Iglesia y mujer
Artículo publicado hoy en el Diario Ideal, edición de Jaén, página 29
Las cabezas mitradas españolas han tropezado en días previos al 8 de marzo. Ante los micrófonos mediáticos, unos colocaron a la Virgen María como portadora de la pancarta de la manifestación feminista, otros hablaron del demonio como autor de un golazo por la escuadra a las mujeres, y el resto optaron por el silencio miedoso, o por hablar en voz tan baja que no le han oído nadie. Los obispos en España, pues, han sido desbordados por los acontecimientos.
Con lo fácil que hubiera sido señalar lo que la historia nos enseña. El movimiento de liberación de la mujer ha sido apoyado siempre por la Iglesia Católica: las grandes santas existentes en el friso eclesial, como Santa Catalina de Siena, quien se enfrentó a tres papas intrusos invitándolos a dejar el cargo ilegítimo, consiguiendo superar aquel cisma de egoísmos políticos; otra como Santa Teresa de Jesús, reformadora del Carmelo descalzo, escritora mística, fundadora de varios monasterios montada en una carreta tirada por mulos, como el de Beas de Segura, donde se encontró con San Juan de la Cruz, el místico poeta fallecido en Úbeda en 1591. Tomando el siglo pasado, donde Pedro Poveda funda con María Josefa Segovia la Institución Teresiana, llevando a las mujeres a ocupar las cátedras de institutos y universidades para demostrar que la cultura cristiana es un camino de liberación de la ignorancia y la palanca de la libertad personal y social. O acudiendo a don Francisco Blanco Nájera, obispo de Orense, quien desde la ciudad de Jaén, donde era canónigo de la catedral, escribió un libro sensacional: “Derecho de la Iglesia y la familia a la educación de sus hijos”. Estas ideas las plasmó en la fundación de la Congregación de Misioneras del Divino Maestro, quienes tienen colegio aquí.
Sin olvidar a San Juan Pablo II, quien el 15 de agosto de 1988, escribió una carta inmejorable sobre la función de la mujer en nuestros días. En este documento leemos lo siguiente: “Si no recurrimos a este orden y a este primado no se puede dar una respuesta completa adecuada a la cuestión sobre la dignidad de la mujer y su vocación. Cuando afirmamos que la mujer es la que recibe amor para amar a su vez, no expresamos sólo o sobre todo la específica relación esponsal del matrimonio. Expresamos algo más universal, basado sobre el hecho mismo de ser mujer en el conjunto de las relaciones interpersonales, que de modo diverso estructuran la convivencia y la colaboración entre las personas, hombres y mujeres. En este contexto amplio y diversificado la mujer representa un valor particular como persona humana y, al mismo tiempo, como aquella persona concreta, por el hecho de su femineidad. Esto se refiere a todas y cada una de las mujeres, independientemente del contexto cultural en el que vive cada una y de sus características espirituales, psíquicas y corporales, como, por ejemplo, la edad, la instrucción, la salud, el trabajo, la condición de casada o soltera.”
La Iglesia, por lo tanto, no está contra la dignidad de la mujer. Los católicos no aceptamos la división entre el hombre y la mujer, aborrecemos la lucha de clases entre los hombres y las mujeres, porque, sinceramente, de donde hemos nacido todos, sino de un padre y una madre. La visión marxista escondida tras determinadas formas de liberación femenina es puro materialismo que considera a los seres humanos solamente máquinas sin almas, alejadas de la visión bíblica según la cual el hombre y la mujer fueron creados a imagen y semejanza de Dios, una dignidad, que molesta y estorba para la anulación de la familia cristiana, pretensión de muchos de los están tras la ideología de género y el pensamiento único. Y los obispos deberían al ser preguntados sobre algo que desconocen contestar: Sin comentarios. Algo que hacen los autores de las teorías ateas yacentes tras el feminismo sin alma. Y les votan.
Tomás de la Torre Lendínez
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