Sábado, 23 de noviembre de 2024

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La memoria de los mártires

La memoria de los mártires

por Sólo Dios basta

Cuando se habla de los mártires de Barbastro la mayoría de la gente pone la mirada en el seminario mártir de los claretianos que tan conocido es gracias a la película Un Dios prohibido. Esta maravilla cinematográfica hay que verla al menos una vez en la vida, y muchas más si se puede porque nos mete de lleno en esa tragedia de la historia de España que no puede negarse ni tergiversarse. Pero en Barbastro hubo más mártires a parte de los claretianos: el obispo, la mayoría de los sacerdotes seculares, varios seminaristas, los monjes benedictinos de El Pueyo, los escolapios, y cientos de laicos entre los que es más conocido el famoso gitano El Pelé. Podríamos hablar de una diócesis mártir. Así es y así lo demuestra Martín Ibarra en su último libro: Barbastro, una diócesis mártir (1931-1939).

El autor nos regala un paseo por la historia de esta diócesis escondida a los pies de los Pirineos y que a pesar de ser tan pequeña en habitantes, es la más grande en cuanto a número de mártires. Un caso excepcional que podemos conocer paso a paso al recorrer las páginas de este libro. En 15 capítulos nos desgrana todo lo que acontece en esta tierra de Aragón regada por tanta sangre martirial. Detalla lo que sufre la capital y pasa después a narrar con sumo detalle las atrocidades que se repiten por cada una de las zonas en que se divide la diócesis.  No se conforma con ello. Como buen historiador, no se olvida de que el martirio también lo sufre el patrimonio que se pierde para siempre. Y a esto se suman los hechos que conforman la vida cristiana que vive la diócesis tanto por parte de los que son mártires como los que no lo son. Reserva para el final el valioso testimonio de los que logran sobrevivir a esta masacre para dar paso después a la renovación de la diócesis hasta llegar al momento actual.

Hay escenas que calan hasta lo más profundo y nos dejan mudos. Por ejemplo la llegada de los monjes y colegiales del monasterio del Pueyo al colegio de los escolapios convertido en cárcel para religiosos. El obispo, apresado antes que ellos, acoge a los nuevos presos como verdadero padre y pastor. Él mismo se estremece ante lo que ven sus ojos: “Jueves 23 de julio. Llega un camión a las 16 horas. Cargan a los monjes y a los chicos. Cuando llegan a la plaza del ayuntamiento, varias personas hablan entre sí, quizá para ver dónde iban a encarcelar a los monjes. Entraron todos al colegio de las Escuelas Pías, subiendo al piso de arriba: diez padres, tres juniores, cuatro hermanos y seis colegiales [tienen 14-16 años]. Ahí les espera el obispo. Todos se arrodillan y le besan la mano. Cuando los seis más pequeños se arrodillan, el obispo conmovido les dice: “¿Vosotros aquí?”, y les pone la mano sobre su cabeza” (pág. 83).

Más duro es el detalle de la muerte de muchos sacerdotes: “A Don Ramón Lacruz y Don Ramón Vinós les sacaron los ojos, amputaron las manos, fusilaron y arrojaron al pantano de Barasona el 23 de julio. El 27 de julio, mataron a martillazos, chafándoles el cráneo, a los sacerdotes Don Arcadio Alemán, Don Ángel Alfaro y Don José Chiriveta” (pág. 194). Aparte queda la vida dentro de las diversas cárceles: “En la mayoría de las ocasiones se les tuvo sin colchones, sin mantas, sin ropa de abrigo, ni muda de ropa interior. Con mucha frecuencia se les impedía realizar sus necesidades biológicas, obligándoles a vivir en un ambiente irrespirable y antihigiénico. En otras muchas ocasiones, se manipuló  su comida y su bebida. Los presos se asfixiaban por el elevado número de detenidos en espacios reducidos. […] Varias señoras encarceladas por el crimen inaudito de ir a misa, estábamos en la galería de la prisión. Emilio se puso a hablar conmigo y me fue explicando la táctica que seguía con los presos: “Pongo juntos a varios en una celda, los cierro con llave […] y a las tantas de la noche, los llamo a mi presencia, descalzos y en paños menores, los someto a un interrogatorio, los sentencio a muerte y los mando llevar a fusilar” (págs. 195-196).

Según se pasan las páginas de esta obra dan ganas de conocer más en profundidad a cada uno de estos mártires. La amplia bibliografía que se encuentra al final del libro nos abre la puerta a nuevas lecturas sobre los mártires de Barbastro. Las publicaciones sobre los mártires van en aumento. Es de agradecer porque son ventanas abiertas hacia el cielo donde poder encontrarnos con cristianos convencidos de su fe que nos empujan a seguir a Cristo con decisión, sin miedo y llenos de alegría. Da gusto saborear las páginas que nos llevan a conocer los últimos días de los mártires como por ejemplo Iban a la muerte como a una fiesta. Crónica de un testigo o Gitano y Obispo unidos en el martirio. Los beatos Ceferino y Florentino de Barbastro.

Todo ayuda a elevar el alma a Dios y a acogernos a la intercesión de estos hermanos nuestros que nos han dejado un ejemplo sin par. Pero de nada serviría si en este día en que recordamos a todos los mártires que entregaron su vida en los años 30 del siglo pasado, nos quedamos en ver una película que emociona siempre que se ve o en leer este último libro sobre los mártires de Barbastro u otro sobre algunos de ellos en concreto. El día 6 de noviembre tiene que pasar a ser una fecha destacada en el calendario personal de todos los que nos llamamos cristianos. Celebrar a los más de 2000 santos y beatos que dieron su sangre por Cristo en España no puede pasar como un día más. Tiene que encender nuestros corazones para ser testigos de la verdad en cada uno de nuestros ambientes. Llevar el recuerdo de los mártires allí donde estemos ese día y cada día de nuestra vida. Ellos nos guían, nos protegen y nos muestran a las claras que no hay más camino que el de la santidad. Ellos lo encontraron en el martirio. ¿Y nosotros? ¿Buscamos la santidad de verdad, cueste lo que cueste? ¿Nos avergüenza mostrar que creemos en un Dios que se ha hecho carne y se ha quedado con nosotros escondido en el sagrario? ¿Pedimos ayuda a los mártires? ¿Tenemos una relación directa con ellos? ¿Fijamos la mirada en alguno de modo especial y ponemos ante él toda nuestra vida?

Si vivimos unidos a los mártires y nos hacemos amigos suyos nuestra vida va a cambiar. Lo dice uno que desde hace años va entablando una amistad sincera, profunda y confidencial con muchos mártires. Entre ellos se encuentran dos de la diócesis de Barbastro: Leoncio Pérez Ramos, claretiano, nacido en Muro de Aguas  (La Rioja) y el prior de los benedictinos, Mauro Palazuelos. ¿Y por qué estos dos entre tantos? Pues porque con el primero comparto la tierra donde uno se ha criado y ha descubierto su vocación y con el segundo la cercanía con el monasterio de Valvanera, donde el beato Mauro hace su profesión solemne como benedictino y es profesor de los colegiales, entre otras tareas, hasta que es destinado a la comunidad de Barbastro.

Vivir esta relación tan íntima y de total confianza con los mártires ayuda en gran medida a crecer en la fe, a saber dejar todo en Dios y a dar gracias por tanta ayuda recibida por parte de alguien que ha sido capaz de morir antes que renunciar a la fe en Cristo Jesús. Invito a que tomemos esta propuesta para nuestra vida espiritual. Busquemos qué mártires son más cercanos a nosotros y empecemos por leer sus vidas, conocer los lugares de origen, estudio, trabajo y martirio y oremos en cada uno de ellos. Recemos mucho. Abramos nuestro corazón al suyo y esperemos en silencio. La respuesta no tardará en llegar. Los mártires serán nuestro pilar, nuestra luz y nuestro punto de referencia siempre que miremos a lo alto y nos dejemos llevar, como ellos, por un Amor que crece sin medida mientras permanecemos, en silencio, arrodillados, ante el Dios vivo que entrega su vida y sirve de aliento a los mártires y a todos los que hoy celebramos la memoria de los mártires.

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