Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Para don José Saramago, a propósito de su muerte

por Guillermo Urbizu

 


Querido don José:


Me enteré de su muerte en cuanto las agencias de noticias lo pregonaron a los cuatro vientos. En lo primero que pensé fue en su mujer, le soy sincero. ¿Qué puede importar la literatura, las ideologías o el barullo de la vida en un momento así? Importa que la persona que uno ama ya no está contigo. Todos lo sabemos. Y es muy duro. Inmediatamente recé por usted. Pensé que era lo que más le podría servir a estas alturas. Espero que haya sido así, y le advierto que lo seguiré haciendo. De corazón se lo digo. Y me preocupé por aquellas dos cartas que le escribí de manera pública, como ahora ésta, a raíz de alguno de sus comentarios impíos sobre la Iglesia, y sobre otras palabras suyas contra el Papa, ya sabe, en la presentación de su novela “Caín”. Me preocupé por si le había faltado a la caridad, lo reconozco. Porque al final de todo uno se queda con el alma a solas en el juicio de Dios. Y por más que pensemos que tenemos razón y nos escuezan determinadas palabras, el caso es que desde la caridad la perspectiva cambia como por ensalmo. La caridad es claridad. Pero somos hombres y salimos al trapo. Aunque reconocerá que se excedió un poco.


Don José, no creo que a día de hoy -es una forma de hablar- siga siendo ateo. Tampoco creo que durante su vida terrena lo fuera nunca de una manera completamente radical. El hondón del alma humana es un misterio demasiado íntimo y complejo, y supongo que habría momentos de dudas e incertidumbres. Puede que hasta con ganas de creer en Cristo. No lo sé. Pero lo que si sé es que Dios nunca deja sólo a nadie ante el miedo o el vacío. Por más que lo queramos revestir de lo que sea. No es cuestión de inteligencia, devanándonos los sesos en alucinantes teorías. La misericordia divina nos ronda y a veces salta a la vista o toma por asalto el corazón. En cualquier rincón de la vida o puede que en el postrer momento. Usted no estaba hecho para la muerte, era -y lo sigue siendo en un sentido inefable- un artista, una persona preocupada por el alma del mundo (no sé decirlo de otra manera). Quería transformar la realidad injusta y deseaba arrancar un poco de felicidad para sus semejantes. Otra cosa era el procedimiento. ¿Cómo juzgarle? Su obra es la rabia ante todo esto. La impotencia. Y yo leo en usted unas ganas locas de esperanza.


Le voy a decir algo. Nada es en balde, nada es en vano. La oración es un poder muy grande. Y la literatura es, en innumerables ocasiones, una plegaria. Puede que escondida o camuflada entre fantasías, equívocos, blasfemias o retóricas alharacas. Pero hay un deseo innato, un anhelo, una cifra que Dios no deja de leer con cariño de Padre. Él es el único lector que se adentra en nuestra más profunda inquietud y significado. Usted, puede que sin ser del todo consciente, rezaba. Y eso Dios se lo habrá tenido en cuenta, estoy seguro. Escribir es una forma de amor, o de querer amar, o de ser amado. Escribir es recogerse en el alma y contar o cantar la nostalgia que tenemos de ser felices por completo; puede que rebelándonos no pocas veces ante el dolor, el infortunio o la soledad de infinidad de gentes. No acabamos de comprenderlo. Y ahora, ya, usted sabe cómo eran en realidad las cosas, y hasta donde llegaban cada uno de sus actos o palabras.


Rezo por su alma don José Saramago. Es lo cristiano y lo único sensato. No todo se acaba. Sigue usted vivo.

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