Sábado, 21 de diciembre de 2024

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Bolonia, la grassa, la dotta, la rossa

Bolonia, la grassa, la dotta, la rossa
Bolonia. Vista desde la iglesia de San Michele.

por En cuerpo y alma

            Así la llaman, “La grassa” (la gorda), por los variados y contundentes ingredientes de su dieta alimenticia, con su célebre mortadella bolognese o su cotoletta alla bolognese entre otros. “La rossa” (la roja), por ese ladrillo rojo intenso que domina su arquitectura y da color a la ciudad... ¡y por lo roja que es, la jodía!, así reconocida en toda Italia, que desde la Segunda Guerra Mundial sólo ha tenido un alcalde que no lo fuera (rosso, voglio dire; rojo, quiero decir). Y “la dotta” (la docta), por esa universidad del s. XI que es la primera del mundo, en la que estudiara Antonio de Nebrija, el autor de la primera gramática de una lengua moderna, la "Gramática castellana", como él la llamara. Existe todavía una segunda conexión entre esa universidad iniciática y nuestra patria, pues entre los veintiocho “colegios” llamados a acoger a los estudiantes venidos de todas las partes del mundo, es el más antiguo el Reale Collegio di Spagna, tan antiguo como del s. XIV, fundado por el Cardenal Albornoz.

Reale Collegio di Spagna, en Bolonia.

      

       Una de las ciudades más bellas de Italia, vale decir del mundo, en la que Mariate (mi mujer) y yo, hemos tenido el acierto de pasar siete completas jornadas de nuestras siempre escasas vacaciones, caminando más de veinte kilómetros por sus calles cada día, en una suerte de Camino de Santiago urbano que nos ha servido para completar más de ciento cincuenta kilómetros en sólo una semana.

Coronación de Carlos V. Luigi Scaramuccia (1661).

 

              Hablar de Bolonia es hablar, primero de todo, de sus grandes plazas: la Piazza Maggiore o la Piazza di Santo Stefano.

              En la Piazza Maggiore, de dimensiones muy parecidas a la Plaza Mayor de Madrid, y como ella de forma cuadrada (aunque con un palacio en el centro que desfigura el cuadrado), esa fuente de Nettuno inconmensurable, que a uno le hace pensar en la de Madrid, aunque la aventaja en un par de siglitos, con un coloso neptuniano tan hercúleo que no se habría atrevido a imaginarlo ni el mismísimo Miguel Angel. Y el Palazzo del Rey Enzo, fundador (aunque no está tan claro el parentesco) de la gran familia Bentivoglio que tan tortuosa relación ha tenido con la ciudad, convertido hoy en la sede del Comune (el Ayuntamiento).

Iglesia de San Petronio, en Piazza Maggiore. Altar que tenía ante sus ojos Carlos V en el momento de ser coronado Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en 1530.

 

             En la Piazza Maggiore también, la magnífica Iglesia de San Petronio, patrono de la ciudad, con su imponente fachada de mármol blanco y rosa a medio terminar, sede de uno de los grandes eventos del siglo XVI, la coronación imperial por su íntimo enemigo, el Papa Clemente VII, de nada menos que Carlos I de España, emperador Carlos V, celebrada el mismo día de su treinta cumpleaños, el 24 de febrero de 1530. No guardan los boloñeses, ni bueno ni malo, recuerdo del acto, -hasta donde yo sé, ni monumento, ni plaza, ni calle, un óleo de Luigi Scaramuccia de 1661, ciento treinta años posterior, en algún lugar del Ayuntamiento, y poco más-, algo en lo que hacen muy mal, y por lo que tengo que darles un buen tirón de orejas. Sea cual sea la simpatía que profesen al personaje, el gran César Carlos, no se puede ser sede de un evento como el de una coronación imperial y no sacar "el lustre" que le corresponde.

Coronación de Carlos V. Luigi Scaramuccia (1661).

 

               La Piazza Santo Stefano no le va a la zaga a la Maggiore. Una preciosa plaza en la que conviven juntas las llamadas “Sette Chiese”, las Siete Iglesias, conjunto monumental único en el mundo, constituído de siete templos diferentes con la misma advocación, que en origen fuera un templo dedicado a Isis, la deidad faraónica, -de lo que quedan vestigios-y en el que luego, muy pronto, se realiza una reproducción de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén que es la estrella del conjunto.

             Si por algo pasa Bolonia a la Historia es por su universidad, la primera del mundo, como Salamanca es la cuarta y octicentenaria ya. Bolonia pronto será milenaria… ¡¡¡una universidad milenaria!!! Lo será en 2088, atribuida su fundación al sabio Warnerio o Irnerio. El llamado Archiginnasio es testimonio arquitectónico de esa obra sin par que es la primera universidad del mundo, con un Teatro Anatómico, o sala de autopsias; y el llamado “Stabat Mater” por el recuerdo que aún queda de la primera representación en ella de la obra de Gioachinno Rossini del mismo título, aunque, en realidad, el aula magna de la Universidad, adornada con cientos, miles de orgullosos blasones correspondientes a profesores y alumnos de la Universidad.

Bolonia. Recreación de sus torres medievales. Toni Pecoraro.

 

             Si por algo es caracterizada Bolonia en todo el mundo es por sus torres, veintitrés al día de hoy, aunque pudieron llegar a ser un centenar… o dos. Toda una Manhattan medieval, como la llaman algunos. Parece que las grandes familias boloñesas rivalizaban en levantar la más alta, para que luego digan que le tamaño no importa. Dos de ellas son el símbolo de "la grassa, rossa y dotta": la Torre Asinalli, la más alta de las actuales, casi un centenar de metros; y la Torre Garisenda, tan inclinada, en realidad más, que la Torre de Pissa, emplazadas en el mismo centro de la ciudad.

Portico de Santa Maria dei Allemani

 

             Y no menos que por su torres, por sus llamados “portici” (pórticos), soportales que acompañan a las edificaciones antiguas de la ciudad y aún otras no tan antiguas… ¿Se pueden Vds. creer que sólo en el centro histórico las partes de calle cubiertas de un pórtico casi alcanzan los cuarenta kilómetros, y en conjunto, en toda la urbe, superan los sesenta? Ninguna ciudad del mundo tiene tantos. Una solución arquitectónica inteligentísima, que sirve al tiempo para agrandar el espacio habitacional de los edificios y para brindar a los viandantes unos caminos peatonales protegidos de todas las inclemencias meteorológicas, que sea la lluvia, que sea el calor, que sea el frío, que sea la nieve, que también se ve en Bolonia de tanto en tanto. Pórticos, además, monumentales, de medio punto, ojivales, sostenidos por magníficas columnas coronadas de espléndidos capiteles que rara vez se repiten, adornados con una colección de frescos que no cabrían en el museo más grande del mundo, de lámparas increíbles, de pulidos suelos que brillan a mármol y fantásticos escaparates... Y entre todos ellos, uno muy concreto: el que conduce hasta el Santuario de la Madonna di San Luca, donde según quiere la tradición, se venera una imagen de la Madonna (la Virgen) pintada por el mismísimo evangelista Lucas, cinco kilómetros de pórtico en cuesta, el más largo del mundo, que constituye paseo obligado de los boloñeses, de los italianos y de todo aquél que visite Bolonia venido de cualquier parte del mundo.

             Y así, de pórtico en pórtico y casi sin darnos cuenta, hemos llegado a mi sección favorita: las iglesias de Bolonia, todas ellas abiertas, por cierto, gracias a la colaboración de laicos voluntarios... y gratuitas: podrían aprender tantos obispos y párrocos españoles que cierran a cal y canto las suyas, privando a las ciudades y a sus habitantes de ese frescor material y espiritual que siempre ofrecen las iglesias. ¡Qué iglesias, por Dios! Semejante monumentario eclesiástico para sí lo querría Madrid, ciudad cuyo no excesivamente brillante patrimonio religioso lamento tanto, siendo como fue, gracias a Felipe II, la capital del más grande imperio de la Historia, el de la España Pentacontinental y Trioceánica, y la segunda capital de la Cristiandad, sólo después de Roma… o tal vez, incluso antes.

Santo Tomás de Villanueva, el santo infanteño que puede ser el próximo doctor de la Iglesia, (Iglesia de San Giacomo).

 

             La Iglesia de San Petronio y la de la Madonna di San Luca, ya mencionadas, por descontado: San Giovanni Battista dei Celestini; San Martino; la Catedral de San Pedro, de colosales dimensiones; San Michele; San Francesco; San Domenico, donde está enterrado Santo Domingo de Guzmán, otro de esos nombres que unen la historia de Bolonia a la de España, en una tumba en cuya fábrica participó un joven aprendiz por nombre Michelangelo Buonarotti

             Y por encima de todas ellas, tres: Santa Maria dei Servi, con una maravillosa Madonna salida de los pinceles del gran Cimabue; San Giacomo, con un altar dedicado a Santo Tomás de Villanueva, el manchego que fuera Obispo de Valencia y que puede ser el próximo Doctor de la Iglesia, el trigésimo octavo... Y también en la misma iglesia, dos obras de arte impagables: un Ciclo de Santa Cecilia, y la Capilla de los Bentivoglio, ordenadas las dos por la gran familia Bentivoglio. Por cierto que Bentivoglio no significa otra cosa que “te quiero bien”, “te quiero mucho”, que tal parece es lo que incesantemente le repetía el Rey Enzo, apresado y encerrado en la ciudad, a su bonita sirvienta y amante, que le dará una hija, cuarta de las del gran señor.

San Bartolomeo. Capillas laterales.

 

             Pero aún por encima de todas, una iglesia irrepetible: una auténtica Capilla Sixtina en el centro de Bolonia, San Bartolomeo, templo entre los más bellos que haya visto yo en mi vida. Entrábamos prácticamente a diario Mariate y yo, y nos quedábamos embelesados, como embelesados se quedan los que consumen la narcotizante planta de la belesa, de donde viene el verbo, como me ha enseñado el gran botánico del CSIC y mejor amigo, Ramón Morales. Una iglesia de grandes dimensiones, con sus once cúpulas, la central y otras diez en sus capillas, toda ella ornamentada con maravillosos frescos, debidos a los pinceles magistrales de pintores como Angelo Michele Colonna, Agostino Mitelli, Giacomo Alberesi, Marcantonio Franceschini, o Luigi Quaini, demasiado sucios y oscuros por desgracia, como se hallara la Capilla Sixtina antes de ser limpiada y restaurada. Haría bien “il Comune” en financiar su reparación. Sólo la visita a San Bartolomé justifica un vuelo a Bolonia.

Un servidor tratando de abrir un poco la Porta del Meloncello, para que pasara un camión.

 

            Es también un aliciente para la visita de Bolonia la de las antiguas puertas de su muralla, derribada, como en tantas otras ciudades, a principios del s. XX, cuando la guerra había evolucionado en modo tal que las murallas ya no servían para nada, y sí encerraban en su interior a sus ciudadanos, dificultando el comercio y su movilidad. Tuvieron, sin embargo, el buen tino los boloñeses, de conservar las fabulosas puertas de las mismas, no menos de diez, entre las cuales la de Saragozza, la Porta Maggiore, la del Meloncello, la Mascharella, la de San Donato, y, por encima de todas, de inusitada belleza, la Porta Galliera.

             Y sus magníficos museos: la Pinacoteca Nazzionale, repartida en dos grandes secciones, medieval y barroco: Giotto, Vitale da Bologna, Jacopo di Paolo, Lorenzo Costa, una entera y magnífica colección de Guido Reni, Tiziano, Tintoretto, Rafaello… un imperdible. Y también el Civico Medievale y el Civico Archeologico, con una colección de arte faraónico entre las mejores de Europa, y divinamente expuesta.

 "La vida es demasiado corta para no vivir en Bolonia" (Anónimo boloñés, en el pórtico de la Madonna di San Luca)

 

             ¿Y qué decir de sus terrazas y restaurantes? “Sono dapertutto”, están por todas partes, se diría que es una ciudad-terraza. No dejaré de mencionar dos que han hecho nuestras humildes delicias, y digo humildes pues Mariate y yo somos siempre “turistas de presupuesto” (así llamados los que somos "de corto presupuesto", porque de presupuesto lo son todos, sólo que algunos mucho más alto que el nuestro). Las dos en la calle Augusto Reghi: el pintoresco "Donatello", con más de mil quinientas fotografías de celebridades colgadas en sus paredes, y según me dijeron, todas ellas dedicadas; y un especial recuerdo al juvenil "Le Moline", y la maravillosa acogida que en él nos daba su dueño, Eduardo, junto con unos precios super "accoglienti"  y un ambiente magnífico. Y por supuesto, un recuerdo no menos especial a mis Ankas, dos guapísimas y encantadoras camareritas rumanas así llamadas las dos, "Anka", que por dos euritos cada mañana (no quedan muchos lugares de esos), nos daban un sensacional caffe macchiato (cortadito a la italiana, para revivir a un muerto) y un delicioso cornetto (cruasán) alla crema, como dos de los españoles por su tamaño.

             De sus heladerías (llamadas ahora "cremerie", renovarse o morir) ni hablamos, entre las mejores de Italia, que es como decir del mundo. Nos gustaba mucho la llamada "Santo Stefano". Pero no podré olvidar nunca la maravillosa acogida que me brindaron las cinco preciosas “heladeras” que atendían “La Vecchia Stalla”, y lo mucho que nos reímos hablando del “prosciutto spagnolo” (jamón serrano) y cuanto mejor era que el que venden en Italia, a pesar de su fama.

             Y esto es Bolonia, señores. Qué menos que tres días. Si se pasan una semana, no se arrepentirán. Y si ya tiran la casa por la ventana y deciden volver a sus tiempos de estudiantes y vagar por las aulas por las que vagó Don Antonio (¡quién sino el Lebrijano!) estudiando leyes o artes… pues miel sobre hojuelas.

             Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. En Bolonia o en cualquier lugar del mundo.

 

 

            ©Luis Antequera

 

            Si desea ponerse en contacto con el autor, puede hacerlo en luiss.antequera@gmail.com

 

 

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