Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Fue uno de los más influyentes católicos de Francia

Louis Veuillot, el hombre tierno y polemista que peleó por la Iglesia en el siglo del liberalismo

Louis Veuillot.
Louis Veuillot participó activa y vibrantemente, siempre en defensa de la fe, en las intensas polémicas del siglo XIX sobre el Papado, el liberalismo y el papel de la Iglesia en un mundo que empezaba a dejar de ser cristiano.

ReL

Louis Veuillot (1813-1883), director del periódico católico L'Univers, ejerció una poderosa influencia sobre la Iglesia francesa del siglo XIX. Fue también una personalidad extraordinaria. Rémi Carlu ofrece un retrato de este "ultramontano" social en el número 361 (septiembre de 2023) de La Nef.

Louis Veuillot, predicador laico 

Roma, 1838. Louis Veuillot, de 25 años, encargado de una misión en Oriente, hace escala en la capital italiana. Periodista de la prensa gubernamental de la época, el joven estaba desilusionado y no sentía más que desprecio por el nihilismo de su tiempo, ya tuviese el rostro de la burguesía volteriana o del anarquismo revolucionario. Esta alma, amiga de la religión, anhelaba lo absoluto, y fue en la Ciudad Eterna donde fue golpeada por la luz.

"Estaba en Roma. En un recodo del camino, me encontré con Dios. Me hizo señas y dudé en seguirle. Me cogió de la mano y me salvó". Esta "verdadera primera comunión", que relata en Roma y Loreto [Rome et Lorette], fue una conversión en el sentido más radical de la palabra. Él, hijo autodidacta de un tonelero analfabeto que vivía en Bercy, ávido lector y pronto escritor insaciable, acababa de encontrar su camino.

Un periodista ardiente

"En cuanto se hizo cristiano, se sintió apóstol", cuenta su sobrino François. En efecto, Louis regresó a Francia animado por un celo religioso que ya nunca le abandonaría, y optó por dedicar su vida a dar testimonio de este fuego, a hacer resonar por doquier la verdad católica, y también, con el ardor de un converso, a atacar a los librepensadores de todo tipo (incluido el pequeñoburgués "precedido por su barriga y seguido por su trasero"): "Estos señores tienen una gran virtud que nos predican todo el tiempo: la tolerancia. Lo toleran todo, salvo que nosotros no toleremos todo lo que ellos toleran. Y de ahí vienen nuestras disputas".

Y será el periodismo el instrumento de su apostolado: en 1840 aterrizó en L'Univers, un periódico católico moderado, con pocos lectores (1.500 suscriptores) y sin recursos, dirigido por Charles de Montalembert.

Pronto se convirtió en redactor jefe del periódico -junto con su hermano Eugène, un escritor sin genio para la escritura pero con buen olfato para los negocios- y durante cuarenta años lo convirtió en el principal órgano del catolicismo francés. El éxito fue fenomenal: antes de 1860, el diario se había convertido en el quinto periódico de Francia, con 13.000 suscriptores (y una audiencia estimada por monseñor Philippe Gerbet entre 60.000 y 80.000 personas).

La receta de tal éxito residía en su base popular. Mientras los obispos lo miraban siempre con ojos distantes, incluso acusadores, el clero defendía a este plebeyo que había surgido de las mismas entrañas nacionales.

En los seminarios, en las pequeñas parroquias y entre los notables de provincias, el extravagante periodista -de quien Albert Thibaudet diría que fue el más grande de su siglo- era adorado. Lejos de la mundanidad, era sobre todo el heraldo de una fe llena de preocupación social, como atestigua el pasaje sobre la muerte de su padre: "Al borde de su tumba, pensé en los tormentos de su vida, los recordé, los vi todos; y conté también las alegrías que, a pesar de su condición servil, habría podido saborear este corazón verdaderamente hecho para Dios. ¡Alegrías puras, alegrías profundas! ¡El crimen de una sociedad que nada puede absolver le había privado de ellas! Un atisbo de lúgubre verdad me hizo maldecir, no el trabajo, no la pobreza, no la pena, sino la gran iniquidad social, la impiedad, por la que se roba a los pequeños de este mundo la compensación que Dios quiso dar a la inferioridad de su suerte. Y sentí estallar el anatema en la vehemencia de mi dolor...".

Veuillot era un periodista combativo, a veces virulento, movido por una ardiente preocupación por la verdad a la que no preocupaban ni la conveniencia ni el reconocimiento (rechazó las condecoraciones de la Academia Francesa y de la Academia de Ciencias Morales). "El periodista obliga a caminar a los rezagados, compromete a los tímidos, frena a los temerarios; venda a los heridos, consuela a los vencidos, hace comprender a los torpes sus falsas maniobras y las repara..." Esgrimida para herir el mal, su pluma es tan brillante como despiadada, tan llena de ethos como de pathos. De ahí las polémicas y escándalos que marcaron su vida.

La Iglesia primero

Aunque monárquico convencido e incluso autor de un proyecto de Constitución, Louis Veuillot nunca fue político, y se negó dos veces a presentarse como diputado. Su mantra era: "La Iglesia católica primero y luego lo que existe; la Iglesia católica para mejorar, corregir y transformar todas las cosas".

Sus opciones políticas estaban subordinadas a los intereses religiosos, una postura que anunciaba el Ralliement. La pregunta era: ¿cómo actuar en una época positivista que había roto con el cristianismo? Contra la modernidad centrífuga, por miedo a diluirse, Veuillot optó por las fuerzas centrípetas: el Imperio, el Papa, la Iglesia.

Sin embargo, en nombre de los mismos intereses católicos, los "católicos liberales" optaron por lo contrario, lo que marcó el inicio de una guerra fratricida con el "intransigente" Veuillot, quien al mismo tiempo introducía en Francia los escritos del contrarrevolucionario Juan Donoso Cortés. Nacido de la lucha por la libertad de enseñanza, el "partido católico" se fracturó a causa de la ley Falloux (que Veuillot desaprobaba) y luego se dividió a partir de 1852.

Juan Donoso Cortés (1809-1853), en un retrato de Federico Madrazo.

Juan Donoso Cortés (1809-1853), en un retrato de Federico Madrazo. El político español y Veuillot fueron grandes amigos, y sus obras respectivas, 'Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo' y 'La ilusión liberal', coincidentes en su planteamiento esencial.

Mientras L'Univers tomaba partido por Napoleón III, los "liberales" defendían las virtudes del parlamentarismo y creían que el sistema moderno de libertades (de conciencia, de expresión, de prensa, de asociación, etc.) permitiría el triunfo de los intereses católicos. La Iglesia libre en un Estado libre: "El triunfo de la Iglesia en el siglo XIX consistirá precisamente en vencer a sus enemigos mediante la libertad, como los venció en el pasado mediante la espada del feudalismo y el cetro de los reyes", profesaba el sensible e introvertido Montalembert (Sobre los intereses católicos en el siglo XIX [Des intérêts catholiques au XIXe siècle]).

Durante tres décadas, llovieron adjetivos infamantes de todas partes, acusándose y replicándose en los libros. Frédéric Ozanam, monseñor Félix Dupanloup y Paul De Broglie acusaron a Veuillot de fanatismo. Apoyado por monseñor Louis-Edouard Pie, obispo de Poitiers, y reforzado por las encíclicas de Pío IX, el correoso plebeyo denunció en L'illusion libérale [La ilusión liberal] un "error de rico que no se le hubiera ocurrido a un hombre que hubiera vivido entre el pueblo y que hubiera visto las innumerables dificultades que experimenta la verdad, sobre todo hoy, para descender y mantenerse en esas profundidades donde necesita toda la protección que pueda conseguir, pero particularmente el ejemplo de lo alto".

Al final, fue el historiador Émile Poulat quien mejor resumió esta desafortunada querella: "Los llamados católicos liberales son la expresión recurrente de un problema no resuelto en la Iglesia, a saber, su lugar y su relación dentro de nuestra sociedad que ha dejado atrás a Dios; mientras que Veuillot sigue siendo el testigo de una exigencia ineludible dentro de una situación anacrónica".

"Legado laico del Papa infalible"

Irónicamente, el emperador prohibió la publicación de L'Univers entre 1860 y 1867 por haber publicado la encíclica Nullis certe verbis, en la que el Papa criticaba la política francesa en Italia. Una muerte temporal que sirvió de apoteosis. Lector de Joseph de Maistre, Veuillot adoraba el papado -estaba muy unido a Pío IX- y, junto con Dom Prosper Guéranger, apoyaba la infalibilidad papal, dogma proclamado en el Vaticano I (véase su Roma durante el Concilio [Rome pendant le Concile]).

Estos debates también le brindaron la oportunidad de luchar contra el "espíritu provinciano" de los "galicanos", a quienes acusaba de amenazar la unidad de la Iglesia, alimentando así claras tendencias a la centralización. Con el nuncio apostólico Raffaele Fornari, Veuillot era el eje del ultramontanismo francés, el "legado laico del Papa infalible", como decía el Journal des Débats. Por otra parte, los "liberales", apoyados por gran parte del episcopado francés, temían que la infalibilidad fuera una tapadera del autoritarismo político y, junto con Montalembert, denunciaron al "ídolo del Vaticano". La verdad seguramente se encontraba en algún punto entre estas dos posturas, como resumió el cardenal Newman en su famosa frase: "La conciencia tiene derechos porque tiene deberes". Y de hecho -una segunda ironía del destino-, en 1872 Pío IX criticó a Veuillot por su vehemencia contra Dupanloup sobre la cuestión italiana, refiriéndose al "partido que teme demasiado al Papa" y al "partido opuesto, que olvida por completo las leyes de la caridad". Una reprimenda atemperada por una bendición de la que Veuillot diría que "¡entró rompiendo las ventanas!"

Genio de la polémica hasta el exceso, Louis no era un mal tipo. Hombre tierno y delicado, padre bondadoso de seis hijas, vivió y murió enarbolando firmemente la bandera de la fe. "A lo largo de mi vida, he sido perfectamente feliz y he estado orgulloso de una sola cosa: haber tenido el honor y al menos la voluntad de ser católico, es decir, de obedecer las leyes de la Iglesia". Todo queda perdonado.

Traducido por Verbum Caro.

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