QUE ME LO DEN TODO HECHO
Al hilo de las numerosas elecciones en las que estamos inmersos - nacionales, autonómicas y locales-, observo que la cuestión educativa brilla por su ausencia. Tal vez el problema sea que, más allá de los tópicos establecidos en cada partido -y sobre los cuales no habrá jamás consenso-, apenas existen auténticas políticas educativas que den respuestas a los problemas reales. No por falta de diagnóstico, sino de voluntad de resolverlos.
El problema radica en la pérdida de credibilidad de los partidos políticos en materia educativa tras los rotundos fracasos de los pactos educativos. En los programas que he tenido ocasión de analizar solo se atisban medidas de corte económico - porcentaje del PIB dedicado a educación, becas, gratuidad de distintos niveles, etc.- sobre los que habría un cierto consenso.
Pero la educación no es sólo ni principalmente gasto público. Existen políticas educativas eficaces y eficientes y otras que no lo son. La educación buena es cara, pero no toda educación cara es buena. Lo más importante en educación es el elemento humano: el alumno, el profesor y la relación entre ambos. Esto requiere tener ideas claras y actuar en consecuencia.
La política genera modos de comportamiento social que tienen su reflejo en la educación. Los programas políticos, en general, están contaminados de un cierto populismo y algunos de una fortísima carga ideológica. Al ciudadano se le promete bienes y derechos, como si de regalos de reyes magos se tratase, sin pedir ninguna contrapartida a cambio. Es una infantilización de la sociedad en la medida en que se satisfacen deseos, derechos y privilegios sin nada a cambio.
Una política configurada de este modo genera una sociedad y una educación que destierra el esfuerzo y el trabajo personal. El protagonismo real del alumno queda oscurecido y supeditado a la actuación de los adultos, de las estructuras sociales, económicas y políticas. En definitiva, es el secuestro de la responsabilidad, palabra inquietante y proscrita de la pedagogía contemporánea.
¿Que el alumno fracasa en los estudios? Lo primero que hay que hacer es desterrar la palabra fracaso y apelar al abandono prematuro que es menos traumático y además siempre cabrá interpretar que ha abandonado porque otros agentes, económicos, sociales, afectivos, pedagógicos… no tuvieron la suficiente habilidad de retenerlo en el sistema.
En el fondo existe un cierto paternalismo, o tal vez un absolutismo ilustrado: todo para el niño, pero sin el niño. Él no tiene culpa de nada. En ningún momento se habla de su responsabilidad, de su esfuerzo, de su implicación. Aprender, se dice, es divertido y la felicidad se reduce al placer, es decir, a la satisfacción inmediata de cualquier deseo. Nada de diferir la recompensa que supone el esfuerzo para alcanzar un objetivo. Así como las nuevas tecnologías ofrecen una inmediatez en las respuestas y una pérdida de la realidad en función de la representación, la pedagogía ofrece una realidad inventada en la que todos tienen derecho a ser feliz sin esforzarse si quiera por conseguirlo. Para eso están los padres, los profesores, en su caso los pedagogos, los psicólogos, asistentes sociales, y cuantos agentes sean necesario para alcanzar lo que, en el fondo, sólo el esfuerzo, la superación personal, la constancia, la fuerza de voluntad o como se le quiera llamar puede dar: adquirir un pleno desarrollo personal.
En ningún caso se habla del esfuerzo, de la responsabilidad, de la creatividad, de la capacidad de superación, de resistencia al fracaso posible, de premiar al que trabaja y supera todas las dificultades… Nos olvidamos que el que tiene que aprender y caminar por la vida, llena de obstáculos, pero también de satisfacciones, es el propio alumno. Lo demás no son más que instrumentos -idiomas, nuevas tecnologías etc.- o medios humanos que le podrán ayudar, o no, en ese caminar.
La educación actual olvida la capacidad que tiene cada alumno de asumir libremente la capacidad de compromiso, de esfuerzo. En el fondo, casi lo considera un objeto cuyas acciones sólo se explican en función de los estímulos recibidos, como si de una máquina de refrescos se tratase. Ya los conductistas descubrieron la falsedad de este esquema introduciendo lo que ellos llamaban “black box”, y que el pueblo llano denomina libertad interior, es decir, que ante los mismos estímulos puede haber y hay diferentes respuestas.
La educación, como la convivencia social y política, exige el esfuerzo personal de todos y no sólo esperar cómodamente los beneficios que reporta el Estado. Así lo entendieron los griegos. Así surgió y se mantiene la democracia, el bienestar y lo que es más importante, el bien común de una sociedad. Ni en política ni en educación, nos pueden prometer que nos lo darán todo hecho.