inundará con el Agua Viva y sentiremos los abundantes frutos del grano que muere al mundo en nosotros.
 
Todavía hay que escalar el último trecho, subir la escalera final y esperar a que el velo del Templo sea rasgado.

Después será el momento de esperar la Pascua llenos de temor por el Misterio que se revela al mundo. Un Misterio que  el mundo rechaza porque ilumina todo la falsedad de  las Torres de Babel que construimos.  Toca negarnos a cada paso de Cristo, mientras cargamos con nuestra cruz.
 
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