Diego Poole actuó seis años en el Vaticano: «La Guardia Suiza me dijo que no lo volviera a hacer»
«El payaso del Papa», de la pequeña Tamara Falcó... a arrancarle las mayores risas a Juan Pablo II
Si la santidad tiene su prueba del algodón esa no es otra que un rostro que transmita alegría y, en su grado más extremo, una profunda carcajada que brote del corazón. Así le ocurrría a San Juan Bosco, Tomás Moro, San Felipe Neri, al beato Juan Pablo I "el Papa de la sonrisa"... y, por supuesto, a San Juan Pablo II. Aquellas imágenes del Papa polaco riendo sin parar en el Vaticano tenían un principal "culpable", y era español.
Nacido en Bilbao hace 55 años, Diego Poole es el número once de catorce hermanos. Su familia se trasladó a Madrid cuando él todavía era pequeño y, fue allí, donde desarrolló una habilidad especial para hacer reír a la gente. El joven payaso llegó a actuar en numerosas fiestas de la alta sociedad... y, años después, ante el mismo San Juan Pablo II.
La risa de un santo
El intérprete, que ahora es profesor de Derecho en la Universidad Rey Juan Carlos (Madrid), ha concedido una entrevista a El Rosario de las 11 pm donde habla de aquellos encuentros en el Vaticano que marcaron la vida de tanta gente, y que fueron el germen de lo que posteriormente serían las Jornadas Mundiales de la Juventud.
"Tuve la suerte de actuar durante seis años para San Juan Pablo II. Aquellos momentos están en Internet y tienen millones de visitas. Como dijo el portavoz de la Santa Sede: no existen imágenes del Papa riéndose tanto como aquellas. Fueron unos recuerdos imborrables de la risa de un hombre santo", comenta.
Un don, el de hacer reír, que Diego había ido enriqueciendo desde muy pequeño. "Siempre estaba haciendo el payaso, era mi forma de llamar la atención, tenía 14 hermanos. A mi padre yo le hacía mucha gracia. Un día, mi madre me dijo que me iba a hacer un disfraz de payaso. Y me paseaba siempre por casa vestido con aquel traje", relata Poole.
Su educación ayudó también a desarrollar aquella habilidad tan particular. Diego estudió en un colegio del Opus Dei donde se daba importancia a las artes. "Se hizo un grupo de niños payasos en el que estaba mi hermano. Empezaron a actuar en fiestas infantiles de Bilbao. Un día dijo que él ya estaba mayor, y empecé a actuar yo. Vinimos a Madrid y estuvimos bastantes años como payasos, ganábamos mucho dinero. Fuimos a los cumpleaños de los hijos de Julio Iglesias, a la primera comunión de Tamara Falcó. Nos dieron el Premio Nacional de Magia Cómica", recuerda.
Y, entonces, le invitaron a participar en una peregrinación internacional de jóvenes en Roma. El congreso duraba una semana y, el último día, el Domingo de Resurrección, el Papa recibía a los participantes. "Era llamativo porque, después de todas las celebraciones litúrgicas de la Semana Santa, el Papa estaba agotado. Pero Juan Pablo II siempre quería estar con los jóvenes. De hecho, un productor italiano que hizo una película sobre el Papa reconoció que estos encuentros fueron el germen de las Jornadas Mundiales de la Juventud", comenta.
La mirada de cariño
El primer encuentro en el que Diego tenía que hacer de payaso no salió del todo bien. "Me propusieron actuar y no me preparé nada. El que me lo propuso me echó una bronca. Al año siguiente me llevé las cosas y representamos una pieza sobre un conejito. Siendo algo muy básico y sencillo, para niños muy pequeños, el Papá se rió mucho. Me miraba con mucho cariño", afirma en su testimonio.
Un afecto que tenía un historia detrás. "Un tiempo antes de aquellos encuentros habíamos viajado un grupo de estudiantes desde Madrid hasta Polonia, a ayudar a construir una iglesia. Tuvimos un accidente, una de las dos furgonetas se estrelló contra un camión y murió el más joven de todos. Eso le conmovió muchísimo al Papa. Que un chaval hubiera dado su vida por ayudar a Polonia. Y claro, el Papa sabía que yo había ido en ese viaje, y su mirada era muy emocionante", confiesa.
Al terminar su primera actuación ante el Papa, Diego tuvo la ocasión de acercarse a saludarle. "Le dije: 'Santo Padre, tengo 14 hermanos'. Y, me dice: '14 Rosarios'. Porque la gente se le acercaba para que les diera Rosarios. Y, yo: 'No, no, Santo Padre, que ellos ya tienen'. Al Papa le hizo gracia, pensaría 'este viene aquí y no quiere nada'. Recuerdo cómo me hacía la señal de la cruz en la frente, muy despacio y con mucha fuerza. Salí muy removido, no quería hablar con nadie, y eso que a mí no me gusta la soledad, pero estaba lleno de Dios, emocionado", afirma.
A partir de ahí, Diego se iba a convertir en un improvisado "suministrador de mercancías religiosas" del Papa. "La gente me iba pidiendo que le contara cosas al Papa. Y yo iba siempre lleno de cosas para él. El tercer año fui con un medallón de la Virgen de Argamasilla, que me había dado un amigo. También le llevaba cartas de amor que escribía mi hermana pequeña, que era muy piadosa, y fotos de todos mis hermanos, en fin, aquello era toda una entrega de mercancías", comenta.
Esos encuentros con el Papa, que la noche previa siempre le hacían tener fiebre a Diego por los nervios, marcaron a muchas personas y, en especial, al propio Juan Pablo II. "Una vez nos dijo que estaba tan contento con nosotros que se quedaría hasta la medianoche. De hecho, la audiencia comenzaba a las cinco y nos quedamos casi hasta las nueve", recuerda. Si hubo una actuación especial, que alcanzaría un grado de complicidad entre ambos inimaginable, esa fue la tercera, en el año 1990.
La carta de un niño
"Hay un momento en el que el de al lado pone la mano, porque cree que se va a caer de la risa. Era verdaderamente llamativo, a mí me alegraba mucho, al principio pensaba que el Papá se reiría de mí por caridad. Al ver que pierde la compostura y que empieza a mover los pies... Al año siguiente, uno de los jefes de la Guardia Suiza se me acercó y me dijo muy serio: 'Que no se repita lo del año pasado'. Me quedé preocupado y, con una sonrisa, añadió: 'Temíamos por la salud del Santo Padre. No le haga reír tanto porque le va a dar algo", relata.
La relación con San Juan Pablo II se parecía mucho a cuando de pequeño hacía reír a su propio padre en casa. Poco antes de que el Papa muriera, Diego le escribió una carta para darle las gracias. "Cuando tenía diez años le había escrito una carta llena de faltas de ortografía. Mi madre guardaba una copia y le volví a enviar esa misma carta, 25 años después. Su secretario me contestó con una carta muy cariñosa, venía una foto del Papa agarrándome de la mano y, sobre ella, su firma, se notaba ya que tenía parkinson", afirma.
Después de más de 1000 eventos como payaso, ahora solo actúa de vez en cuando para sus sobrinos. "Si me preguntáis si hay alguna actuación que me produzca más satisfacción que la de Papa, obviamente, diré que no, pero ver a los niños reírse a carcajadas me llena de satisfacción. El niño es un público muy sincero, si no le hace gracia, no se ríe. Con el Papa era igual, se reía con las bromas más sencillas", comenta.
Diego Poole, "el amigo payaso del Papa", varios años después de aquellos encuentros, lo tiene claro. "Estoy seguro de que San Juan Pablo II me sigue contemplando desde el cielo. La vida es como una actuación y cada uno tiene un papel en esta vida, con un guión que ha escrito Dios. Si ese papel lo ejecutamos fielmente, hacemos una obra maestra y alegramos a nuestro creador", explica.
Aquí puedes ver el testimonio íntegro de Diego Poole en El Rosario de las 11 pm.
Para el profesor de Derecho, Juan Pablo II ha devuelto el optimismo a muchísimos cristianos. "El legado del Papa no se va a perder, porque es un patrimonio de la Iglesia. Los santos están vivos y en el cielo tienen más fuerza que la que tenían en la tierra. San Juan Pablo II seguirá influyendo en la Iglesia y en la historia de la humanidad con tanta o más fuerza que con la que influyó cuando estaba en la tierra", concluye.