Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Buen sastre y mejor catequista

por Victor in vínculis

El padre Pedro Aliaga Asensio, Consejero General de la Orden de los Trinitarios, con motivo de la beatificación del año 2007 escribió un libro titulado “Entre palmas y olivos. Mártires trinitarios de Jaén y Cuenca” (Córdoba-Madrid, 2007). El trabajo presenta a los primeros mártires trinitarios del siglo XX que llegan a los altares. Entre 1936 y 1937, murieron de forma cruenta, víctimas de la persecución religiosa de España, hasta 20 religiosos y 3 monjas de clausura de esta Familia religiosa. De su trabajo tomamos la historia del Beato Juan de la Virgen del Castellar.
 
En La Mancha toledana
 
Juan Francisco Joya Corralero nació en Villarrubia de Santiago (Toledo) el 16 de mayo de 1898, y fue bautizado en la iglesia parroquial de San Bartolomé dos días más tarde. Su infancia fue difícil; siendo muy pequeño murió su madre; su padre, hombre rudo e incrédulo, lo maltrataba porque el muchacho era de índole piadosa y decía que quería ser religioso. Fue monaguillo en la parroquia del pueblo, y era considerado un niño «muy bueno, que se portaba bien con todos los chicos», según lo recordaba un anciano del lugar.
 
Cuando tenía 16 años se marchó a trabajar a Madrid, a una tienda de combustibles en la calle del Príncipe, cerca de la iglesia de los trinitarios de la calle Echegaray. Frecuentando la iglesia, conoció la Orden y pidió entrar en ella. Fue admitido para hermano cooperador, tomando el hábito en Algorta el 16 de diciembre de 1918; escogió el apellido religioso «de la Virgen del Castellar» por devoción a la Patrona de su pueblo natal.
 
La profesión simple la realizó el 8 de febrero de 1920. Poco después fue enviado por los superiores a Santiago de Chile, donde emitió la profesión solemne el 26 de julio de 1923. De Chile fue trasladado a Buenos Aires (donde destacó como catequista en el Colegio “Madres Argentinas”), y de allí a Roma (convento de San Carlino) donde residió entre 1930 y 1932. Tras un brevísimo período en Madrid, fue enviado a Belmonte, de donde fue conventual hasta su muerte.
 
Fray Juan era de temperamento jovial y alegre. Fue un buen sacristán, portero y sastre. En Belmonte fundó la Pía Asociación de la Santísima Trinidad (sección de niños) y la Asociación del Niño Jesús. La primera constaba de unos 70 niños, la segunda de unos 20, que todavía no habían hecho la primera comunión. Todos sus desvelos eran para los niños. Les daba el catecismo, y les exponía con maestría ejemplos para animarles a la piedad, al amor a Dios y a la Virgen María. Era todo un espectáculo para la gente de Belmonte asistir a las comuniones generales de niños organizadas por Fray Juan, tanto por la devoción y compostura de los niños, como por los adornos de los altares a base de ramos y guirnaldas de flores, que él preparaba con arte singular. Tenía paciencia admirable en los ensayos de cantos con los niños, ya que no tenía buen oído. Cuando le parecía que ya habían aprendido bien el canto, llamaba al organista para el ensayo general en la iglesia. Organizaba monumentales chocolatadas para los críos en los claustros del convento, juegos, una biblioteca infantil, catequesis, sesiones de teatro, haciendo las delicias de pequeños y grandes.
 
Devotísimo de su patrona, la Virgen del Castellar, compuso y editó una novena que, durante muchos años, fue practicada por la gente de Villarrubia de Santiago. Llamaba la atención a quienes le conocieron que, siendo un hombre con poca preparación intelectual, fuera capaz de ser tan buen pedagogo y de tener tantas iniciativas educativas coronadas con el éxito; su bondad, sencillez, alegría e imaginación suplieron en él la falta de estudios.
 
Soy Juan Joya Corralero, de Villarrubia de Santiago
 
De su caridad habla elocuentemente el detalle de que, habiéndose podido poner a salvo, no quiso dejar solo al Padre Luis en el convento. Cuando lo detuvieron quisieron fusilarlo en la misma portería, y fue objeto de burlas, insultos y amenazas. Cuando lo sacaron de la prisión de Belmonte para llevarlo a Cuenca, dijo estas palabras a la mujer del carcelero, que tenía varios hijos en las asociaciones trinitarias: «Lo que más siento son los niños de la Cofradía de la Santísima Trinidad, que los dejo para siempre ahora que tanta falta les hace la educación cristiana». En la cárcel se comportó como un religioso ejemplar, ayudando en cuanto podía a sus compañeros, en constante oración. Aprovechaba las cartas del P. Santiago para enviar mensajes a sus amigos, los niños: «A Crucete, de parte de Juan, que salude a los demás niños y que sean buenos» (14-8-36). «Encargue a Crucete y a Pepito, de parte de Juan, que recomiende a los niños pedir mucho a nuestra Patrona la libertad» (24-8-36).
 
Sufrió el martirio, junto a otros tres religiosos de su convento de Belmonte (Cuenca), el 24 de septiembre de 1936, tras algunos días pasados en prisión. Se trataba de los padres:
 
Beato Luis de San Miguel de los Santos (en el siglo, Luis de Erdoiza y Zamalloa). Nació el 25 de agosto de 1891 en el lugar de Amorebieta (Vizcaya). Tras haberse consagrado a Dios con los votos solemnes en 1910, recibió el orden sacerdotal el año 1916. Fue profesor y superior del convento de Belmonte, y definidor provincial.
 
Beato Melchor del Espíritu Santo (en el siglo, Melchor Rodríguez Villastrigo). Nació el 28 de enero de 1899 en el pueblo de Laguna de Negrillos (León). Emitió su profesión solemne el año 1921; en 1924 recibió la ordenación sacerdotal. Se entregó a la enseñanza, a la predicación y al ministerio del confesonario. Por los tiempos del martirio era, desde hacía poco tiempo, superior del convento de Belmonte.
 
Beato Santiago de Jesús (en el siglo, Santiago Arriaga y Arrién). Nació el 22 de noviembre de 1903 en el pueblo de Líbano de Arrieta (Vizcaya). Se consagró a Dios con los votos solemnes en 1924; recibió el sacerdocio en 1927. Fue maestro y profesor de los novicios.
 
Fray Juan era consciente de la certeza del martirio. Cuando examinaron sus restos, en 1939, le encontraron en un bolsillo del pantalón un papelito en el que había escrito su nombre y el pueblo de su nacimiento para que pudieran identificarlo: «Soy Juan Joya Corralero, de Villarrubia de Santiago (Toledo)». También se le encontró una medalla de la Patrona de su pueblo, su querida Virgen del Castellar.
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