Sam Rutigliano: la presión se vence con el Evangelio
por Rafa Cervera
Una de las grandes bendiciones que tuve trabajando en los Barcelona Dragons fue conocer a Sam Rutigliano. ¡Quién me iba a decir que aquella persona que veía cada domingo dirigir a los Cleveland Browns por televisión acabaría siendo compañero mío de trabajo 20 años después en Europa! ¡Quién me iba a decir que le ayudaría a preparar la boda de su hija, Kerry!
A Kerry la casó un gran amigo de mi familia, el Padre Agustín de la Vega, uno de los hombres que más admiro -vaya nervios pasamos con el envío de papeles de la Diócesis de Cleveland a la de Barcelona y, posteriormente, a la parroquia de Sitges-.
Sam, que llevó a los Browns hasta la antesala de la Super Bowl, fue nombrado Entrenador del Año en Estados Unidos en 1980. Dirigía un conjunto de juego vistoso y gran habilidad para remontar partidos difíciles al que apodaron The Kardiac Kids. Pero como suele pasar en el deporte de equipo, cuando las cosas se torcieron en Cleveland, cuatro años más tarde, el entrenador fue señalado como máximo responsable del “desastre” (¿le suena Señor Pellegrini?) y fue destituido del cargo.
Sam describe en su libro Pressure (Presión) esta dura vivencia y cómo se puso en manos de Dios para convertirla en algo positivo. Su libro se basa en la forma de enfrentarse a situaciones de presión, que todos afrontamos en la vida, y superarlas como lo haría un cristiano. En lugar de buscar otro equipo profesional, Sam comenzó a trabajar ayudando a terminar sus estudios a chicos desfavorecidos de los peores barrios de Cleveland.
Unos años después, se convirtió en el entrenador principal de la modesta universidad de Liberty. Cuando se retiró, un viejo amigo de su juventud, Jack Bicknell, entrenador de los Barcelona Dragons, le llamó a ver si quería echarle una mano en Europa. Sam lo pensó detenidamente y… aceptó. Era su oportunidad de devolverle al fútbol americano parte de lo que este deporte le había dado. Para muchos, era imposible creer que el gran entrenador de los Browns trabajara en una liga de segunda división y ni siquiera lo hiciera como entrenador principal.
¿Cómo aprendió Sam a dirigirse a Dios para manejar esas situaciones de presión que pueden abrumar a cualquiera de nosotros en la ajetreada y complicada existencia que nos hemos impuesto?
Siendo un matrimonio muy joven, Sam y Barbara -quienes por cierto acaban de cumplir 50 años de casados- tuvieron que viajar de noche en coche de Montreal a Maine, donde trabajaban en un campamento de verano. Barbara, como enfermera, tenía que poner unas inyecciones a unos niños del campamento y debían estar allí a primera hora de la mañana.
Pararon por el camino a comprar unos donuts por el camino y Sam recuerda –lo explica muy bien en su libro- como le dio un donut a su pequeña hija de cuatro años, Nancy. Después, el entrenador no recuerda nada de lo ocurrido. Se quedó dormido y el coche volcó. Su primera imagen fue la de su mujer sangrando y la falta de Nancy dentro del automóvil. Sam bajó del coche y vio el pequeño cuerpo de su hija, inerte, sin vida, al lado de una rueda.
El funeral fue muy duro y muy triste, pero al final un amigo se le acercó y dijo una frase que cambiaría para siempre su vida y la de su mujer:
-Dios os ofrece a ti y a Barbara la gran oportunidad de explicarle al mundo cómo un creyente supera algo así-, y añadió una cita del Evangelio:
“En la casa de mi Padre hay muchas moradas; yo voy a prepararos un lugar. Cuando lo haya hecho, volveré y os tomaré conmigo, para que dónde esté yo estéis también vosotros”.
Desde ese día y hasta la fecha, Sam ha dado infinidad de charlas explicando su historia para influir y cambiar muchas vidas, charlas que serán motivo de algún otro artículo en este blog. En todas ellas y allá donde va, siempre lleva consigo una vieja Biblia marcada en una página: Juan 14, 2-3.
A Kerry la casó un gran amigo de mi familia, el Padre Agustín de la Vega, uno de los hombres que más admiro -vaya nervios pasamos con el envío de papeles de la Diócesis de Cleveland a la de Barcelona y, posteriormente, a la parroquia de Sitges-.
Sam, que llevó a los Browns hasta la antesala de la Super Bowl, fue nombrado Entrenador del Año en Estados Unidos en 1980. Dirigía un conjunto de juego vistoso y gran habilidad para remontar partidos difíciles al que apodaron The Kardiac Kids. Pero como suele pasar en el deporte de equipo, cuando las cosas se torcieron en Cleveland, cuatro años más tarde, el entrenador fue señalado como máximo responsable del “desastre” (¿le suena Señor Pellegrini?) y fue destituido del cargo.
Sam describe en su libro Pressure (Presión) esta dura vivencia y cómo se puso en manos de Dios para convertirla en algo positivo. Su libro se basa en la forma de enfrentarse a situaciones de presión, que todos afrontamos en la vida, y superarlas como lo haría un cristiano. En lugar de buscar otro equipo profesional, Sam comenzó a trabajar ayudando a terminar sus estudios a chicos desfavorecidos de los peores barrios de Cleveland.
Unos años después, se convirtió en el entrenador principal de la modesta universidad de Liberty. Cuando se retiró, un viejo amigo de su juventud, Jack Bicknell, entrenador de los Barcelona Dragons, le llamó a ver si quería echarle una mano en Europa. Sam lo pensó detenidamente y… aceptó. Era su oportunidad de devolverle al fútbol americano parte de lo que este deporte le había dado. Para muchos, era imposible creer que el gran entrenador de los Browns trabajara en una liga de segunda división y ni siquiera lo hiciera como entrenador principal.
¿Cómo aprendió Sam a dirigirse a Dios para manejar esas situaciones de presión que pueden abrumar a cualquiera de nosotros en la ajetreada y complicada existencia que nos hemos impuesto?
Siendo un matrimonio muy joven, Sam y Barbara -quienes por cierto acaban de cumplir 50 años de casados- tuvieron que viajar de noche en coche de Montreal a Maine, donde trabajaban en un campamento de verano. Barbara, como enfermera, tenía que poner unas inyecciones a unos niños del campamento y debían estar allí a primera hora de la mañana.
Pararon por el camino a comprar unos donuts por el camino y Sam recuerda –lo explica muy bien en su libro- como le dio un donut a su pequeña hija de cuatro años, Nancy. Después, el entrenador no recuerda nada de lo ocurrido. Se quedó dormido y el coche volcó. Su primera imagen fue la de su mujer sangrando y la falta de Nancy dentro del automóvil. Sam bajó del coche y vio el pequeño cuerpo de su hija, inerte, sin vida, al lado de una rueda.
El funeral fue muy duro y muy triste, pero al final un amigo se le acercó y dijo una frase que cambiaría para siempre su vida y la de su mujer:
-Dios os ofrece a ti y a Barbara la gran oportunidad de explicarle al mundo cómo un creyente supera algo así-, y añadió una cita del Evangelio:
“En la casa de mi Padre hay muchas moradas; yo voy a prepararos un lugar. Cuando lo haya hecho, volveré y os tomaré conmigo, para que dónde esté yo estéis también vosotros”.
Desde ese día y hasta la fecha, Sam ha dado infinidad de charlas explicando su historia para influir y cambiar muchas vidas, charlas que serán motivo de algún otro artículo en este blog. En todas ellas y allá donde va, siempre lleva consigo una vieja Biblia marcada en una página: Juan 14, 2-3.
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