Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

El cardenal Newman será canonizado el 13 de octubre

El «subversivo» consejo de Newman a esos cristianos a quienes pretenden expulsar de la vida pública

El «subversivo» consejo de Newman a esos cristianos a quienes pretenden expulsar de la vida pública
F. Murray Abraham, oscarizado en 1984 por «Amadeus», es el cardenal Newman en el biopic «The Unseen World [El mundo invisible]» (2010) , de Liana Marabini.

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El próximo 13 de octubre, Francisco canonizará al cardenal John Henry Newman (1801-1890), el converso al catolicismo más influyente en Inglaterra desde el cisma anglicano. No solo por la estela de conversiones relevantes que siguieron a la suya, sino por sus aportaciones doctrinales sobre algunos puntos de doctrina católica. Como la relación entre la conciencia y la vida pública de los católicos, a la que consagra un reciente artículo en el Catholic Herald el responsable de medios del comité para su canonización, Jack Valero:

John Henry Newman fue recibido en la Iglesia a los 44 años, ordenado sacerdote católico a los 46 y elevado al cardenalato por León XIII a los 78 años sin ser obispo.

Un cristiano que cree que el aborto es algo malo en todas las circunstancias o que el matrimonio es sólo entre un hombre y una mujer ¿es apto para la vida pública hoy en día? Este tipo de cuestiones pueden construir o acabar con una carrera política; sin embargo, no son nuevas. John Henry Newman se enfrentó a todas ellas hace unos 150 años.

En noviembre de 1874, cuando William Gladstone perdió las elecciones y se retiró de su cargo como primer ministro, tuvo tiempo para escribir un panfleto sobre el Concilio Vaticano I, que había finalizado unos años antes. Visto que el Papa había declarado su infalibilidad, comentó, los católicos no sólo habían perdido su libertad intelectual, sino también se habían convertido en personas no aptas para la vida pública.

El liberal William Gladstone fue primer ministro del Reino Unido durante más de doce años en cuatro periodos de diversa duración entre 1868 y 1894.

Varios católicos se asustaron -la Emancipación católica había tenido lugar menos de cincuenta años antes- y le pidieron a Newman que respondiera a la acusación. El resultado fue su Carta al Duque de Norfolk  (1875), el último libro completo publicado por Newman.
En su primera sección, Newman presenta el objetivo de dicha Carta: "La cuestión principal planteada por el señor Gladstone creo que es esta: ¿pueden ser los católicos personas de confianza para el Estado? Su conciencia, sometida a una potencia extranjera, ¿no podrá ser utilizada por ésta en cualquier momento, para gran desconcierto y perjuicio del gobierno civil bajo el que viven?"

El libro de Newman (arriba) está dirigido al XV Duque de Norfolk, Henry Fitzalan-Howard (abajo), católico como era tradicional de ese ducado y muy activo en las obras de la Iglesia.

Su respuesta no fue sólo "sí" o "no". Fue un estudio sutil de la cuestión. Se esforzó en explicar minuciosamente qué estaba incluido y qué no lo estaba en la reciente definición de infalibilidad papal. Pero también intentó interpretar para los lectores británicos contemporáneos muchos otros documentos de la segunda mitad del siglo XIX procedentes de la Santa Sede, como el Syllabus errorum, que parece condenar el liberalismo de manera inequívoca.

El Beato Pío IX (Giovanni Maria Mastai-Ferretti) publicó en 1864 la encíclica Quanta Cura, que incluía como anexo un compendio (Syllabus) de los ochenta "principales errores de nuestro siglo", de matriz liberal, naturalista o racionalista, que el Papa había ido condenando en documentos previos.

El centro de esa Carta es su capítulo sobre la conciencia, que a partir de entonces ha sido utilizado  por la Iglesia católica como fuente de enseñanza sobre este tema, tal como cita, por ejemplo, el Catecismo publicado en 1992, más de un siglo después de la muerte de Newman.

Newman veía la conciencia como la voz de Dios hablando al corazón de cada persona, ayudándola a actuar de manera justa. "Esta visión de la conciencia", dice Newman, "es muy distinta de la que tienen habitualmente la ciencia y la literatura, y la opinión pública, de hoy en día. Está fundada en la doctrina según la cual la conciencia es la voz de Dios, mientras que en general ahora está de moda considerar que, de una manera u otra, es creación del hombre".

"La conciencia es un supervisor severo", sigue, "pero en este siglo ha sido sustituida por una falsificación de la que nunca se ha oído hablar en los dieciocho siglos anteriores, y por la que nunca hubiera podido confundirse. Es el derecho a la autodeterminación".

Veinticinco años antes, en uno de sus discursos "sobre la actual posición de los católicos en Inglaterra", Newman había defendido un entendimiento de la conciencia según el cual ésta, aunque muy personal, no era meramente subjetiva. A los católicos no había que decirles sólo lo que tenían que hacer, sino que debían seguir su conciencia; pero esta también necesitaba ser orientada a través de un conocimiento adecuado de la propia fe.

De ahí que no sea sólo una cuestión de obedecer ciegamente a Dios porque es omnipotente y supremo. Dios es también la verdad y la bondad mismas. Dios desea el bien y la verdad porque Él es bueno y verdadero. Su deseo no es arbitrario. Con el estudio y el uso de la razón, nuestra conciencia nos puede ayudar a discernir cómo buscar el bien y la verdad en el caso de la vida real y la política. Por consiguiente, en las cuestiones morales, la Iglesia sólo nos recuerda lo que una conciencia adecuadamente formada debería conocer por sí misma.

Newman lo expresó en términos claros y contundentes al final del capítulo sobre la conciencia con la ya famosa cita: "Ciertamente, en caso de verme obligado a hablar de religión en un brindis de sobremesa -cosa que, desde luego, no parece muy probable- brindaré '¡Por el Papa!' con mucho gusto; pero primero '¡Por la conciencia!' y, después, '¡Por el Papa!'".

En su novela distópica de 1932 Un mundo feliz, Aldous Huxley describe una sociedad en la que los seres humanos son fabricados (según estándares diferentes: alfa, beta o gamma), viven permanentemente drogados y a los que no se les permite pensar por sí mimos. Al final del libro, el Interventor Mundial Mustafá Mond explica al héroe de la novela que ha guardado bajo llave determinados libros porque son peligrosos y hacen pensar a la gente; y le enseña clásicos espirituales y literarios como la Biblia, Shakespeare y la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis.

En la miniserie de la BBC Un mundo feliz, dirigida por Burt  Brinckerhoff en 1980, encontramos la conversación que describe Jack Valero, aunque reducida al mínimo y solo con referencia a Shakespeare, a partir del minuto 3:01:38.

Entre ellos también hay algunos textos del cardenal Newman. El Interventor entonces empieza a citar algunos sermones parroquiales de Newman: "No somos más nuestros de lo que es nuestro lo que poseemos. No nos hicimos a nosotros mismos, no podemos ser superiores a nosotros mismos. No somos nuestros propios dueños. Somos propiedad de Dios. ¿No consiste nuestra felicidad en ver así las cosas? ¿Existe alguna felicidad o algún consuelo en creer que somos nuestros?". Para el Interventor Mundial, un llamamiento como este a una autoridad más alta que él es peligroso.

Desde luego, la visión de Newman de que un cristiano debe estar movido por una conciencia informada para actuar según un estándar más elevado que el del orden establecido se puede considerar como algo profundamente subversivo.

¿Es un cristiano una persona apta para la vida pública? Si los cristianos siguen su conciencia bien formada e informada, entonces ciertamente son las personas más aptas para tener un papel en la vida pública, y los gobiernos deben servirse de ellos para todo tipos de funciones y roles. Porque un cristiano así tiene un sentido muy claro de lo que está bien o está mal, de lo que es bueno y verdadero. Un hombre o una mujer preocupados, ante todo, por el juicio de la conciencia serán sin duda mejores servidores públicos que otros que actúan sólo movidos por el juicio de las masas.

Traducido por Elena Faccia Serrano.

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