Requiem por dos vidas
por Cuestión de vida
El otro día consultando un libro que me ha servido de consulta muchas veces, “El genocidio censurado” de Antonio Socci, se cayó una tarjeta que había guardado ahí hace la friolera de 14 años. La tarjeta de visita era de un hospital público, de un caso que me llegó al alma y supongo que en ese momento lo guardé allí, para recordar que cuando hablan de cifras de aborto, de millones de niños abortados, no olvidarme nunca que detrás de esa cifra hay rostros concretos, que hay historias terribles, vidas destrozadas, tragedias humanas. Esta es la historia detrás de esa tarjeta:
Aquella mañana tenía 7 llamadas perdidas, sólo de verlas ya sabia que había un rescate urgente. En aquel momento antes de la fundación de SpeiMater esa era mi vocación principal, lo que se llama en vocabulario provida ser “rescatadora”.
Fui lo más deprisa posible al Hospital donde estaba la chica, sin haberme enterado muy bien de la historia. Entramos a la habitación y allí estaba ella, guineana, no muy joven, operada de una cardiopatía bastante seria y que ya había abortado en otra ocasión. En el abortorio privado no quisieron hacérselo porque es muy peligroso con su dolencia y la derivaron, de nuevo, a un hospital público para no tener complicaciones.
Era la persona con síndrome post aborto más fuerte y devastador que nunca había visto hasta entonces, era realmente un despojo humano, destrozada, muerta por dentro, desesperada, sin ganas de vivir y lo que le ofrecían los médicos era rematarla, porque además estaba embaraza de 5 meses.
Nos iba contando poco a poco y con dificultad sus problemas y cuando parecía que ya íbamos avanzando, que estaba más tranquila y que iba a dejarse ayudar le daba como un ataque y volvíamos a empezar de cero.
Entró en la habitación una auxiliar a recoger la bandeja de comida, pero se quedó a hablar con ella. El antagonismo se notaba en el aire: ¡Tranquila mujer, que si no lo quieres te lo vamos a sacar!- le decía-. Cómo odio esa expresión de “te lo vamos a sacar”. Después de eso toda la tarde fue terrible, hiperventilaba y se daba golpes en la tripa.
Al día siguiente estaba mejor, hablamos de todo, incluso reímos juntas. Nos despedimos ya tarde por la noche. Cuando salimos por la puerta fue poner la cabeza en la almohada y tener un ataque tremendo y empezar a vomitar.
Llamamos a la enfermera y me metí con ella en el baño, mientras vomitaba, a sujetarle la cabeza. Me asusté porque decía que tenía opresión en el pecho y temí por su corazón. Para poder hacerle el aborto tenían que quitarle la medicación que tomaba para su dolencia cardiaca por lo que su vida estaba corriendo un grave peligro por esa ansia asesina de querer acabar con un bebé prácticamente viable, porque ya cumplía la semana 21 de embarazo.
Volvimos al día siguiente, agotadas emocionalmente, solo pude subir yo. Me invadió una angustia tremenda ¿qué la iba yo a decir in extremis que pudiera hacerle cambiar de opinión? Solo podía rezar con fuerza porque en el fondo sabía que no dependía tanto de lo que yo la dijera como de que yo en ese momento me dejara ser un instrumento de Dios que conoce y modela cada corazón y que es el único que salva.
Cuando entré en la habitación ella estaba como drogada, seguramente la habían puesto un sedante muy fuerte, se cerró en banda y ya no quiso escuchar nada. Antes de irnos le dije que siempre tenía ocasión de arrepentirse, que si llamaba por teléfono a cualquier hora del día o de la noche vendríamos a buscarla.
A las 9 de la mañana del día siguiente le provocaron el aborto.
Un par de días después fuimos a verla de nuevo. Estaba con la mirada perdida, con una estampa de la Virgen en la mano y una foto apretada en la otra tan fuertemente que no pude verla. No entendía nada ni acertaba a articular palabra alguna, estaba completamente ida. Le dejamos la tarjeta con el teléfono y le prometimos que seguíamos allí para ayudarla.
Nunca más tuve noticias de ella, el doble crimen se había perpetrado, solo la esperanza en que, como dice la Evangelium Vitae, ese niño “ahora vive en el Señor” y de que ella haya encontrado un camino de sanación y de conversión.