El análisis de la psicóloga católica Anne Lastman: los abusadores fueron antes abusados
Explicando el abuso a menores: una adicción, una parafilia y con rasgos propios en el clero
¿Por qué hay abusadores sexuales de niños y adolescentes? ¿Qué es lo que les mueve? ¿Les atraen especialmente los entornos de iglesia o religiosos?
Sobre estos temas habla con franqueza Anne Lastman, psicóloga y terapeuta católica que lleva más de 25 años trabajando con mujeres víctimas del aborto y también con víctimas de abuso sexual (dos males que a menudo van juntos). Su libro "Hidden Pain" es fruto de su experiencia con víctimas de abusos.
La psicóloga y terapeuta Anne R. Lastman es autora de Hidden Pain, sobre abusos sexuales.
Ha escrito un artículo publicado por la FIAMC (la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas) donde establece que en el abusador a niños se juntan dos cosas: el trauma psíquico previo (a menudo, haber sido él mismo abusado de niño) y la adicción que desarrolla a las hormonas sexuales que segrega al abusar. El fruto es una parafilia, un trastorno sexual.
Es una adicción, y se da en toda la sociedad
"La razón detrás del abuso sexual de menores no se entiende [en muchos ambientes] como lo que de verdad es: una adicción, igual que cualquier otra adicción. Y antes que eso, una repetición de un trauma personal previo. Una vez embarcado en eso, todo el camino hacia ser abusador se convierte en una necesidad para el perpetrador", advierte la psicóloga.
Denuncia que en todo el mundo la Iglesia y otras entidades buscan combatir el abuso a menores sin plantearse en serio cómo surge y qué lo causa. Se necesitarán programas "para abordar esta parafilia", afirma. Pero eso requiere entender cómo surge.
"El abuso a menores es una parafilia. No tiene nada que ver con el sacerdocio, ni el católico ni ningún otro. Es una atracción sexual hacia los niños, y ha existido desde antes que los humanos supieran encender una hoguera, y aunque ha sido un tabú universal en las culturas de la historia conocida, no se ha erradicado en nuestra época de avances técnicos", constata.
No basta con centrarse en entornos eclesiales
Si todos los abusadores en iglesias o escuelas fueran localizados y castigados, ¿acabarían los abusos a menores? No, avisa, porque seguirían dándose en las familias o en entornos de amigos.
La atención "extra" que la prensa y algunos gobernantes conceden a los abusos en entornos católicos (en contraste con el mucho menor que prestan a otras religiones o entornos) se debe, simplemente, a que por un lado el catolicismo es la mayor comunidad religiosa mundial -por lo tanto, junto a muchos buenos clérigos habrá también un porcentaje de clérigos abusadores- y, por otro, dice claramente, a que hay quien odia las doctrinas católicas.
El abuso sexual es, dice, "una forma de intimidad distorsionada, un acto violento, que destruye al alma". Es correcto escuchar a las víctimas, pero ellas no saben explicar el por qué de los abusos, porque ellas hablan de su pérdida, su dolor, sus heridas...
Los abusadores sufrieron a su vez abuso
¿De dónde viene el abuso? "La investigación da una respuesta: los sacerdotes abusadores vienen de familias donde ellos mismos sufrieron abuso. Sus parientes -especialmente padres, hermanos, tíos, abuelos y en ocasiones mujeres- abusaron de ellos sexualmente. Y los abusadores, a su vez, también habían sido antes abusados. El trauma sexual transgeneracional continúa hasta que hay una resolución".
Por supuesto, se entiende que aunque muchos abusadores, quizá una mayoría, hayan sido víctimas de abusos, eso no significa que la mayoría de víctimas de abusos vayan a convertirse en abusadores: ni es inevitable ni es mayoritario. Pero sí hay una relación entre ser abusador y haber sufrido abusos.
Hay estudios que se han preguntado: ¿por qué hay padres que abusan de sus propios hijos? ¿Por qué rompen el fuerte tabú que impide a los padres las relaciones sexuales con sus hijos, sobrinos, niños y niñas?
Y la respuesta de los investigadores ha sido: el abusador buscaba repetir con el niño su propia historia, lo que él ya vivió, para 'tomar control' sobre su historia.
Pero se le añade un factor más: esa búsqueda enseguida se convierte para ellos en adicción, porque el sexo tiene capacidad adictiva. Repiten los actos y las víctimas, y así esa aberración psicológica pasa a la siguiente generación.
Otra causa que los investigadores apuntan es que el abusador busca la cercanía y el amor nutricio que sus propios padres le negaron, quizá por sentirlos ausentes, o no ser cariñosos, o desentenderse del hijo... Tiene un desarrollo incompleto y busca esa intimidad en los niños, pero su relación con el niño enseguida adquiere carga sexual y se "engancha" al placer sexual que provoca.
Los psicólogos en los años 70 sabían muy poco
La psicóloga apunta que en los últimos 50 años se ha investigado mucho sobre el abuso a niños (no sólo en la Iglesia, sino en general). Pero la mayoría de psicólogos, hasta hace poco, desconocía el tema. La autora recuerda que durante décadas, un psicólogo podía estudiar y sacar su título sin oír ni una vez la palabra "pedofilia".
"Cuando los casos empezaron a salir a la luz" (la psicóloga parece referirse a los casos que se conocieron en EEUU ya en los años 70 y 80) "los terapeutas pensaban que podía curarse con terapia y apoyo espiritual, con retiros, sacramentos y acompañamiento [counselling]. Por desgracia, como hemos visto, la pedofilia, como cualquier adicción, es difícil de eliminar, y los retiros, sacramentos y acompañamiento no funcionan, así que la nueva idea fue trasladar al perpetrador a otro lugar lejos de la víctima de su deseo".
Pero en otros lugares, los pedófilos encontraban nuevas víctimas: así, un puñado de abusadores podían dañar a muchos niños.
La autora constata que la cura de esta adicción es "casi imposible", aunque la adicción en sí se puede "gestionar" si hay un "fuerte deseo" por parte del adicto de controlar su adicción.
Lo específico en casos eclesiales
En el caso concreto de los entornos de iglesia, y también en los escolares, se da un añadido especial. Es el caso de los jóvenes -hombres o mujeres- que sufrieron abuso y ahora trabajan en la parroquia o en la escuela.
Sufrieron traumas, y ahora, trabajando con niños, tarde o temprano encuentran niños que tienen sus propias heridas.
Intentan ayudar a esos niños, pero a la vez esperan que tratar con esos niños cure las heridas de su pasado infantil. Es, dice la psicóloga, una forma de "reconectar con el pasado y mirar en 'lo que me pasó', incluso lo llamaría un tipo de voyeurismo, mirar al dolor del otro, sin ser visto, para curarme".
Cree que en cierto momento, algo en algún niño, actúa como un "activador" y activa en el adulto herido su vieja herida y la necesidad de actuar sobre ese niño, que quizá le recuerda lo que vivió en su infancia.
Otro factor peculiar que esta psicóloga sospecha que se da en ambientes religiosos es que precisamente muchas personas que se sienten sucias, heridas o indignas por el abuso que sufrieron, son las que se hacen sacerdotes o religiosos, buscando ofrecer a Dios algo bueno, y esperando así que Dios las "complete" o "repare" su herida.
Puede darse también en pastores casados, o catequistas, que ofrecen su tiempo y servicio. Los célibes, además, buscan ofrecer a Dios su sexualidad célibe. Quizá ni siquiera recordaban el abuso que sufrieron en la infancia, aunque sintieran necesitar "limpiarse". Pero una vez trabajando con niños, cuando encuentran 'la víctima', se activa en ellos el mecanismo hacia el abuso.
Lastman cita a otro psicólogo, el doctor Robert Grant, que escribió sobre los abusos en entornos eclesiales en sus libros de 1994 y 1995: "los hombres y mujeres víctimas [de abusos en la infancia] a menudo buscan refugio en la vida clerical y religiosa de un mundo caracterizado por la explotación y el dolor. Carentes de cuidados psicológicos y de habilidades capaces de protegerles en un mundo hostil, perciben el convento o el seminario como un santuario psicológico". Eso significa que cabría esperar entre los clérigos un mayor porcentaje de personas con heridas desde su infancia.
Por eso, los formadores de seminarios y noviciados deben localizarlos e impedir su ingreso hasta que hayan pasado las etapas naturales del desarrollo psicosexual.
El abuso a menores genera adolescentes y adultos heridos, que a su vez herirán luego a otros si no se corta el patrón.
No hay maquiavélicos infiltrados en el clero
Lo que Anne Lastman niega rotundamente es que las personas con deseo de abusar se hagan sacerdotes pensando pacientemente en que así, con tiempo, tendrán acceso a niños.
Considera "ridículo" pensar que haya abusadores que maquiavélica y pacientemente planeen dedicar muchos años de estudio y formación para ser sacerdote, y luego más años para ser párroco, con autoridad y autonomía, para poder acceder a niños. "Sería como decir que un mirón se hace médico o ginecólogo para poder ver cuerpos desnudos o partes íntimas de mujeres", desdeña.
También rechaza que el celibato aumente el riesgo de pedofilia, puesto que se dan muchos abusos pedófilos en familias y en clero casado (protestante, judío, ortodoxo y de otras denominaciones). Además, detalla, si el problema fuera el celibato, los clérigos incontinentes acudirían a mujeres adultas. Pero no: buscan niños o adolescentes.
"La realidad es que el pedófilo no nace pedófilo", afirma, rotunda, Anne Lastman. "Algo pasó entre la inocencia y la pedofilia". Y lo que pasó, a menudo, fue el abuso sexual en la propia infancia.
Más niños dañados, más futuros abusadores
¿Y qué sucederá en el futuro? Los niños en los últimos 15 años tienen acceso fácil a todo tipo de escenas perturbadoras en Internet, en su móvil, en el ordenador, y a personas que se las envían o enseñan. Cabe esperar más adultos con heridas en su infancia, no menos.
Cuando ha habido años de adolescencia o infancia llena de angustia, es más fácil engancharse a las adictivas hormonas ligadas al sexo y al placer, que se activan en el abusador novato, y le recompensan y le hacen repetir y buscar más víctimas.
Como psicóloga y terapeuta que ha trabajado con víctimas de abuso, Lastman ve que los agresores no sólo son agresores (aunque lo son), sino que antes y aún son también víctimas.
"Llamar con ira a los abusadores 'herramientas de Satán' no sirve para nada. Es el tipo de comentarios que la prensa usaría", lamenta la psicóloga. Recuerda que San Juan Pablo II, en Evangelium Vitae en 1985, puntualizaba que "ni siquiera un asesino pierde su dignidad personal". Es más útil, propone, orar por víctimas y perpetradores, y tratar de romper el ciclo del abuso y el acceso de los abusadores a los menores.
La diferencia entre pedófilos y efebófilos
Anne Lastman no entra a comentar la diferencia entre las edades de las víctimas. El mecanismo que ella describe, encaja especialmente bien con los pedófilos propiamente dichos: aquellos que buscan como víctimas a niños prepúberes, aún no adolescentes, los de 11 años o menos.
Ese mecanismo puede encajar también con los efebófilos, los que buscan muchachitos ya adolescentes (de 12, 13, 14, 15 años). Pero se ve ampliado por el factor homosexual. En distintos países se constata: en entorno eclesial, un 95% de abusadores y un 80% de víctimas son hombres. Contrasta con los datos de la sociedad en general, donde un 80% de víctimas son chicas.
Cuando hombres adultos buscan iniciar en las prácticas homosexuales a chavales de 12, 13 o más años, el perfil adquiere nuevos tintes: homosexuales adultos que buscan parejas sexuales manejables y manipulables, y no niños pequeños.
El lazo entre la homosexualidad y la iniciación sexual no querida a manos de adultos abusadores ya ha sido motivo de atención en otras ocasiones, y merece mayor estudio.
En 2017, en el Huffington Post el homosexual Chad Felix Greene, después de explicar como fue seducido por un homosexual adulto cuando él era adolescente, e iniciado en la vida gay, advirtió de la frecuencia con que eso sucede.
"Los hombres gay parecen tener la opinión generacional de que el sexo con adolescentes es un rito de iniciación y una necesidad", lamentaba. Calculaba que uno de cada tres jóvenes gays o lesbianas han sido obligados a tener sexo contra su voluntad, y “lo más probable es que hayan sido forzados a ello por un adulto”. Ponía el ejemplo de que un 80% de los casos de VIH en varones entre 13 y 24 años son gays o bisexuales, y “no es probable que chicos entre 13 y 17 años hayan sido infectados por otros chicos de su edad”. En resumen: veía generalizado el hecho de que los varones adultos buscan adolescentes para "iniciar", y pedía "detener este patrón generacional de abuso".
He ahí un factor que añadir, especialmente cuando los abusos en entornos eclesiales se dan contra varones adolescentes.