Domingo III: ¿Qué es lo que me hace feliz?
“Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 17-21).
Cristo no se hizo hombre para amargarnos la vida con leyes morales imposibles de cumplir. Por el contrario, el vino para darnos la libertad, la esperanza, la felicidad. Ahora bien, eso sólo será posible si le hacemos caso, si le obedecemos, si le imitamos. Y cumplir las leyes morales no es otra cosa más que imitarle.
En definitiva, sólo seremos de verdad libres y felices si amamos. Todo lo que no sea amor verdadero, no nos libera sino que nos esclaviza. En cambio, cuando amamos, nos sentimos bien porque sacamos de nosotros lo mejor que hay y porque contribuimos a la felicidad de los demás. Pero no hay que olvidar que el amor siempre implica renuncia y sacrificio, olvido de uno mismo, alejamiento del propio egoísmo.
Amar, por lo tanto, es el camino de la felicidad, pero el camino del amor es la generosidad y, en el fondo, la cruz. O entendemos esto o tenemos un concepto falso, sentimental y traicionero del amor. Porque, al final, el que ama de verdad es el que cuida a sus padres ancianos o al enfermo de larga duración y no el que le mata con la excusa de que lo hace para que no siga sufriendo. El que ama de verdad es el que cuida de su familia y no el que la abandona o la destruye sin abandonarla a base de egoísmo. El que ama de verdad es el que no miente, el que no roba, el que no mata, el que da limosna, el que defiende la verdad y la justicia, el que trabaja por la paz.