Religión en Libertad

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El ser humano es incapaz de cambiar nada a nivel planetario, y mucho menos a nivel galáctico y cósmico. (Aunque lo peor es que, sin la Gracia, es absolutamente incapaz de cambiarse a sí mismo).

Los mismos ateos militantes, mercaderes satánicos y científicos sobornados por la plutocracia capitalista que nos venden que la Tierra es apenas una mota de polvo en la inmensidad azarosa del universo, y nos animan a considerar al hombre como algo poco menos valioso que un germen fecal, esos mismos graciosos pretenden que el germen humano tenga poder para trastornar la vida de nuestro precioso planeta, con tanta eficacia como podría hacerlo un terremoto, un volcán o un meteorito.

Para los cristianos, que sí podríamos reivindicar nuestra humana condición de nada en relación a Dios –“Yo soy el ser; tú eres la nada”, Le dijo a Santa Catalina de Siena-, resulta especialmente cómico que los sesudos científicos que reconocen que el 90% del universo es “materia oscura” -es decir: no tienen ni idea de qué es-, nos instruyan sobre cómo conservar el 10% restante en la mota de polvo terráquea. Para ellos, oh incoherencia, somos a la vez amebas insignificantes y dioses. Todo es mentira, naturalmente; mentira en su versión más hipócrita: la propaganda, la cual, como las pistolas, es buena si sirve al Bien Supremo que es Dios, y mala si lo hace al mal supremo que es satán o lucifer.

La soberbia humana, esa que nos convierte en perfectos idiotas ciegos y guías de ciegos, inventa excusas ecológicas para que las multinacionales ganen dinero a espuertas, los gobiernos nos arruinen con impuestos y los medios nos metan el miedo en el cuerpo con la misma táctica del timo de la venta de seguros: el miedo al futuro y el silencio sepulcral sobre la Divina Providencia.

Si la soberbia mata y asesina, la vanidad no solo ve al ser humano como un dios sino que pretende ponerle pedestales en el otro mundo: el pintor de “El gran divorcio”, lucidísima aproximación al Cielo de C. S. Lewis, quería seguir con su obra en el Más Allá divino, sin entender que la profecía que es el Arte se hace innecesaria en la Vida Eterna. Hay escritores que, no lo entiendo, pretenden lo mismo y lo cuentan con orgullo… En fin, les propongo que lean dos cosas: este texto que sigue, publicado en “El Debate”; y la verdadera biografía de Santa Teresita, la única biografía, la que arde en sus páginas y nos repele por su abismal humildad, escrita por un genio olvidado: Maxence Van der Meersch; está editada por Rialp.

“En 1808 se produjeron una o varias erupciones volcánicas en el suroeste del océano Pacífico que dejaron un aumento significativo de los azufres estratosféricos. En 1812 entraron en erupción los volcanes La Soufriere en la isla de San Vicente, en el Caribe, y el volcán Awu, en la isla Sangihe, en las Indias Occidentales Holandesas. En 1813 el volcán Suwa-no-se Jima, de las islas Tokara de Japón, entró en erupción; y al año siguiente le tocó el turno al monte Mayón, en las islas Filipinas.

En 1815 el volcán monte Tambora, en las islas Sumbawa, en Indonesia, tuvo una erupción de magnitud 7 en el Índice de Explosividad Volcánica (VEI). El más alto jamás alcanzado en el registro histórico. Se calcula que sólo la última erupción arrojó a la atmósfera entre 37 y 45 kilómetros cúbicos de roca dura. La acumulación de material en la atmósfera, consecuencia de la intensa actividad volcánica acumulada en los últimos años, dieron lugar a todo tipo de aberraciones climáticas y a un desastre agrícola que genéricamente sería conocido como «el año que no hubo verano».

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