Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

La mano de Dios estaba con él

ReL

Is 49,1-6

Escuchadme, islas;
atended, pueblos lejanos:
Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó;
en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre.
Hizo de mi boca una espada afilada,
me escondió en la sombra de su mano;
me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba
y me dijo:
«Tú eres mi siervo,
de quien estoy orgulloso.»
Mientras yo pensaba: «En vano me he cansado,
en viento y en nada he gastado mis fuerzas»,
en realidad mi derecho lo llevaba el Señor,
mi salario lo tenía mi Dios.
Y ahora habla el Señor,
que desde el vientre me formó siervo suyo,
para que le trajese a Jacob,
para que le reuniese a Israel
-tanto me honró el Señor,
y mi Dios fue mi fuerza-:
«Es poco que seas mi siervo
y restablezcas las tribus de Jacob
y conviertas a los supervivientes de Israel;
te hago luz de las naciones,
para que mi salvación alcance
hasta el confín de la tierra.»

Sal 138,1-3.13-14ab.14c-15

Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente.

Señor, tú me sondeas y me conoces:
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.

Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno,
porque son admirables tus obras.
Te doy gracias porque me has escogido portentosamente.

Conocías hasta el fondo de mi alma, no
desconocías mis huesos.
Cuando, en lo oculto, me iba formando
y entretejiendo en lo profundo de la tierra.

Hch 13,22-26

En aquellos días, Pablo dijo:
Dios suscitó a David por rey; de quien hizo esta alabanza: «Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos.»
De su descendencia, según lo prometido, sacó Dios un Salvador para Israel: Jesús.
Juan, antes de que él llegara, predicó a todo el pueblo de Israel un bautismo de conversión; y cuando estaba para acabar su vida, decía:-Yo no soy quien pensáis, sino que viene detrás de mí uno, a quien no merezco desatarle las sandalias.
Hermanos, descendientes de Abrahán y todos los que teméis a Dios: a vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación.

Lc 1,57-66.80

A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban.

A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre.

La madre intervino diciendo:
- ¡No! Se va a llamar Juan.

Le replicaron:
- Ninguno de tus parientes se llama así.

Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. El pidió una tablilla y escribió: Juan es su nombre. Todos se quedaron extrañados.

Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea.

Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo
- Qué va a ser este niño? Porque la mano de Dios estaba con él.

El niño iba creciendo y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel.

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