Viernes, 29 de marzo de 2024

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El apostolado entraña dificultades

por Corazón Eucarístico de Jesús

 
La persona humana es muy compleja. El psiquismo humano es muy complicado: se defiende, rechaza, acepta, juzga. "El corazón del hombre, ¿quién lo entenderá?" (Jer 17,9) Entra en conflicto el consciente, el inconsciente, los deseos y pulsiones con los movimientos de la razón y de la voluntad; el ser con todo lo que de no-ser se alberga aún en el hombre; el mal que se hace y no se quiere y el bien que se querría haber hecho.

    A esta persona, a este hombre, es al que hay que servir, evangelizar y amar. Confiados en las personas, la misión fracasa, porque el pecado se introduce en el corazón humano, se rompen fidelidades y afectos y el que confió en el que ahora le rechaza ¿en quién se refugiará? 
 
Al tratar con personas se constata cuán difícil es anunciarle la salvación de Jesucristo para que escuchando crea, creyendo espere y esperando ame. De la naturaleza humana, tan compleja, nace el rechazo, la crítica, la cerrazón, y el apóstol, hombre él también, tendrá que resituarse, aceptar el principio de realidad, amando y sirviendo a los otros tal como son pero, a la vez, quitando de su corazón todo aquello que obstaculiza la misión a la que ha sido llamado: el sentimiento de impotencia, la ansiedad compulsiva, el miedo al fracaso o al rechazo, la falsa humildad (fruto del egoísmo).

    El apóstol, al evangelizar, se va autoevangelizando. Crece con las dificultades y el corazón se purifica en una más plena y perfecta oboedientia fidei donde se sigue el mandato del Señor y no los propios deseos del corazón. En la fe, ciega y oscura, se evangeliza. Un par de sandalias, sin el caballo de nuestros ídolos; sin bastón, con el único cayado de un corazón creyente anclado en Jesucristo y marchando tras sus huellas (cf. 1Pe 2,21), por los mismos caminos que Él recorrió.

    El apostolado nunca es un juego ni algo sobreañadido que se pueda tomar o dejar a libre arbitrio sino que forma parte connatural del ser discípulo. Por eso las dificultades, de todos los órdenes, irán apareciendo. Muchas de ellas aflorarán como consecuencia de la fragilidad del propio psiquismo humano y de la debilidad del propio corazón; otras serán trampas que el Maligno nos pone para engañarnos y apartarnos así de nuestra vocación y misión; otras, finalmente, vendrán de fuera, de los otros. Mas, como todo sirve para el bien de aquellos a quienes Dios ama, todas estas dificultades del apostolado nos son útiles para un contínuo crecimiento en el ser apostólico. 
 
 
Constantemente hay que purificar los afectos, y corregir todas aquellas inclinaciones desviadas del propio corazón que nos apartan de la verdadera libertad del cristiano para hacernos esclavos de nuestra imaginación o de nuestros deseos. Servirán las dificultades para resituarnos constantemente en lo específico de nuestra vocación, el envío, y unirnos cada vez más, por la oración y la gracia, a Aquél que nos envía y que nos llamó porque quiso para estar con Él (cf. Mc 3,13).
 
    Sólo cuando se tiene el corazón firmemente enraizado en la comunión vital, existencial, orante, con Jesucristo, se es Apóstol. Si se tomase el apostolado como un juego, un entretenimiento, algo pasajero que se puede tomar y dejar cuando nos conviene, y que en cuanto pide más tiempo o exigencia en nuestra vida rechazamos, estaríamos muy lejos de haber entendido el sentido misional y apostólico de nuestro Bautismo.
 
    Y es que el apostolado sólo puede ser cruz, pero cruz gloriosa, donde morimos y resucitamos con Cristo fecundando nuestra vida entregada el apostolado emprendido. La Cruz gloriosa es el sitio donde encontramos la vida y donde la vida queda iluminada, adquiere nuevo sentido y plenitud. Sin miedo a ella, afianzados en ella, porque ahí encontramos la Vida, sin rehusarla, sin rebelarnos contra ella. La cruz que el Señor nos regala para que vivamos en el Amor de Cristo, desnudo, sin nada, sólo crucificados con Cristo.
 
Ahí, las dificultades del apostolado, nos dan vida.
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