Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Basada en el bestseller de Augusto Cury que vendió más de 30 millones de ejemplares

«El vendedor de sueños»: una película para apreciar la vida, lo sencillo, aquellos a los que amamos

«El vendedor de sueños»: una película para apreciar la vida, lo sencillo, aquellos a los que amamos
El Vendedor de Sueños acompaña al psicólogo Julio César y a Bartolomé el alcohólico... hierba verde, y de fondo, la ciudad y sus tentaciones

Pablo J. Ginés/ReL

BoscoFilms trae a los cines españoles el 13 de septiembre la película El vendedor de sueños, basada en los libros del psicólogo superventas brasileño Augusto Cury. El vendedor de sueños, que por el momento es una trilogía de libros breves, ha vendido más de 30 millones de ejemplares. Como muchos libros de Cury se puede encontrar en español. 

En una entrevista en La Vanguardia hace diez años Cury declaraba: "La vida sin sueños es como una mañana sin rocíos, un jardín sin flores o una mente sin construcción de ideas. Todo ser humano deber ser un vendedor de sueños. Los sueños no son deseos, son proyectos de vida que debemos controlar y que nos permiten abrir la ventana de la mente para que seamos autores de nuestra propia historia".

Esta declaración resume de algún modo el trabajo de Cury y el sentido de la película. Es la historia de un hombre rico que vivía su vida deshumanizada, como una tuerca en un engranaje, como una cinta transportadora. Es lo mismo que sienten millones de personas hoy en su día a día. Para poder tomar las riendas de nuestra propia vida, es necesario un proyecto de vida y enlazar con el "otro" concreto, con las personas reales.

El cielo, el rascacielos, la tierra real

La película, producida por la Warner Fox en Brasil, se inicia con planos del cielo, de nubes, donde hay armonía. Enseguida pasa a mostrar rascacielos de cristal que reflejan las nubes... es hermoso, pero ya no es lo mismo, es el mundo de los hombres que se protegen bajo espejos. Bajamos más: la calle, autobuses, personas diversas, la vida.

Y después, un hombre (¡un psiquiatra!) que sube a su oficina, sale por la ventana y amenaza con suicidarse. Entonces llega el enigmático Vendedor de Sueños, desaliñado, melena y barba, amplio abrigo. Y habla con el suicida. "El suicida es un asesino, se mata a sí mismo y a la gente de su entorno", comenta. "Pero si quieres salta, salta", añade. Y no deja de hablar: "En realidad, los suicidas quieren matar su dolor", detalla.

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El psiquiatra suicida plantea la gran pregunta: "¿Es usted un loco?" El barbudo filósofo responde: "Vendo sueños, lo que el dinero no puede comprar; a los suicidas les regalo una coma, poder parar, para que sigan escribiendo la historia de su vida".

A partir de entonces, Julio César, el psiquiatra, seguirá, incluso físicamente, unos pasos por detrás, al enigmático filósofo. Como Platón detrás de Sócrates, como Andrés y Pedro detrás de Jesús. El Vendedor con su abrigo amplio que nunca se quita, el psiquiatra con su gabardina, como filósofos con sus túnicas. 

El Vendedor de Sueños lleva al psiquiatra a las calles, donde la gente pobre es real, concreta, ama, sufre. Son alcohólicos o ladronzuelos, naufragados de la vida. Son discípulos del Vendedor y le escuchan y llaman Maestro. Son amigos. Sus rostros, su pobreza creativa, muestra cierta belleza humana y auténtica.

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El Vendedor tiene un pasado

El Vendedor en otra vida fue un hombre poderoso que veía el mundo desde lejos, desde su azotea de rico, su helicóptero. Recuerda momentos de su vida: hombres poderosos que le llamaban "amigo", pero sin verdadera amistad. Él amaba a su familia, pero no podía pasar tiempo con ella.

El Vendedor de Sueños predicará por doquier su mensaje de perdón, de vida auténtica, de mayor sencillez. Saltará a las redes: "2 millones de visionados en pocas horas", se asombran los ejecutivos. "¿Dónde están las chicas gorditas en los desfiles de moda?", proclama el profeta callejero.

Más central a su predicación es la necesidad de estar con los seres amados: "Acuso al sistema de crear enfermos; traicionamos nuestros sueños, prometiendo fines de semana que no vivimos, cuando deberíamos pasarlos con las personas que queremos". Y su propuesta de transformación: "No puedo volver atrás, ¡pero puedo recomenzar!".

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¿Perpetuar la locura o transmitir sanación?

Julio César y el Vendedor fueron víctimas de ese sistema que enloquece. También propagadores, lo infligieron a sus hijos. "No quiero ser una carga, soy un fracaso para ti", dice el hijo de Julio César avanzando hacia su propio intento de suicidio.

Pero Julio César y el Vendedor pueden ayudar a otros porque ellos mismos han vivido su situación de caída y han salido de ella: no son solo maestros, son testigos... si es que se atreven a hablar de su experiencia.

Cury, el autor, cuando le entrevistan maestros y docentes, dice que cada profesor (incluso el de Matemáticas o Física) debería dedicar 5 o 10 minutos a la semana a hablar a sus alumnos de fracasos que ha vivido y como los superó o qué aprendió de ellos, y otros retos "del teatro de nuestra existencia".

Belleza y serenidad en lo cotidiano

La película, dirigida por Jayme Monjardim, es visualmente serena y recoge muchas escenas de belleza urbana, belleza de lo cotidiano. Cesar Troncoso, en el papel del Vendedor, y Dan Stulback, en el de Julio César, hacen un buen papel. Hay muchos primeros planos en esta película, que se sostienen bien.

Hay algunas escenas de acción y persecuciones, pero lo que guía el ritmo narrativo son las revelaciones del pasado. A veces, los discursos pueden atascar ese ritmo, pero se trata, después de todo, de una película sobre un filósofo callejero y predicador.

La película no habla nunca de Dios, pero hay mucha iconografía religiosa, y muchas veces el Vendedor predica con imágenes de Jesús o de la Virgen al lado: vidrieras del Sagrado Corazón en el hospital, vírgenes y cruces en el cementerio, vírgenes, cristos y rosarios en un velatorio... Es como una presencia de Dios no hablada, pero que acompaña.

Un mensaje clave: pasa tiempo con tus seres queridos

Algunos discursos del Vendedor pueden ser bastante huecos (como sustituir, en un velatorio, el llanto y la oración por "contar recuerdos sobre el difunto"). Pero no hay duda de que el mensaje central es más que necesario y que será muy sanador para muchos espectadores que lo necesitan: hay que bajar el ritmo, prescindir de cosas materiales que esclavizan y centrarnos más en el trato con los seres queridos. Esa es una sabiduría real en nuestra época donde lo que enloquece no es filosofar, sino ser un mero engranaje productivo o de apariencias. 

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