Sábado, 23 de noviembre de 2024

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Historia de la Cuaresma

Historia de la Cuaresma

por En cuerpo y alma

 

            Así como Pentecostés (que significa cincuenta días en griego) es, en origen, el período que sigue a la Semana Santa, durante el cual los cristianos se regocijan esperando la llegada del Espíritu Santo, la Cuadragésima o Cuaresma (cuarenta días) será originariamente, el tiempo de ayuno que precede a dicha Semana Santa. Pero llegar a la celebración de la Cuaresma llevará algún tiempo.

             Eusebio de Cesarea en su “Historia Eclesiástica”, escrita hacia el 325 d.C. menciona una Carta de San Ireneo al Papa Víctor sobre la famosa “Controversia Pascual” (la fecha de la Pascua cristiana para que no coincida con la Pascua judía), en la que el obispo de Lyon asegura que la discrepancia no se limita a la fecha de la Pascua, sino que se extiende también al ayuno preliminar:

             “Pues algunos piensan que deben ayunar un día, otros que dos, y otros incluso que varios”.

             De donde cabe concluir que en el año 190, aunque sí se practicaba un ayuno, tal ayuno no era de cuarenta días, es decir, que la cuaresma no estaba aún instituída.

             Tertuliano, -militante todavía de la herejía montanista cuando lo menciona, luego se convertirá-, cita un ayuno de quince días realizado por sus entonces correligionarios montanistas, quejándose de que los católicos ayunen menos tiempo.

             Es en el quinto canon del Concilio de Nicea (325) donde hallamos la primera mención del término “tessarakoste”, el griego para cuaresma, con el significado, precisamente, de cuarenta días.

             En consonancia con ello, en 331 San Atanasio, que había participado en el concilio, en sus “Cartas Festales” ordena a sus fieles observar cuarenta días de un ayuno preliminar a la Pascua. Ocho años después, tras viajar a Roma y otras partes de Europa, insta al pueblo de Alejandría a observarlo, “a fin de que mientras todo el mundo esté ayunando, nosotros en Egipto no seamos los únicos que no lo hacemos sino que nos dedicamos al placer”.

             Tres son los precedentes bíblicos que constituyen el motivo para la elección de un período de cuarenta días y no otro: los cuarenta días que Moisés sube al monte del Señor en el desierto del Sinaí y permanece en oración y ayuno (Éx. 24, 18); los cuarenta días que Elías estuvo caminando hasta el monte Horeb sin comer después de haber consumido el refrigerio que le proporciona un ángel; y por supuesto y sobre todo, los cuarenta días que Cristo había ayunado en el desierto al inicio de su vida pública, episodio narrado en los evangelios de Marcos, Lucas y con lujo de detalles en Mateo, aunque omitido en el de Juan.

             La práctica diferirá, sin embargo, según comunidades. En las iglesias orientales prevalece el formato de las “Cartas Festales” de San Atanasio, ayuno durante toda la cuaresma. La monja peregrina Egeria en su “Peregrinatio” informa, en cambio, de que en Jerusalén la Cuaresma duraba ocho semanas, que, excluidos sábados y domingos, daban los cuarenta días netos de ayuno. En Milán, según informa San Ambrosio, se ayunaba cinco días a la semana durante seis semanas, mientras que en Roma eran seis días a la semana durante seis, lo que completaba 36 días de ayuno, a lo que se daba en llamar el “diezmo espiritual”, pues esos 36 días equivalían a la décima parte del año, 365 días. En la obra “La vida de Santa Melania la Joven” mujer hispana del s. IV, escrita por Gerontio, se describen ayunos de 24 horas, sobre todo durante la Semana Santa, y hasta personas que practicaban una o dos comidas semanales y nada más.

             La discrepancia se extiende también al contenido del ayuno. Sócrates de Constantinopla en su “Historia Eclesiástica” escrita hacia el año 450, escribe:

             “Algunos se abstienen de cualquier tipo de criatura viviente, mientras que otros, de entre todos los seres vivos, sólo comen pescado. Otros comen aves y pescado, pues, según la narración mosaica de la creación, estos últimos también salieron de las aguas. Otros se abstienen de comer fruta cubierta de cáscara dura, y huevos. Algunos sólo comen pan seco; otros, ni eso. Y algunos, después de ayunar hasta la hora nona [las tres de la tarde], toman alimentos variados”.

             Es el Papa San Gregorio (590-604), en carta a San Agustín de Canterbury, el que fija la norma:

             “Nos abstenemos de carne y de todo aquello que viene de la carne, como la leche, el queso y los huevos”.

            La legislación actual de la Iglesia se recoge en el Código de Derecho Canónico de 1983, el cual señala en sus números 1251 y 1252 lo siguiente:

             Todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne, o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal; ayuno y abstinencia se guardarán el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

            1252 La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años

             Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.

 

 

            ©Luis Antequera

            Si desea ponerse en contacto con el autor, puede hacerlo en encuerpoyalma@movistar.es.

 

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