Domingo, 22 de diciembre de 2024

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No todos los especuladores financieros son una lacra para la sociedad.

por Apolinar

Cuando hay un robo y hay cerca una comunidad gitana, es por desgracia demasiado frecuente caer en un análisis simple y echarles la culpa a los gitanos. Tan arraigado está este “vicio cultural” que cantamos sin rubor (aunque puede que esto esté cambiando): “en el portal de Belén… gitanillos han entrado, y al Niño que está en la cuna los pañales le han robado.” Algo similar sucede con los especuladores cuando los mercados financieros presentan movimientos bruscos que benefician mucho a unos y perjudica mucho a otros. Podemos quedarnos en un análisis simple, y en ocasiones interesado, que trate de desviar la atención de las verdaderas causas y los verdaderos problemas a los que hay que enfrentarse.

Este artículo no pretende evitar que una futura revisión de “Hacia Belén va una burra” se incluya una estrofa sobre las manipulaciones de los especuladores en los mercados del oro, incienso y mirra. Pretende continuar el esfuerzo de rigor intelectual que desde estas páginas hacemos para encontrar a los verdaderos culpables y dirimir responsabilidades en esta crisis.

Al contrario de la creencia popular, no todos los especuladores financieros son una lacra para la sociedad como no todos los gitanos son ladrones. Tampoco todos son buenos ni están libres de culpa. Como luego veremos, los especuladores que realmente son una lacra para la economía y para la sociedad son aquellos que, o bien consiguen una manipulación artificial de los precios, o bien consiguen que los beneficios sean suyos pero las pérdidas de otros (en el contexto de esta crisis, de los contribuyentes). Por lo demás, veremos que la labor de los especuladores es una actividad económica y socialmente necesaria. Ni todos los especuladores ni todos los gitanos son iguales, aunque sea intelectualmente más cómodo pensar que sí lo son.

Empecemos por la Real Academia Española. ¿Qué dice del especulador? Que es aquél que “efectúa operaciones comerciales o financieras, con la esperanza de obtener beneficios basados en las variaciones de los precios o de los cambios”. Si bien admite que se usa normalmente en tono peyorativo, hasta aquí no vemos que haya nada malo.

Especular sobre los precios futuros según nuestra experiencia y conocimiento presente es parte de un proceso social y personal sano. Al posponer o adelantar la compra de una casa, de un coche o de una obra de arte según nuestras expectativas de precios estamos especulando. Cuando esperamos a las rebajas para comprar un abrigo también estamos especulando sobre los precios. Cuando sacamos un billete de avión con cuatro meses de antelación también especulamos sobre los precios. Necesitamos especular sobre los precios para realizar cualquier actividad económica. Luego nos habremos equivocado o no, pero como seres humanos todos podemos especular sobre los precios y los cambios, y debemos seguir haciéndolo.

Pero el objetivo de este artículo no es dicutir la especulación sobre los precios como una actividad plenamente humana, por interesante que sea. Nos interesa discernir si los grandes especuladores, esos que compran y venden activos financieros y materias primas por cifras multimillonarias con la esperanza de obtener beneficios basados en las variaciones de los precios, son o no una lacra para la economía y la sociedad.

Según el número 2.409 del Catecismo de la Iglesia Católica, “Toda forma de tomar… injustamente el bien ajeno, aunque no contradiga las disposiciones de la ley civil, es contraria al séptimo mandamiento”, como, por ejemplo, “elevar los precios especulando con la ignorancia o la necesidad ajenas”. Y continúa diciendo: “Son también moralmente ilícitos, la especulación mediante la cual se pretende hacer variar artificialmente la valoración de los bienes con el fin de obtener un beneficio en detrimento ajeno… [E]s contrario a la ley moral y exige reparación.”

En este número, el Catecismo denuncia una de las dos formas moralmente inadmisibles de especulación financiera: aquella que busca manipular artificialmente los precios de mercado en su provecho mediante el uso de información privilegiada (normalmente tipificado como delito), o mediante la fabricación de mentiras (normalmente también tipificado como delito). Estas formas inmorales de manipular los precios son lo que popularmente se asocia con la actividad de especulación y lo que ha provocado el juicio fácil de entender que toda especulación es inmoral como todo gitano es ladrón.

Unido a esta denuncia de la manipulación artificial de precios, también se podría considerar una forma más sutil y que generalmente pasa desapercibida al común de la población. Ciertos grupos de intereses y de presión buscan obtener beneficios mediante la obtención de privilegios gubernamentales que distorsionen o impidan la libre competencia. Estos son los monopolios estatales, se llamen como se llamen, que se apoyan en la legislación civil y en las regulaciones de los sectores económicos privilegiados "con el fin de elevar los precios especulando con la ignorancia o la necesidad ajenas".

La otra forma inmoral de especulación financiera es aquella donde el especulador se apropia del beneficio y socializa las pérdidas. La especulación es una actividad de riesgo, y como tal el beneficio será legítimo si, del mismo modo, el especulador asume la totalidad de las pérdidas y no se las pasa a la sociedad. Nos referimos al especulador que apuesta endeudándose o apalancándose (en ocasiones hasta niveles inconcebibles). Arriesgan todo lo recibido en préstamo sabiendo que si ganan, ganan ellos, y si pierden, pierden otros.

Esta forma inmoral de especulación financiera ha tomado especial auge en los últimos años gracias al desarrollo de los derivados financieros (futuros, opciones, CDS, etc): apuestas apalancadas sobre la evolución de un activo subyacente sin más fundamento económico que el que puedan tener las apuestas de caballos.

El Catecismo, en su número 2.413, nos recuerda que las apuestas no son en sí mismas contrarias a la justicia. La moralidad o inmoralidad de los juegos de azar dependerá del uso que se haga de ellos. Si Vd. tiene 100 euros y los apuesta a los caballos, lo más que se puede decir es que una tarde tonta la tiene cualquiera. Si a Vd. le confían un patrimonio de 100.000 euros y decide apostáselo todo a los caballos, puede que no sea moralmente sano, pero es su problema y el de los que le han confiado su dinero.

Pero si con ese patrimonio de 100.000 euros consigue que unos bancos garantizados por el Estado y supervisados por el Estado le presten otros 5 millones de euros, o consigue que los propios corredores le tomen apuestas por 5 millones de euros contra un patrimonio 50 veces menor, sabiendo que si gana, Vd. se forra a “bonus” y los demás algo también sacarán, pero si pierde, el Estado vendrá en su ayuda, entonces Vd. entiende el negocio de la banca de inversión, Vd. es un devoto de la inversión apalancada, Vd. está llamado a operar en el mundo de los derivados financieros. Por supuesto, no se olvide de acompañar sus apuestas con modelos matemáticos. El mundo académico se lo alabará como innovación financiera, y si sus apuestas pasan de los miles de millones, entonces los bancos centrales y los gobiernos saldrán en su ayuda endeudándose y envileciendo la moneda lo que haga falta por el bien de la civilización. (Warrem Buffett, uno de los inversores de más respetado del mundo, ya alertó hace años que los derivados son "armas financieras de destructución masiva", ¿por qué nadie le ha hecho caso...?)

Fuera de estos dos tipos de actividades inmorales asociadas a la especulación, la especulación financiera desempeña un papel positivo en la economía. Sobre todo, facilita la formación de precios que reflejen situaciones de escasez y abundancia de bienes en una sociedad. Ir contra los especuladores de forma indiscriminada, sin atender a la moralidad y utilidad de sus actuaciones es una vulneración de las libertades individuales y contrario a la promoción del bien común.

Los especuladores, por muy peyorativo que sea el término, son piezas necesarias para el buen funcionamiento de los mercados. Son los “leucocitos” del sistema financiero que fagocitan impurezas en las formaciones de precios para que éstos puedan ser mejores transmisores de información sobre abundancia y escasez, información que toda sociedad necesita para poderse coordinar.

Dentro de los especuladores financieros, existe una especie que provoca gran envidia: los arbitrajistas. Éstos ganan dinero especulando, pero sin arriesgar apenas nada. Buscan diferencias de precios en distintos mercados para comprar donde está barato y, en ese mismo momento, vender donde está caro. Producen tanta envidia que en cuanto aparecen oportunidades de arbitraje surgen más y más arbitrajististas, hasta que estas diferencias desaparecen y los precios reflejan algo mejor situaciones de escasez y abundancia. Pero los arbitrajistas no desaparecen. Animados por el afán de lucro, ellos siguen vigilando los mercados, buscando nuevas oportunidades de arbitraje que fagocitar para obtener beneficio personal y colaborar, sin que este sea su objetivo ni les importe lo más mínimo, que los mercados sean más eficientes. Sería "la mano invisible" de la que hablaba Adam Smith, aunque no tan invisible, se ve con claridad una alineación correcta de incentivos entre los especuladores y la sociedad.

Los especuladores son particularmente molestos para los gobiernos porque ponen en evidencia sus falsedades económicas, sus pretensiones casi divinas de ir contra las leyes inexorables de la economía, como lo pretenden contra las leyes de la moral. Si los gobiernos en su desgobierno crean oportunidades de beneficios lícitos, surgirán quienes sepan aprovecharse de ellas. Entonces la solución no es eliminar la creatividad humana, sino la intervención distorsionadora del Estado. Una capacidad distorsionadora que excede con mucho la capacidad distorsionadora de cualquier otro agente económico. Fue necesaria la intervención empecinada del Banco de Inglaterra y otros bancos centrales en defensa de la libra para conseguir que un especulador como George Soros se convirtiera en uno de los hombres más ricos del mundo, y se empobrecieran muchísimos otros.

Otra falsedad económica de los gobiernos y que la especulación, en este caso no financiera, viene a aprovechar es la fijación administrativa de precios . El estraperlo aparece al margen de la ley cuando los gobiernos quieren fijar precios por debajo de lo que sería un precio alto que reflejase lo que sin duda es una situación dolorosa de escasez en la sociedad. En ausencia de la intervención del Estado, ante un mayor precio acudirían de manera natural, buscando su beneficio, y dentro de la legalidad nuevos oferentes que paliarían en lo posible la situación de escasez y permitirían bajar los precios. Como el Estado interviene y establece precios máximos por ley, solo se puede funcionar a través del mercado negro. Surge el estraperlo y la indefensión legal del consumidor. El estraperlista puede ser un ser despreciable (o la tabla de salvación para muchos), pero aparece porque los gobiernos han impulsado a la sociedad en esa dirección. ¿Quién es el enemigo, el estraperlista que intenta obtener beneficio y, de paso, soluciona en algo el problema de escasez, o el político ventajista que amaña y legisla para que se puedan amañar los mercados?

Podríamos seguir sobre la función positiva de la especulación en la sociedad. Pero puede que sea suficiente. Lo importante es tratar de aclarar las cosas con rigor ante unos gobiernos interesados en simplificar el análisis. Los gobiernos han actuado ante esta crisis disparando el gasto público, como se esperaba de ellos según la teoría económica dominante, por lo que conseguirán que las cosas se pongan aún peor. Los gobiernos nunca asumen culpas, siempre es la culpa de otros. Si estamos en crisis…, la culpa es de los especuladores..., por ahora..., mientras esto calme a la turba. Los gobiernos nos dirán que se pondrán serios, que acabarán con esa lacra. Nunca será la culpa de la ineficiencia de sus políticas públicas, o de la incompetencia de sus reguladores, o de la caradura de sus dirigentes, sino de la “perversidad” de quien sea contra quien debe ir dirigida la furia de la sociedad. Hitler desvió la atención con el “problema judío”. Nerón culpó a los cristianos. Acosados ante el más que posible recrudecimiento de la crisis, los gobiernos tratarán de distraer la atención y empezarán nuevas cazas de brujas. Si no se les desenmascara a tiempo, ¿quién nos dice que no se repita la historia de nuevo?

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