Sábado, 21 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

El capellán más célebre de la Guerra de Secesión tiene un monumento en Gettysburg

«Sin el padre Corby y la Brigada Irlandesa, EEUU no hubiese tenido jamás un presidente como Kennedy»

«Sin el padre Corby y la Brigada Irlandesa, EEUU no hubiese tenido jamás un presidente como Kennedy»
Capellanes de la Brigada Irlandesa. El padre Corby es el que está sentado, a la derecha, descubierto. Fuente: Wikimedia.

Carmelo López-Arias / ReL

El padre William Corby (1833-1897), sacerdote de la Congregación de la Santa Cruz, natural de Detroit (Michigan), vivió intensamente dos experiencias. La bélica, como capellán en la Brigada Irlandesa, integrada en el Ejército de la Unión durante la Guerra de Secesión (1861-1865). La universitaria, como rector de la Universidad de Notre Dame (1866-1872), una de las grandes instituciones académicas católicas de Estados Unidos.

El padre William Corby, en su época militar y luego como rector de la Universidad de Notre Dame.

De la primera dejó unas páginas extraordinarias, Memorias de guerra de un capellán (El Buey Mudo), que acaban de ser publicadas en español. Un relato entretenido y directo de la vida de un sacerdote en una unidad, el 88º Regimiento de Infantería, que vivió intensos combates y campañas durísimas. Como él mismo reitera, a veces eran peores éstas que aquéllos, porque la vida del soldado movilizado no encuentra obstáculos solamente en el fusil enemigo, también en el hambre, el frío (o el calor), las chinches y las enfermedades. Aparte de una buena descripción táctica de los movimientos del Ejército del Potomac, las memorias del padre Corby ofrecen una imagen realista de la vida militar y de la vida sacerdotal en filas. Salvo algunos días sueltos, consiguió recitar el oficio divino durante toda la guerra, celebrar misa en abundantes ocasiones -algunas realmente brillantes, cuando el ejército acampaba para una larga temporada- y acompañar en su último paso (previa absolución o incluso previo bautismo) a miles de soldados moribundos y a algún que otro condenado a muerte.

David Cerdá, traductor de la obra, que ha enriquecido con numerosas notas para contextualizar circunstancias y personajes, es un buen conocedor de la época y de la importancia de las hazañas de la Brigada Irlandesa para que cambiase la consideración en la que eran tenidos los católicos en Estados Unidos.

 

David Cerdá García ha traducido y anotado las memorias del padre Corby.

-¿Qué papel ocupa el testimonio del padre Corby en el conjunto de la bibliografía sobre la Guerra de Secesión y cuál es su valor histórico en ese sentido?

-Como se menciona en el prólogo, Walt Whitman escribió: «Nunca pusimos la guerra en los libros», refiriéndose a este conflicto. Hay abundante bibliografía histórica sobre el conflicto, para estudiosos, y algunas novelas estupendas, como la trilogía escrita por el premio Pulitzer Michael Shaara. También hay grandes memorias como las del general Grant, que mencionan obviamente el conflicto. Pero el testimonio de Corby es extraordinario por su cercanía y su humanidad. Recoge circunstancias militares, pero no el típico relato inflamado y épico de un oficial ni el recuento de hazañas de un soldado. Hay honor y gloria, por supuesto, pero también horror, piedad, y muchas otras cosas más. En tal sentido, es un libro único.

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-¿Por qué hay un monumento a Corby en Gettysburg?

-Por el empeño del coronel St. Clair Augustine Mulholland y el apoyo y testimonio del resto de miembros vivos del 88º Regimiento en particular y de la Brigada Irlandesa en general. De un lado, Corby personificó la entrega, el valor y la fuerza espiritual de los capellanes en la contienda; de otro, la absolución de las tropas realizada en Gettysburg fue un acto singularísimo que conmovió por su hondura y autenticidad a muchos cristianos, católicos o no.

La estatua de William Corby en Gettysburg es obra del escultor Samuel A. Murray. Hay una copia idéntica en la Universidad de Notre Dame, de la que fue luego rector. Foto: Pinterest.

-¿Cómo influyó la guerra en la consideración general sobre el catolicismo?

-En tiempos del padre Corby el catolicismo era contemplado con recelo, cuando no con hostilidad. El norteamericano medio, furiosamente republicano, sospechaba de cualquier sometimiento a una autoridad, de modo que quienes obedecían al Papa recibían con frecuencia el escarnio ajeno. Corby y la Brigada Irlandesa, mediante muestras de extraordinario valor y de una piedad que no abundaba precisamente entre los soldados, supieron alterar ese juicio, ganado respetabilidad para la confesión católica en suelo estadounidense.

-¿Cuál fue la participación de los católicos en la Guerra de Secesión?

-Hubo católicos en ambos bandos. Para empezar, porque virtualmente todos los oficiales de la contienda compartieron aula. West Point era la única academia militar importante por entonces. Pero fueron mucho más abundantes en la Unión. Hubo muy pocos católicos esclavistas, una cuestión esencial, aunque no la única que originó la guerra. Del lado de la Unión lucharon unos 200.000 católicos; del lado de la Confederación, unos 40.000.

El autoengaño sudista ante los vientos de guerra, en Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939), basada en la novela homónima de Margaret Mitchell (1900-1949). Aunque fuertemente partidaria de la Confederación, Mitchell es muy dura al censurar los errores del Sur en el planteamiento político de la guerra.

-¿Cuál era su origen?

-Los católicos estadounidenses de este siglo eran esencialmente irlandeses y alemanes (los italianos y los polacos no llegaron apreciablemente hasta la década de 1890). Siendo minoritarios frente a los protestantes, y por la cuestión de obediencia antes descrita, fueron ciudadanos de segundo rango precisamente hasta la Guerra Civil. Tras esta, y merced a la Decimocuarta Enmienda, se les trató en pie de igualdad con el resto de confesiones. El catolicismo se vio muy reforzado tras la guerra.

-¿Sólo por el papel jugado por los soldados católicos?

-No solo por sus combatientes, también por sus clérigos, y señaladamente por las monjas. Estamos en un tiempo en el que no existen las enfermeras profesionales. Muchísimos heridos y moribundos pasaron por las hermanas de las Hijas de la Caridad, las Hermanas de la Misericordia, Las Hermanas de la Santa Cruz, etcétera. Sus cuidados, su entereza y su sacrificio dejo una huella imborrable entre los norteamericanos.

-¿Por qué el Vaticano fue el único estado que reconoció la Confederación?

-Lo cierto es que el Vaticano nunca reconoció la Confederación. Esta fake new, que diríamos hoy (ya por entonces había, y siempre ha habido), se extendió entre otras cosas gracias a que la propagó el mismísimo Robert E. Lee. Lo único que hizo el pontífice de aquel tiempo, Pío IX, fue dirigir una carta al presidente de la Confederación, Jefferson Davis, una carta encabezada con una fórmula de cortesía que el jefe de la diplomacia confederada, Ambrose Dudley Mann, tradujo mal y, posiblemente, de forma interesada, como “Al Honorable Presidente de los Estados Confederados de América”. No existió reconocimiento de facto ni apoyo diplomático real. Era imposible: hubo católicos en ambos bandos, también irlandeses en ambos bandos. Durante la contienda, en la que el pontífice trató de cumplir un papel conciliador, el Papa trató tanto con John Hughes, arzobispo de Nueva York (Unión), como con Jean-Marie Odin, arzobispo de Nueva Orleáns (Confederación). Con todo, el papel más destacado de lo irlandés y católico durante la guerra correspondió a la Brigada Irlandesa, es decir, estuvo del lado de la Unión.

La rendición del general Robert Lee ante el general Ulysses Grant, futuro presidente (1869-1977), en Appomattox (Virginia), el 9 de abril de 1865. Cuadro de Thomas Nast (1840-1902). 

-Y eso tuvo luego consecuencias beneficiosas...

-Como se ha mencionado, la Guerra Civil fue una prueba durísima en la que los católicos dieron una gran lección de fe, entrega y valor. Derramaron su sangre, perdieron la vida, y lo hicieron con una enorme convicción. Después de eso, los estadounidenses sencillamente ya no pudieron considerarlos ciudadanos de segunda.

-¿Qué lecciones sobre el servicio sacerdotal en el ámbito castrense ofrecen estas memorias?

-Hasta hace muy poco, un capellán se jugaba la vida en las batallas. Todavía lo hacen, aunque mucho menos, pues las guerras han cambiado mucho. La Guerra de Secesión fue la última guerra antigua y al primera moderna. Los sacerdotes daban la extremaunción mientras silbaban las balas en derredor suya, tenían que asistir a personas que agonizaban durante horas, pasaban hambre y frío, morían de enfermedad como los soldados. Eran valerosos soldados y a la vez se debían por encima de todo a su fe y debían obediencia a Dios. Su postura, entre la piedad y la milicia, era extremadamente complicada, y exigía una gran fortaleza en la fe y una humanidad desmesurada. La capellanía castrense es algo muy serio y exigente.

Una escena de Hermanos de sangre [Band of brothers], serie de 2001 que tuvo a Steven Spielberg y Tom Hanks entre los productores. Refleja la vida de una compañía de paracaidistas estadounidenses en la batalla por el centro de Europa tras el desembarco de Normandía. Un capellán asiste a los heridos, impertérrito ante los disparos. "¿Estás viendo lo que yo?", dice uno de los soldados. "¡Locos irlandeses!", contesta el otro.

-¿Fue Corby un modelo de capellanes en campañas posteriores?

-El padre Corby y sus memorias fueron muy conocidos en su tiempo y poco después de su muerte. Luego, pese a su labor en la Universidad de Notre Dame, su rastro se pierde. Es difícil que en las guerras mundiales hubiese muchos que aún supieran de sus vivencias. Pero el trabajo ya estaba hecho: respetabilidad para la fe católica, igualada en valía y consideración a las protestantes. El hecho de que con posterioridad a él (a quien se le negó) todas las medallas de Honor entregadas en Estados Unidos lo hayan sido a capellanes católicos muestran hasta qué punto él derribó una barrera.

John Fitzgerald Kennedy sale de misa con su esposa Jacqueline en 1962, en Newport (Rhode Island). Fue el primer presidente católico de Estados Unidos, un cargo que parecía vetado hasta entonces para alguien que no fuera protestante.

-Y abrió un camino que otros transitaron...

En este sentido, y el general respecto al catolicismo norteamericano, el papel del padre Corby fue esencial. El elemento católico está ahora plenamente integrado en la idiosincrasia estadounidense. Puede decirse que sin el padre Corby y la Brigada Irlandesa, Estados Unidos no hubiese tenido jamás un presidente como John F. Kennedy.

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