Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Ser padre consiste en tener el corazón a punto

por Guillermo Urbizu


 

 

 
Ser padre consiste en tener el corazón a punto, presto para cualquier contingencia. Da igual la hora, el trabajo o el estado de ánimo. Y con la voluntad dispuesta a sortear lo que sea. Ahí estás; ¡preparado, listo, ya! Atento a levantarse del sofá como un rayo, a dejar el libro que llevas entre manos y leer en sus ojos la preocupación de ese hijo. El corazón amante, que no da nada por supuesto. El amor de guardia las 24 horas del día. Siempre pendiente del menor detalle. Sin retroceder ni un paso. Esa luz, los dientes, hazte la cama. Y esas almas que se empeñan en dejarse las cosas para mañana. ¡Qué empeño! Y esa fiebre que abrazas y que besas en su frente. La ropa blanca con la blanca y la de color con la de color. ¿Tanto cuesta? Cuéntame hijo, dime cómo te ha ido la jornada. Hija mía, déjame ver esa sonrisa. Y eres feliz en su mirada, y vas viendo cómo se inauguran sus vidas y cómo crecen tan deprisa. El corazón se encoge de nostalgia. Pero hay que seguir, seguir, seguir. Crecer con ellos, ganar altura y perspectiva. No hay que perder de vista su ingenuidad o sus primeras mentiras, y hablar muy claro de cualquier certeza. Ser padre es creer en tus hijos, y que ellos crean en ti. Que te cuenten el alma, las dudas, las risas. No todo son exámenes, por supuesto, pero hay que repasar la lección de la vida, día a día, con sus virtudes y esfuerzos, con sus amores y sueños, con su literatura y su ética, o su biología. Mostrarles la felicidad de lo sencillo. Y la libertad de su espíritu. Asomarse con ellos al balcón y como quien no quiere la cosa hablar de la belleza, de Dios, de la brisa. Hablarles de ti, de lo que piensas. Rezar juntos un poema (para el que ama no hay nada imposible) o hacer de una conversación intrascendente algo único en sus vidas. Que cuando pase el tiempo te diga: “Papá nunca podré olvidar aquellos geranios, o el batido de naranja y fresa que nos tomamos después de correr en bicicleta”. Ser padre es decirles a los hijos sorpresas. Algo como: “Callad, callad, ¿no habéis oído? Callad y escuchad”. –“Papá, no se oye nada”. “Callad…, es el silencio, la única manera de escucharos por dentro, de saberos vivos”. Cosas así. Sorpresas de amor. “Ven hija, por favor”. “¿Qué quieres ahora?”. “Veras hija, es que necesito un beso”. Y ese beso dura toda una vida. Y hasta puede que los hijos de tus hijos se sorprendan también con el recuerdo de ese silencio o de ese beso. “Papá ¡qué cosas tienes!”. Los hijos esperan siempre de un padre lo inaudito, la disciplina de la verdad y el sortilegio del cariño. Yo sé que les gusta que su padre sea compinche y comanche y espía y aliado. Les gusta que les provoques, que les exijas, que les perdones, y que escuches con ellos esa música que se dejó la melodía por alguna parte. Ser padres, en definitiva, es sentirse todavía hijos. Y mostrarnos como somos, sin disimulos. Y no darse por vencidos.

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