Daniel Mattson tuvo un tiempo pareja masculina, hoy colabora con Courage
«Dos hombres no están hechos para estar juntos: si se quieren de verdad, deben dejar de tener sexo»
colabora desde hace años con Courage, ministerio católico para personas que experimentan atracción por el mismo sexo. Su testimonio fue uno de los tres con los que se rodó El deseo de los collados eternos (2014), un impactante documental sobre la forma en la que sus protagonistas viven esos sentimientos.
Mattson publicó hace un año en Estados Unidos el libro cuya edición italiana presentará en próximas fechas: Perché non mi definisco gay. Come ho recuperato la mia identità sessuale e trovato la pace [Por qué no me defino gay. Cómo recuperé mi identidad sexual y encontré la paz]. Con ese motivo, Mattson fue entrevistado por Il Timone, de donde tomó La Nuova Bussola Quotidiana el texto que reproducimos a continuación:
Daniel Mattson es músico, toca el trombón en la Orquesta de Gran Rapids, en Michigan. "He escrito el libro que me hubiera gustado leer cuando tenía 19 años. Empezaba la universidad y, con ella, mi vida independiente. Sentía atracción por los hombres y me planteaba muchas preguntas: sobre la fe, Dios, mi futuro, mi identidad. No comprendía el significado profundo de la sexualidad humana y me estaba autoconvenciendo que acabaría viviendo una miserable vida de soledad. He puesto por escrito mi vida con la esperanza de ayudar a las personas, sobre todo a los jóvenes, que se encuentran en la misma situación".
El texto, publicado en los Estados Unidos por la editorial Ignatius Press con prólogo del cardenal Robert Sarah (y traducido en Italia por la editorial Cantagalli), ha dado que hablar porque está considerado el contrapeso al libro del jesuita James Martin, Building a bridge: How the Catholic Church and the LGBT community can enter into a relationship of respect, compassion and sensitivity [Construir un puente: cómo la Iglesia católica y la comunidad LGBT pueden instaurar una relación de respeto, compasión y delicadeza].
Si Martin, consultor de la Secretaría para la Comunicación de la Santa Sede, sostiene la necesidad de una pastoral que ponga en el centro el acrónimo LGBT, es decir, la utilización de los términos "gay", "lesbiana", etc., Mattson sostiene lo opuesto. "La razón primordial por la que rechazo definirme gay es simple: no creo que sea objetivamente verdad. Centrarse en los sentimientos aleja a las personas de su realidad de hijos de Dios nacidos hombres y mujeres. Tenemos que aprender a distinguir nuestra identidad de nuestra atracción sexual, de nuestro comportamiento. No es lo que 'sentimos' lo que debe regular nuestra vida; si así hiciéramos, cruzaríamos con el semáforo en rojo sólo porque lo 'sentimos'. Existe una verdad objetiva que nos protege, hecha para nuestro bien. Si así no fuera, sería el caos: hay hombres que se sienten mujeres, mujeres que se sienten gatos, personas que sienten que no deberían haber nacido con piernas y se han hecho operar para amputárselas: ¿es normal todo esto? El ejemplo es extremo, pero real".
Mattson ha llegado a esta conciencia sabiendo qué significa vivir una atracción por personas del propio sexo. Cuando era un muchacho se sentía atraído por sus compañeros, con los que se sentía incómodo, a pesar de que deseara ser como ellos. Y, sin embargo, explica, "la idea de ser gay no se me pasaba en absoluto por la cabeza, mucho menos la idea de tener una relación con un hombre".
"Entonces se trataba sólo de revistas", explica en esta entrevista al Il Timone: "Recuerdo como si fuera ayer la avidez con la que empezamos a consumir esas páginas; y también recuerdo lo mal que me sentía al día siguiente. No obstante, la pornografía contaminó rápidamente mi visión de la sexualidad: todo era únicamente placer, satisfacción del deseo, búsqueda de un nuevo placer. De las revistas pasé a la red. Era mi droga y, por su causa, todos los comportamientos sexuales se convirtieron en lícitos para mí".
-De hecho, al cabo de poco tiempo llega el encuentro con el hombre con el que tienes la primera relación homoerótica, un desconocido con el que contactaste online. Describes esta experiencia como asquerosa...
-No podía creer haber esperado 32 años para algo tan sórdido, pero fue el resorte que me hizo comprender que buscaba algo más, un compañero de vida, una persona con la que compartir valores y cotidianidad.
-Conociste a Jason, con el que estuviste casi un año.
-Creo que la base de las relaciones gays es el profundo vacío que se percibe y se intenta colmar, a veces con el sexo. Entre hombres éste es muy potente y crea mucha dependencia. Aparte de esto, si miro hacia atrás, mi relación con Jason era, en un cierto sentido, común: ninguno de los dos era un activista del movimiento gay y nos hacíamos mucha compañía. Puedo decir que, de alguna manera, era feliz con él. Feliz según el significado que este término tenía entonces para mí, dado que en mi interior seguía sintiendo ese vacío. A pesar de todo, había encontrado un equilibrio y me estaba preparando para salir del armario con mi familia.
-Cuando, de repente, llegó el flechazo con una mujer.
-No quería enamorarme de Kelly, pero sucedió y mi vida dio un giro completo. Mi historia con Jason terminó y empecé a salir con una mujer, con la que me entendía tanto, que parecía estar hecha para mí. Por fin me sentía en el lugar correcto, con la persona justa y empezaba a hacer proyectos para el futuro. Compré un anillo para pedirle que se casara conmigo...
-Y llegó la ducha fría...
-Sí. Kelly me dijo que no quería tener hijos. Sentí que el mundo se me caía encima. Nos tomamos un periodo de reflexión. Aunque yo era aún muy inmaduro en la fe, sabía seguro que quería ser padre. Hoy estoy convencido de que dejar a Kelly, a pesar de que fue uno de los momentos más duros y devastadores de mi vida, ha sido uno de los pasajes fundamentales de mi recorrido. El Señor tuvo que quitarme a Kelly para que yo me enamorase de Él.
-Aquí comienza tu duro, pero fascinante, retorno a la Iglesia, en el que ha tenido un papel fundamental el apostolado de Courage, dirigido a personas atraídas por el mismo sexo.
-Courage ha sido el modo como la Iglesia me ha acompañado. Una de las razones principales por el que volví a la Iglesia fue su claro abrazo a la realidad objetiva de la naturaleza sexual, tal como es revelada en nuestros cuerpos. Dios ha dado un nombre a nuestra sexualidad en el Génesis: hombres y mujeres, y esto es. Nada más y nada menos de la belleza de estos dos sexos.
-Sin embargo, el padre James Martin sostiene exactamente lo contrario, es decir, que se necesita una pastoral dedicada al mundo llamado LGBT.
-Creo que Martin está, ante todo, confundido sobre lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica. Hago referencia al párrafo que él desarrolla en su libro, el número 2358, que aborda la necesidad de tener respeto, compasión y delicadeza. Estamos ante una enseñanza muy clara. ¿Qué significa respeto? Para respetar verdaderamente a alguien debemos, en primer lugar, reconocer su identidad. Es una cuestión de antropología y para la Iglesia no hay espacio para términos como "gay", "lesbiana" o "transgénero", que son una reducción de la persona. Sólo lo que es verdad es auténticamente pastoral: y la verdad es que somos hombres y mujeres. Todo el resto es un falso respeto, una falsa delicadeza y una falsa compasión.
-Hoy, la castidad -sobre la que trabaja Courage- está considerada una petición excesiva, imposible de conseguir, por lo que se propone cada vez menos a quien se prepara al matrimonio. Ha dado que hablar un curso, organizado y después anulado por la diócesis de Turín, que proponía a las parejas homosexuales trabajar sobre la fidelidad.
-Personalmente lo considero ofensivo. Yo estoy hecho para mucho más que la fidelidad a un hombre; estoy llamado a una pertenencia total al Señor, que pasa, ante todo, por la verdad de quién soy. Pensando de nuevo en Jason, hoy sé que dos hombres no están hechos para estar juntos: si se quieren de verdad, deben dejar de tener sexo, porque el verdadero amor hacia el otro es la amistad en la hermandad, no en el acto homoerótico. Esto dice la Iglesia y éste es el camino para ser verdaderamente felices. Sería un insulto proponer algo menos de la felicidad plena "porque es demasiado difícil"; no somos cristianos para tener una vida cómoda. Esto vale también para las parejas de novios, aunque ya convivan. La Iglesia debe decir: porque te amo, te propongo algo más. Claro que es difícil, pero ¿acaso no se nos ha prometido el céntuplo aquí, en la tierra?