Martes, 26 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Se le echaban encima para tocarlo

ReL

1S 18,6-9; 19,1-7

Cuando volvieron de la guerra, después de haber matado David al filisteo, las mujeres de todas las poblaciones de Israel salieron a cantar y recibir con bailes al rey Saúl, al son alegre de panderos y sonajas.
Y cantaban a coro esta copla:
«Saúl mató a mil,
David a diez mil».
A Saúl le sentó mal aquella copla, y comentó enfurecido:
-¡Diez mil a David, y a mí mil! ¡Ya sólo le falta ser rey!
Y a partir de aquel día Saúl le tomó ojeriza a David.
Delante de su hijo Jonatán y de sus ministros, Saúl habló de matar a David.
Jonatán, hijo de Saúl, quería mucho a David y le avisó:
-Mi padre Saúl te busca para matarte. Estate atento mañana y escóndete en sitio seguro yo saldré e iré al lado de mi padre, al campo donde tú estés; le hablaré de ti y, si saco algo en limpio, te lo comunicaré.
Así pues, Jonatán habló a su padre Saúl en favor de David:
-¡Que el rey no ofenda a su siervo David! El no te ha ofendido, y lo que él hace es en tu provecho: se jugó la vida cuando mató al filisteo y el Señor dio a Israel una gran victoria; bien que te alegraste al verlo. ¡No vayas a pecar derramando sangre inocente, matando a David sin motivo! Saúl hizo caso a Jonatán y juró:
-¡Vive Dios, no morirá!
Jonatán llamó a David y le contó la conversación; luego lo llevó donde Saúl y David siguió en palacio como antes.

Sal 55,2-3.9-10.11-12.13

En Dios confío y no temo.

Misericordia, Dios mío, que me hostigan,
me atacan y me acosan todo el día;
todo el día me hostigan mis enemigos,
me atacan en masa.

Anota en tu libro mi vida errante,
recoge mis lágrimas en tu odre, Dios mío.
Que retrocedan mis enemigos cuando te invoco
y así sabré que eres mi Dios.

En Dios, cuya promesa alabo,
en el Señor, cuya promesa alabo,
en Dios confío y no temo:
¿qué podrá hacerme un hombre?

Te debo, Dios mío, los votos que hice;
los cumpliré con acción de gracias.

Mc 3,7-12

En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea.

Al enterarse de las cosas que hacia, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón.

Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío. C

omo había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo.

Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando: «Tú eres el Hijo de Dios.» Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.
 

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