Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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La dirección espiritual como tratamiento de choque

por Guillermo Urbizu


 

Todos necesitamos de consejo y guía. Y cuanto más alto y seguros nos creamos, mayor es la necesidad. Todos necesitamos, en cualquier campo de la actividad humana, de un maestro, de un amigo, de alguien que nos avise del peligro o de la soberbia, esa persona que se atreva a llevarnos la contraria con cariño, que esté ahí, justo cuando la precisamos. Una persona que, precisamente porque nos conoce y nos quiere, nos corrige y nos dice las cosas a la cara, y si es preciso nos consuela o nos anima a proseguir el camino de la vida. Pensamos que podemos con todo, que no nos fallarán las fuerzas, y que nada ni nadie deben entrometerse en lo más nuestro. Orgullosos, trajinamos displicentes por los días y las semanas, teniéndolo todo muy medido, muy programado, muy sujeto. ¡Qué seguros estamos de nosotros mismos! El trabajo (debo progresar más y ganar más), la familia (hago lo que puedo) y una dosis suficiente de ego (para lo que siempre hay tiempo). Pero no todo es tan perfecto. Llegan momentos de humillación laboral, o una crisis matrimonial, o un vacío repentino que nos acongoja el alma. Momentos en los que no sabemos muy bien qué hacer con nuestra vida. Momentos en los que nos quedamos mirando a las paredes y sentimos la intemperie de todo. Momentos en los que nada es seguro y la desazón nos abate. Momentos en los que tal vez se posa Dios en los labios. Tal vez. Pero…

El objetivo de la vida es ser feliz. Aunque sea moderadamente. Pero ¿cómo? Soy un tipo bastante decente -pensamos-, o soy una mujer que no está nada mal para lo que se estila. Sin embargo la felicidad se resiste, o creemos que es felicidad lo que resulta ser un combinado insustancial de sandeces y simplezas. Puede que hasta nos acostumbremos a ser unos infelices, a ir por la vida a lo que digan y basta, sin excesivas complicaciones. O puede que no, puede que miremos hacia arriba y pidamos ayuda, que no nos conformemos con seguir así de romos. La vida no es algo chato e impreciso, la vida vamos viendo -o intuimos- que es algo más de lo que vestimos o calzamos o comemos. La vida es, en si misma, una constante complicación. Y el hombre, por lo general, no se resigna. Quiere ser verdaderamente feliz. Aunque no lo diga así y se pierda por los innumerables senderos que se bifurcan en el día a día. ¿Cómo reconducir la situación, el sentido de lo que hacemos? ¿Cómo salir del atolladero? ¿A quién contar estas inquietudes, estos deseos o estas pesadillas?

No son pocos los que hacen uso de psicólogos o psiquiatras. Otros se van al Himalaya o buscan la armonía de su corazón en el feng shui o en el yoga, o se coleccionan piedras de contrastadas propiedades. Y hay quien acude al gurú de turno porque ya no puede más, porque se desmorona y le han dicho que… El hombre quiere ser feliz. Quiere saber su destino. Quiere alcanzar de una puñetera vez la tan ansiada paz interior. Fíjense bien en lo que digo: todo el mundo, de una manera o de otra, quiere tener dirección espiritual. Una suerte de coaching para el alma. Porque todos tenemos esa sed de Dios, de lo Absoluto, de la Verdad. Ya vale de agoreros y subterfugios, ya vale de perder el tiempo en tristes milongas. Desde hace siglos está inventado el remedio. Una buena charla con un buen cura. Perseverando en la sinceridad y aprendiendo a quedar mal. El sacerdote acoge a todos, como Cristo. A todos, digo, no solamente a los católicos. Igual que hacía el Señor hablando con judíos, samaritanos, paganos, etc. Jesús ejercía la dirección espiritual con sus apóstoles y un buen número de discípulos. Como su amigo Lázaro. E imagino que con los amigos y colegas de sus discípulos. ¿De que les hablaría? Pues de lo mismo que habla un sacerdote a un alma del siglo XXI. De la necesidad de convertirse a Dios, de ayudar a los demás, de poner los sufrimientos en las manos del Padre, de andar vigilantes y rechazar la tentación, de ser cristianos las 24 horas del día… Aunque pienso que fundamentalmente les escucharía. Y les miraría con aquella mirada que cruza la historia de extremo a extremo y nos mira por dentro la vida y nos llama.

La dirección espiritual es algo fundamental para un cristiano. Es como acudir a la autoescuela donde se nos enseña a conducir el alma hacia Dios. Es el instrumento donde la Misericordia se hace más palpable para el hijo de Dios. Y Su voluntad amorosa. Un medio ascético de vital importancia para ir poco a poco sobrenaturalizando nuestros actos y pensamientos. Y los momentos aciagos. Es necesario mantener erguida la piedad, sin complejos; es necesario recomenzar y desahogarnos; es necesario ir descubriendo con humildad nuestros defectos; es necesario pedir consejo y desear la santidad como el primero (aunque sientas que eres un despojo). Y lo necesitamos porque no resulta fácil comprender el misterio de la Cruz, el cansancio, el desdén, las penas. Y la aridez del alma y los pecados (una vez y otra). En la dirección espiritual nos espera el Señor. Espera nuestra confianza y abandono. Espera nuestro tiempo y espera nuestros sueños. De hito en hito iremos profundizando en el amor de Dios, en esa felicidad que es la señal más evidente de nuestra fe.

 

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