Para don José Saramago, a propósito de su muerte
por Guillermo Urbizu
Me enteré de su muerte en cuanto las agencias de noticias lo pregonaron a los
cuatro vientos. En lo primero que pensé fue en su mujer, le soy sincero. ¿Qué
puede importar la literatura, las ideologías o el barullo de la vida en un
momento así? Importa que la persona que uno ama ya no está contigo. Todos lo
sabemos. Y es muy duro. Inmediatamente recé por usted. Pensé que era lo que más
le podría servir a estas alturas. Espero que haya sido así, y le advierto que
lo seguiré haciendo. De corazón se lo digo. Y me preocupé por aquellas dos
cartas que le escribí de manera pública, como ahora ésta, a raíz de alguno de
sus comentarios impíos sobre la Iglesia, y sobre otras palabras suyas contra el
Papa, ya sabe, en la presentación de su novela “Caín”. Me preocupé por si le
había faltado a la caridad, lo reconozco. Porque al final de todo uno se queda
con el alma a solas en el juicio de Dios. Y por más que pensemos que tenemos
razón y nos escuezan determinadas palabras, el caso es que desde la caridad la
perspectiva cambia como por ensalmo. La caridad es claridad. Pero somos hombres
y salimos al trapo. Aunque reconocerá que se excedió un poco.
Don José, no creo que a día de hoy -es una forma de hablar- siga siendo ateo.
Tampoco creo que durante su vida terrena lo fuera nunca de una manera
completamente radical. El hondón del alma humana es un misterio demasiado
íntimo y complejo, y supongo que habría momentos de dudas e incertidumbres.
Puede que hasta con ganas de creer en Cristo. No lo sé. Pero lo que si sé es
que Dios nunca deja sólo a nadie ante el miedo o el vacío. Por más que lo
queramos revestir de lo que sea. No es cuestión de inteligencia, devanándonos
los sesos en alucinantes teorías. La misericordia divina nos ronda y a veces salta
a la vista o toma por asalto el corazón. En cualquier rincón de la vida o puede
que en el postrer momento. Usted no estaba hecho para la muerte, era -y lo
sigue siendo en un sentido inefable- un artista, una persona preocupada por el
alma del mundo (no sé decirlo de otra manera). Quería transformar la realidad
injusta y deseaba arrancar un poco de felicidad para sus semejantes. Otra cosa
era el procedimiento. ¿Cómo juzgarle? Su obra es la rabia ante todo esto. La
impotencia. Y yo leo en usted unas ganas locas de esperanza.
Le voy a decir algo. Nada es en balde, nada es en vano. La oración es un poder
muy grande. Y la literatura es, en innumerables ocasiones, una plegaria. Puede
que escondida o camuflada entre fantasías, equívocos, blasfemias o retóricas
alharacas. Pero hay un deseo innato, un anhelo, una cifra que Dios no deja de
leer con cariño de Padre. Él es el único lector que se adentra en nuestra más
profunda inquietud y significado. Usted, puede que sin ser del todo consciente,
rezaba. Y eso Dios se lo habrá tenido en cuenta, estoy seguro. Escribir es una
forma de amor, o de querer amar, o de ser amado. Escribir es recogerse en el
alma y contar o cantar la nostalgia que tenemos de ser felices por completo;
puede que rebelándonos no pocas veces ante el dolor, el infortunio o la soledad
de infinidad de gentes. No acabamos de comprenderlo. Y ahora, ya, usted sabe
cómo eran en realidad las cosas, y hasta donde llegaban cada uno de sus actos o
palabras.
Rezo por su alma don José Saramago. Es lo cristiano y lo único sensato. No todo
se acaba. Sigue usted vivo.