Una marca que fue familiar, al servicio de la transformación de las conciencias
Disney ha dejado de ser un mundo para niños: «El reino de hadas hace tiempo que no es seguro»
En su crítica a Toy Story 4 en Catholic World Report, Nick Olszyk sentencia: "Nunca creí que tendría que decir esto, pero allá va: siempre debes ver una película familiar antes de permitir que la vean tus hijos. Ya no puedes simplemente asumir que es apropiada y sana para ellos. ¡Qué triste final para una hermosa franquicia!". La franquicia es, en este caso, Pixar, cuya cuarta entrega de la serie protagonizada por juguetes no solo muestra fugazmente a una niña acunada por sus "dos madres", sino que, según Olszyk, invierte la filosofía moral de la serie, sustituyendo el "servicio a los demás" de los juguetes al niño por su propia "autoafirmación".
En 1995 se inauguró la serie Toy Story, uno de los mayores éxitos de la factoría Disney/Pixar.
Pixar es una filial de Disney, una marca identificada con lo familiar y lo inocente inmersa desde hace años en un cambio radical que ya no permite esa identificación inmediata. La multinacional del entretenimiento sigue estando asociada, en el imaginario colectivo, a los largometrajes fantásticos de sus inicios, a los personajes que ha hecho famosos en todo el mundo. Sin embargo, hoy es una sofisticada maquinaria de propaganda del pensamiento dominante, como explica Mario Iannaccone en Il Timone, quien advierte también a los padres: "Vigilad porque lo que los niños absorben en los primeros diez años de vida les influirá para siempre".
Disney no es un mundo para niños
La importancia que ha tenido la obra de Walt Disney (1901-1966), norteamericano de Chicago, en la imaginación de las generaciones de la posguerra en todo Occidente -y no solo en Occidente- es inmensa, profunda, y tal vez aún siga pendiente de estudio.
Dibujante, director de cine, productor de películas -también de dibujos animados-, empresario, Disney (el primero que comprendió la potencialidad expresiva de los dibujos animados) ha difundido en el mundo, también gracias al potencial estadounidense de postguerra, eso que antes se definía como "el sueño americano".
Walt Disney con el que sigue siendo gran icono de la casa: Mickey Mouse.
Disney entró en nuestras vidas a través de un universo de fantasía, de historias fantásticas, de personajes originales como el Pato Donald, o surgidos de obras literarias como Peter Pan y Mary Poppins. Reescribió los cuentos del folclore clásico recogidos por los Hermanos Grimm, pero también los que inventaron fabulistas como Hans Christian Andersen o Collodi. Pinocho es más conocido hoy en día en la versión de Disney que en la original.
El Bien y el Mal, la Verdad y la Mentira, en Pinocho (1940).
Masonería, pero también ethos tradicional
La vida de Disney es la de un hombre apasionado, genial, pero también cínico. Experimentaba continuamente y tras los primeros éxitos apostó, a partir de los años cuarenta, por los largometrajes animados. En sus obras siempre se observó la frecuente ausencia de la figura del padre, o de símbolos cristianos, algo singular en un productor que había nacido en Chicago, en una familia protestante, y que vivía en un país que en esa época era cristiano. De hecho, se pueden hacer algunas observaciones y levantar algunas críticas a obras como Blancanieves y los siete enanitos, o La bella durmiente del bosque, observaciones que se explican con la convencida adhesión del autor a la masonería.
Sin embargo, estas obras de Walt Disney, comparadas con las que se producen actualmente, incluso por parte de la misma Disney, son aceptables, incluso ingenuas: se trata, en su gran mayoría, de espectáculos para toda la familia, en los que la familia es la protagonista. Si bien es verdad que edulcoró los cuentos del folclore europeo, o reelaboró algunas de sus características, lo que queda es aceptable y mantiene su valor educativo.
Por lo demás, según nuestra vara de medir, la obra de Disney se incluye en lo que León XIII y Pío XI llamaban "americanismo", una visión propia y particular del mundo, que no coincide con las tradiciones europeas, sobre todo la católica. No obstante, la larga serie de largometrajes con actores producidos por la Disney Pictures (action movies) son ejemplos, a veces deliciosos, de un mundo que ya no existe, que mantenía la distancia entre niños y adultos, y consideraba importante la educación tradicional.
La familia Banks, en Mary Poppins (1964) de Robert Stevenson, la más célebre de las action movies de Disney. Con actores reales, transmitían una visión del mundo similar a las películas de dibujos animados.
La muerte de Walt y los nuevos inversores
Los verdaderos problemas surgen tras la muerte de Walt en 1966, y la de su hermano Roy Oliver, en 1971, que había recibido el legado. A partir de los años setenta, Disney se transforma y es cada vez más grande para llegar, al cabo de los años, al borde de la quiebra.
El verdadero cambio tiene lugar tras una serie de fracasos y los intentos que hubo de compra durante la dirección de Roy Edward Disney, sobrino del fundador. En esa época entran en la sociedad magnates y financieros de Hollywood como Will Eisner y Jeffrey Katzenberg. Bajo su influencia, entre 1989 y 1999, tiene lugar lo que se denomina la Disney Renaissance, un cambio total de visión, una transformación en el modo de comprender qué es el espectáculo, y con la difusión de ideologías anticristianas entre las mentes creativas de Disney.
La gran empresa adopta ese modo de pensar y de influir que hoy se define políticamente correcto en todos los sentidos (también los peores). La producciones de éxito, que van desde La sirenita (1989) a Tarzán (1999), pasando por Pocahontas (1995), Hércules (1997) y El rey león (1994), muestran signos evidentes de ese pensamiento: panteísmo, relativismo, apertura a la ideología gay y fuerte crítica a la civilización "blanca".
Bajo el impulso de la nueva ideología, la Disney dirigida por Walt Disney fue acusada de haber promovido estereotipos de género y el racismo, y el fundador fue acusado de ser un "príncipe oscuro" (así lo definía la biografía de Marc Eliot de 1993). En resumen, la Disney actual tiene que enmendar los errores del pasado con un nuevo rumbo.
El giro radical de los años 2000
En los años 2000, tras un periodo de producciones que parecían acercarse de nuevo al espíritu originario (producciones Pixar distribuidas por Disney, como Toy Story [1995] y Buscando a Nemo [2003]), tiene lugar una transformación aún más radical tras la muerte de Roy Edward Disney en 2009.
En Buscando a Nemo sí aparece la figura del padre como algo esencial, sabio y salvador.
Con nuevos patrocinadores, Disney se transforma en un gigante del espectáculo que abjura de su primera vocación de productor de películas para niños y familias. Y si aún se concibe como tal, lo hace bajo las nuevas directrices ideológicas. Se dirige, sobre todo, a un público adulto y adopta una visión políticamente correcta en tema sexual, religioso, "racial". Abraza la lucha contra los llamados estereotipos de género y en sus producciones es cada vez más evidente la deriva anticristiana, común, por otra parte, a todo el cine mainstream.
La deriva se acentúa después de que Disney compre la distribución directa de producciones Warner y, después, Marvel Studios. La nueva dirección realiza una transformación de gran magnitud, poniendo en evidencia lo que ya se había visto en las producciones del decenio Disney Renaissance. Son de este periodo las características vulgares de las producciones Dreamworks de Spielberg, Katzenberg y Geffen, que traicionan el significado de los cuentos: pensemos en Shrek (2001), en el que una joven no se "eleva", como en los cuentos, sino que desciende, transformándose, haciéndose fea, cuando se casa con un ogro vulgar ridiculizando, así, los anteriores cuentos de Disney.
La transformación más profunda, verdadero giro de 180º grados, nos lleva a las producciones Disney de estos últimos quince años, cuando surgen películas como Maléfica (2014), en la que el bien y el mal son totalmente invertidos con la excusa de defender a las minorías. Incluso las mejores producciones, como Frozen (2013), inoculan sutiles venenos de los cuales, sin embargo, si queremos, nos podemos defender.
El ejemplo de Maléfica
Sin embargo, es imposible defenderse de Maléfica: aquí se muestra la bruja maligna como una víctima y se justifica su adhesión a una especie de satanismo. La historia cambia total y literalmente la iniciación a la vida de la joven protagonista del cuento de Charles Perrault y los Hermanos Grimm, La bella durmiente del bosque, que ya había sido convertido en película de animación por Disney en 1959. Esta bruja-demonio, que seduce y arrastra al lado oscuro a la joven protagonista, practica la magia negra y lleva cuernos.
La consecuencia de todo esto: la llegada del Orgullo Gay a Disneyland París. Los que fueron los lugares consagrados a la diversión de los niños se convierten, hoy, en los lugares de la representación de la nueva ideología de la fluidez de género, de la crítica a la familia. Que todo esto se esté llevando a cabo de manera oculta y no clara hace que el papel de los padres sea aún más crucial: vigilad, por tanto, porque lo que los niños absorben en los primeros diez años de vida les influirá para siempre. El reino de hadas de Disney hace tiempo que no es seguro; en él merodea Maléfica.
Traducción de Helena Faccia Serrano.