Contemplar la eternidad
por Sólo Dios basta
Recordar la muerte de un ser querido siempre une a la familia. Y si es un caso especial, como puede ser estar en proceso de canonización, mucho más. Es lo que sucede en Santo Domingo de la Calzada el sábado más cercano al 24 de febrero, fecha del fallecimiento del Venerable Alberto Capellán Zuazo, padre de familia ejemplar, labrador entregado, adorador nocturno incansable y alma caritativa con los más necesitados. Esos son los rasgos que mejor pueden definir a este ilustre riojano que termina su caminar por este mundo el 24 de febrero de 1965. El frío viento que llega de los montes nevados de la Sierra de la Demanda no impide que algunos miembros de la Causa de canonización quieran recorrer, como cada año, los lugares más significativos de la vida de Alberto Capellán. Se suma también parte de la familia, no tanta como otros años.
Todo empieza en el pórtico de la iglesia de San Francisco, seguimos hasta la cercana casa de al lado donde hacemos una parada especial. Isabel, la nieta mayor de Alberto, nos señala la ventana de la habitación donde muere su abuelo aquella lejana tarde de febrero que hemos venido a recordar. Entre los recuerdos que brotan hay uno a destacar: Alberto muere con toda paz. La señal es que las sábanas de la cama no están arrugadas ni revueltas. Al comprobar que todo ha terminado, se dan cuenta que es como si hubiera quedado dormido. No había ningún rastro de haberse removido ante la llegada de la muerte. Nada de nada. Todo queda en silencio y paz, fruto del paso de Dios por esa casa, esa habitación y esa persona tan querida.
Seguimos camino hacia el “Recogimiento”; el viento helador recorre las calles, no nos deja, sino que nos acompaña para ayudarnos a entender mejor todo el bien que hacía Alberto Capellán llevando a esa casa a tantos que no tenían donde comer o dormir o pasar los crudos días invernales. El “Recogimiento”, junto a la era donde se trillaba el trigo en verano, trae más recuerdos a Isabel. Nos comenta que el mismo Alberto pintó las estaciones del viacrucis por dentro para poder rezar con los allí recogidos ese camino de nuestro Señor Jesucristo hasta la cruz. Todo en Alberto ayuda a encontrarse con Cristo Jesús.
Pero la vida de Alberto Capellán cambia sobre todo con la ayuda de la Virgen María. Dejando atrás el “Recogimiento” vamos a la casa donde la Madre de Dios le visita de modo singular. Esto produce un cambio en la vida de este labrador que empieza a comportarse de otro modo. Todo ayuda a orar, tanto en el “Recogimiento” como ante esta casa, rezamos poniendo la mirada en el cielo como tantas veces lo haría el Venerable Alberto.
El siguiente lugar de oración es la catedral, más concretamente la girola, donde en una capilla se encuentra el sepulcro de nuestro querido paisano que tanto nos enseña con su vida. Rezamos en silencio y ponemos cada uno nuestras intenciones y acción de gracias ante sus restos. Es lo más grande, poder orar ante los restos mortales en la fecha de su muerte. Nos recuerda a los primeros cristianos que hacían lo mismo en los aniversarios de martirio de tantos que daban su vida por Cristo antes que negar su fe. Todo ayuda a crecer y dar pasos en la vida espiritual.
Esta oración nos prepara a algo muy grande, la adoración al Santísimo que tenemos en la ermita de la Virgen de la Plaza antes de la celebración de la santa misa. De rodillas ante Jesús Sacramentado, como tantas veces lo haría Alberto, ponemos nuestro corazón ante Dios. Nos presentamos ante Él, el mismo Dios que contemplan María y San José, y pasados muchos siglos, también el Venerable Alberto Capellán, y ahora, casi 60 años después, los que seguimos queriendo estar en adoración como modo de unión con Dios y apertura a la gran gracia que es la eternidad.
La eternidad es lo que centra la jornada de este sábado final de febrero. Recordamos en la misa uno de sus pensamientos que muestran el calado espiritual de este labrador que tenía a Dios muy dentro de su corazón:
“El que aspira a la eternidad, pronto se consuela en las adversidades, porque al fin, la vida dura tan poco, que sólo se trata de rápidos, ligeros y miserables momentos. Las ocupaciones son el mejor remedio contra las preocupaciones”.
No hacen falta comentarios, sino tiempo para meditar estas palabras en el silencio de la adoración eucarística. Es lo que mueve los corazones de los presentes y mucho más sabiendo que todo estaba preparado desde la noche anterior, cuando el sacerdote que prepara dicha misa habla antes con un amigo precisamente sobre la eternidad en relación a la eucaristía:“¡Imagínate estar con Dios al lado toda la eternidad! Es un poco difícil que entre en una mente humana”.
Estas palabras quedan en mi corazón porque es la pura verdad y lo más grande es que esto sólo se puede entender desde la adoración. Cuando se hace adoración, se vive la eternidad, porque hacer adoración es estar con Dios al lado siempre, y cuando llegue el momento, durante toda la eternidad. Pura providencia que terminada dicha conversación de amigos, y tener un rato de adoración, busco algún pensamiento del Venerable Alberto Capellán para la homilía y siento que tiene que ser el del último boletín. Al leerlo me quedo asombrado porque es justo lo hablado con un amigo y después vivido en la adoración. Todo estaba preparado para unir una conversación, un momento de adoración y la misa de recuerdo de la muerte de Alberto Capellán. Todo ocurre de noche, en diálogo íntimo, en silencio, en adoración y cuando llega el día de aniversario, Alberto se hace presente con sus palabras escritas para animarnos a entrar en la eternidad. ¿Cómo? ¡Es muy fácil! ¡Sigamos sus huellas! ¡Pongámonos de rodillas! ¡Hagamos adoración! ¡Y abramos el corazón al contemplar la eternidad!