Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Te lo ha revelado mi Padre del cielo

ReL

Nm 20,1-13

En aquellos días, la comunidad entera de los israelitas llegó al desierto de Sin el mes primero, y el pueblo se instaló en Cadés. Allí murió María y allí la enterraron.
Faltó agua al pueblo y se amotinaron contra Moisés y Aarón. El pueblo riñó con Moisés diciendo:
-¡Ojalá hubiéramos muerto como nuestros hermanos, delante del Señor! ¿Por qué has traído a la comunidad del Señor a este desierto, para que muramos en él nosotros y nuestras bestias? ¿Por qué nos has sacado de Egipto para traernos a este sitio horrible, que no tiene grano ni higueras ni viñas ni granados ni agua para beber?
Moisés y Aarón se apartaron de la comunidad y se dirigieron a la tienda del encuentro, y delante de ella se echaron rostro en tierra. La gloria del Señor se les apareció, y el Señor dijo a Moisés:
-Coge el bastón, reúne la asamblea tú con tu hermano Aarón, y en presencia de ellos ordenad a la roca que dé agua. Sacarás agua de la roca para darles de beber a ellos y a sus bestias.
Moisés retiró la vara de la presencia del Señor, como se lo mandaba; ayudado de Aarón reunió la asamblea delante de la roca, y les dijo:
-Escuchad, rebeldes: ¿Creéis que podemos sacaros agua de esta roca?
Moisés alzó la mano y golpeó la roca con el bastón dos veces, y brotó agua tan abundante que bebió toda la gente y las bestias.
El Señor dijo a Moisés a Aarón:
-Por no haberme creído, por no haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas, no haréis entrar a esta comunidad en la tierra que les voy a dar.
(Esta es Fuente de Meribá, donde los israelitas disputaron con el Señor y él les mostró su santidad.)

Sal 94,1-2.6-7.8-9

Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: "No endurezcáis vuestro corazón"

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
  
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
  
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.»

Mt 16,13-23

En aquel tiempo llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipe y preguntaba a sus discípulos:
-¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?

Ellos contestaron:
-Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.

El les preguntó:
-Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
-Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

Jesús le respondió:
-¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.

Ahora te digo yo:
-Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.

Te daré las llaves del Reino de los cielos;
lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo,
y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.

Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.

Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
-¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.

Jesús se volvió y dijo a Pedro:
-Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.

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