Jesús lo hizo, ¿por qué tú no?, sugiere el padre Maximilien Le Fébure Du Bus
Descansar es también una necesidad espiritual: las útiles consideraciones de un canónigo regular
El padre Maximilien Le Fébure du Bus es canónigo regular en la abadía de Lagrasse (Francia).
La Orden de los Canónigos Regulares está sujeta a la regla de San Agustín, pues remonta su origen al deseo del obispo de Hipona de que en torno al episcopado hubiese una comunidad de clérigos con voto de pobreza y vida íntegra. Fue fundamental en la conformación de la Cristiandad medieval, sobre todo a partir de su reestructuración tras el sínodo romano de 1059, presidido por el cardenal Hildebrando, futuro Papa Gregorio VII. Tras haber dado a la Iglesia diez Papas y más de ochenta santos y beatos, sufrió las consecuencias de la Revolución de 1789 en Francia, con persecuciones y expropiaciones, y desde entonces perdió mucho de su fuerza e impacto popular.
Algunos de los monjes, canónigos regulares, de la abadía de Lagrasse.
Pero sigue viva y actuante, y hoy en Lagrasse son cuarenta monjes: veinte sacerdotes, diez en camino de serlo y diez hermanos legos. La abadía es un centro de atracción espiritual, y el padre Le Fébure Du Bus es uno de los más renombrados y solicitados también para conferencias fuera del convento.
Acaba de publicar un Elogio espiritual del descanso (Cristiandad) escrito no para el ámbito monacal -aunque también le es aplicable-, sino para el mundo exterior en el que viven los cientos de personas que desde hace treinta años tienen en ese monasterio un lugar de refugio y consejo.
Aunque un elogio de estas características podría considerarse innecesario, porque descansar parece una aspiración universal, lo que propone el padre Le Fébure es más bien una reconsideración de lo que consideramos reposo, porque también existe un "activismo en los tiempos llamados libres": "¡Al final de éstos, cuántos adultos están más agotados a fuerza de haber multiplicado los extras y acortado las noches! Mi cuerpo y mi espíritu están ahora tentados sin cesar. Mi lentitud y mi calma no se tienen en consideración. Mis ojos y mis oídos están muy solicitados. Consecuencias: fatiga, dispersión, depresión".
Descansar es otra cosa, que implica sueño, sí ("¡Dormid bien!", aconsejaba San Francisco de Sales a las monjas cistercienses de Port Royal, al borde del rigorismo jansenista), pero también evitar la pereza, definida por este fraile, según la tradición clásica, como "hacer algo distinto del deber".
El padre Maximilien, durante una conferencia de este 6 de octubre en el santuario de Lourdes, con motivo de la peregrinación del Rosario.
Más que buscar un punto medio, el padre Maximilien hace algunas consideraciones para que le demos al descanso el importante lugar que le corresponde, no solo para renovar fuerzas físicas y mentales, sino para marcar nuestras prioridades en la vida y cambiar de mentalidad.
Éstas son algunas de esas consideraciones, muy útiles para convencernos de emprender la 'ruta del descanso'.
1. Descansar es algo que Dios quiere de nosotros
Primero, porque nuestro premio es descansar en Él: "¿No vive el cristiano con la vista puesta en el descanso eterno del cielo? ¿Por qué no anticipar este descanso y tratar de obtener aquí abajo un anticipo?"
Segundo, porque Jesucristo es nuestro modelo de conducta e imitarle, la clave de la perfección moral y espiritual: "Jesús descansó y, al descansar, me dio ejemplo... Dios mismo descansa". En dos ocasiones, antes del milagro de la multiplicación de los panes y los peces (Mc 6, 31) y en el Huerto de los Olivos, Él mismo invitó a sus discípulos a descansar, aunque fuese un descanso vigilante que, en este segundo y dramático episodio, no cumplieron.
Tercero, porque el sueño, que ocupa "un lugar de honor" entre los descansos de orden físico, tiene un lugar preeminente en las Sagradas Escrituras, donde es "ocasión de las visitas de Dios". "Como yo", resume el padre Maximilien, "el Dios hecho hombre necesita dormir y eso me da seguridad. Como yo, Cristo conoce el cansancio y la fatiga... Sí, Cristo experimenta la fatiga y debe descansar. Viene así a liberarme de mis eventuales escrúpulos".
2. El descanso da más valor a lo más importante
Como decía Georges Bernanos, "no se comprende absolutamente nada de la civilización moderna si no se admite, antes que nada, que es una conspiración universal contra toda clase de vida interior". El padre Le Fébure Du Bus ahonda en esta idea, al lamentar -sin acusar, pues no es solo una decisión personal- que los hombres de hoy vivan absorbidos por el trabajo: "La fatiga y las preocupaciones los dominan, pero no quieren -o no pueden- renunciar a su obra. No gozan nunca del verdadero descanso. Se confunden con un trabajo que los domina".
Esto no era así antes de la Modernidad: "Para nuestros ancestros, el trabajo no constituye un fin en sí mismo... El centro de gravedad de la vida es el descanso o el ocio, y no el trabajo, que sigue siendo un medio indispensable para vivir, pero que no pretende dar acceso a la felicidad. La inversión de los valores se ha impuesto poco a poco merced a los avances técnicos y a los retos económicos". De hecho, el trabajo es definido en latín por vía negativa: el negotium [negocio] se contrapone al otium [ocio], es el nec-otium [no-ocio].
En esta visión de las cosas, el descanso es el tiempo que uno dedica a lo más valioso: Dios, la familia, uno mismo en su dimensión más elevada. "Las realidades importantes" son aquellas que "merecen que pierda el tiempo por ellas; no se obtienen con la prisa o el desasosiego; solo ellas dan sentido a mi existencia", afirma el autor de Elogio espiritual del descanso.
3. Descansar es un signo de humildad
En línea con lo anterior, el padre Maximilen sugiere "renunciar un instante a la actividad realizada -incluso santa y lograda-, distanciarse de ella, aceptar no apropiarse de ella. En definitiva, hacer un acto de humildad".
Abandonar durante un cierto periodo el trabajo, el lugar donde nos volcamos en aras de la necesidad material, sitúa a nuestro yo en su lugar exacto: "En cierta manera, al descansar reconozco mis límites, obro con humildad. Al liberarme de mí mismo y de mis preocupaciones, el descanso me introduce en la libertad de los hijos de Dios".
Es más, el descanso "reafirma la primacía divina" porque, "al desconectar, vuelvo a tomar conciencia de mi dependencia original respecto de mi Creador. Y esto lo logro sin tensión. ¿No es una forma de alabarlo?"
4. El descanso se hace en presencia de Dios
¡Nada más reconfortante que alabar a Dios con una buena siesta! Pero Le Fébure hace una apología del reposo, no de la holganza, es decir, del abandono de las obligaciones, pues "el descanso exigido por Cristo se hace siempre en su presencia".
La razón por la que el descanso es alabanza es que implica necesariamente confianza en Él: "Solo la presencia de Dios asegura verdaderamente la paz. A su lado, el alma está confiada y encuentra su descanso... Cuando Jesús invita a sus amigos al descanso, es siempre una llamada a gozar de su presencia y de su intimidad". No es una invitación a alejarse de Él con el pecado de la pereza.
5. Honrar el domingo es parte esencial del descanso
Dios "descansó el día séptimo de toda la obra que había hecho" (Gén 2, 2). El descanso es, pues, "la cima de su obra creadora": "Tal respiro no es inactivo: es una obra en toda regla. Si crear durante seis días es una acción divina, descansar también lo es", subraya el padre Maximilien. Tanto, que no es un consejo, sino un precepto de la Ley de Dios y de los mandamientos de la Iglesia.
Por tanto, "cuando celebro el descanso de Dios", es decir, al santificar los domingos, "proclamo que el trabajo humano no es mi valor último; hago de mi descanso un homenaje a Dios... Respetar el sábado es recordar nuestra dependencia respecto del Creador. Es hacer memoria de la bondad de Dios para con nosotros".
Y eso se hace con "momentos de calidad" para "pasar tiempo con Él, mirarlo, escucharlo, cantarlo, esto es lo que Le agrada".
Parte de esa alabanza es "darle valor" al domingo "mediante diversos signos visibles" porque "no es un día como los demás": endomingarse para ir a misa, la calidad de los platos que se comen, "el bonito mantel sobre la mesa familiar". Con todo ello "sacralizo un tiempo muy a menudo profanado".
El monje de Lagrasse propone cosas muy concretas: "Dejar el iPad en la oficina y no consultarlo en la cama, trabajar más el sábado con el fin de preservar el domingo, agenciarse regularmente un tiempo de soledad o de retiro en un convento cercano, son actitudes proféticas en una sociedad hiperactiva. Al hacer esto, manifiesto a todos -y a mí mismo- que ya no estoy dominado por la acción, por la presión del sistema, por el primado de la eficacia. Redescubro el sentido primero de mi existencia, que no me viene impuesto por lo inmediato. Este sentido viene de más lejos, de más arriba".
6. El silencio es esencial para el descanso
Por último, y en una línea similar a la del cardenal Robert Sarah y su reivindicación del silencio, Le Fébure afirma que "el hombre solo puede hallar reposo en el silencio... Sin silencio, no puedo discernir ni elegir". Un silencio que no es ocioso, sino "meditativo, admirativo, contemplativo".
Frente a él, alerta de la que llama "adicción a la música" y del "estar sometido a un fondo sonoro constante, incluso en las ceremonias litúrgicas", lo que nos hace incapaces de encontrar "una tranquilidad humanizadora" para conseguir una "renovación interior".
* * *
Al final, todo, descanso y silencio, convertidos en oración, han de servir para conducirnos a Dios: "¿No debo aceptar 'perder el tiempo' con Él? ¿No puedo pasar un poco más de tiempo con Él?". Al fin y al cabo, "la vida interior es esto: una vida de amistad con Dios. Mediante la oración, llevo a cabo un encuentro íntimo en el que mi alma descansa en Dios".