Un estilo de pobreza que sale caro.
Como católicos, estamos llamados a poner en práctica la austeridad; es decir, evitar acumular o llenarnos de cosas; sin embargo, al mismo tiempo, tenemos que estar atentos para no caer en un estilo de pobreza que, a simple vista, pareciera sinónimo de sencillez y coherencia, pero que, haciendo números, sale muy caro. Por ejemplo, cuando un sacerdote, religioso/a o laico, decide comprarse el reloj más barato del mercado, aparentemente, está siendo pobre, en contraposición con el que busca uno de mayor calidad; sin embargo, ¿quién es más austero? Aunque suene raro, el que invirtió más. ¿Por qué? Es sencillo. Si te compras uno barato, del plástico más “x” que puedas encontrar, tendrás que cambiarlo con mayor frecuencia que si le inviertes a uno compuesto de mejores materiales que, aunque caro, puede durar toda la vida.
Esto debe invitarnos a la reflexión, porque hay una cierta tendencia a exagerar la pobreza o la austeridad en el vestir entre católicos, lo cual, lejos de asemejarnos a Jesús, nos lleva a un tipo de narcisismo espiritual. Si, teniendo los recursos suficientes, alguien se viste de forma exageradamente desarreglada, hace daño, porque puede que los demás le ayuden en primera instancia pensando que está pasando por un mal momento y, con ello, se desplace a los que verdaderamente necesitarían de ese apoyo. Por lo tanto, la austeridad, esa que Jesús nos propone a todos, debe ser bien entendida para evitar las pobrezas costosas.