Roma, 1987. San Juan Pablo II (1)
PONTIFICADO DE SAN JUAN PABLO II
Las primeras palabras pronunciada por un Papa sobre los mártires de la persecución religiosa española fue hace treinta años: durante la beatificación de cinco españoles el 29 de marzo de 1987. Junto al cardenal sevillano Marcelo Spínola y el fundador de la Hermandad de Operarios Diocesanos, el tortosino Manuel Domingo y Sol, subían a los altares las tres primeras mártires de la persecución religiosa española (19341939): las carmelitas de Guadalajara.
El famoso padre Simeón de la Sagrada Familia (Tomás Fernández), carmelita descalzo -que ejerció 24 años de Postulador General de la Orden (19731997)-, declaró, ese domingo de las beatificaciones, para ser publicado en el diario Ya:
“La beatificación de estas tres mártires no tiene ningún sentido político ni temporal. La Iglesia ha beatificado o canonizado en años o decenios recientes mártires caídos bajo otras ideologías anticristianas vigentes en otros tiempos y lugares. Con el mismo Derecho, va a proclamar tales a las Carmelitas de Guadalajara, prescindiendo de circunstancias históricas concretas que pudieran hacer desaconsejable esa proclamación. La Iglesia tiene plena autoridad y competencia para proclamar qué bautizados ha sabido ser fieles a Cristo hasta el heroísmo y para proponerlos después como ejemplo a imitar al pueblo cristiano… Semejante declaración es testimonio de su libertad por encima de los poderes de este mundo y de acuerdo con lo que Cristo le ha conferido”.
El padre Simeón -sigue ahora relatando el periodista de YA- ha abordado también el “iter” (el recorrido), un poco complicado, que han tenido las causas de beatificación de las víctimas de la persecución religiosa.
“Recuerdo -ha dicho- la pena que me causó realmente cuando empecé en 1973 a ser postulador de la orden de las carmelitas descalzas el encontrarme encima o al lado de estas causas una indicación que decía: Esta causa, por disposición de la Santa Sede, está ahora detenida. Con la venida del nuevo Pontífice, Juan Pablo II, hacia el año 80 más o menos, comenzaron a abrirse de nuevo y nos comunicaron oficialmente a los postuladores que podíamos continuar este trabajo”.
Comenzamos pues esta serie para recoger las palabras magisteriales de San Juan Pablo II en las beatificaciones y canonizaciones de su pontificado. Las homilías dichas por los prefectos cardenales Saraiva y Amato. Y, finalmente, las breves intervenciones de los Papas Benedicto XVI y Francisco, casi siempre en el Ángelus (del mismo día o del día siguiente).
1. HOMILÍA DEL 29 DE MARZO DE 1987 DE SAN JUAN PABLO II (fragmentos, audio y al final del post enlace para leerla entera).
Hoy, cuarto domingo de cuaresma, elevamos a la gloria de los Beatos a tres hijas del Carmelo: Sor María Pilar de San Francisco de Borja, Sor María Ángeles de San José y Sor Teresa del Niño Jesús, así como a otros dos hijos de la Iglesia en España: el Cardenal Marcelo Spínola y Maestre, y el sacerdote Manuel Domingo y Sol. La santidad de los Siervos y Siervas de Dios es precisamente un fruto particular de la gracia bautismal. Mediante esa santidad se manifiesta, de un modo excepcional, la fuerza salvífica del misterio pascual, la fuerza de la redención, el poder del Espíritu Santo y santificante, por medio de la cruz y de la resurrección de Cristo Señor.
Los Siervos de Dios, que la Iglesia declara hoy dignos de la gloria de los altares, se abrieron particularmente a esta Luz del mundo que es Cristo. Y de modo particular lo han seguido, caminando a través de la fe, a la luz de la vida eterna. Este camino de perseverancia, coronado con el fruto de la santidad de vida, da testimonio del poder sobrenatural del Espíritu, que en la liturgia del bautismo se expresa mediante el rito de la unción. E1 libro de Samuel, nos ha hablado precisamente de esa unción en la primera lectura de esta celebración eucarística.
Por eso, al contemplar el camino que se abre en la vida de un cristiano por medio del bautismo, y que le lleva a la santidad en el Señor, la Iglesia, rebosante de confianza, se dirige hoy al Buen Pastor, con las palabras del salmo responsorial:
“El Señor es mi pastor, / nada me falta... / Me guía por el sendero justo, / por el honor de su nombre” (Sal 23 [22], 1. 3).
Los Beatos, hijos e hijas de la tierra española, pronuncian hoy, con una especial acción de gracias, las palabras con las que toda la Iglesia expresa su confianza sin límites en Cristo, Buen Pastor. Él nos conduce muchas veces con mano firme y segura, a través de caminos difíciles y dolorosos, como lo expresan las siguientes palabras del salmo:
“Aunque camine por cañadas oscuras, / nada temo, porque tú vas conmigo” (Sal 23 [22], 4).
Con estas palabras pudieron dirigirse al Buen Pastor estas tres hijas del Carmelo, cuando les llegó la hora de dar la vida por la fe en el divino Esposo de sus almas. Sí, “Nada temo”. Ni siquiera la muerte. El amor es más grande que la muerte y “Tú vas conmigo”. ¡Tú, el Esposo crucificado! ¡Tú, Cristo, mi fuerza!
Este seguimiento del Maestro, que nos debe llevar a imitarlo hasta dar la vida por su amor, ha sido casi una constante llamada, para los cristianos de los primeros tiempos y de siempre, a dar este supremo testimonio de amor -el martirio- ante todos, especialmente ante los perseguidores. Así la Iglesia, a través de los siglos, ha conservado como un legado precioso las palabras que Cristo dijo: “el discípulo no es más que el maestro” (Mt 10, 24), Y que “si a mí me han perseguido, lo mismo harán con vosotros” (Jn 15, 20).
De este modo vemos que el martirio -testimonio limite en defensa de la fe- es considerado por la Iglesia como un don eximio y como la prueba suprema de amor, mediante la cual un cristiano sigue los mismos pasos de Jesús, que aceptó libremente el sufrimiento y la muerte por la salvación del mundo. Y aunque el martirio sea un don concedido por Dios a unos pocos, sin embargo, todos deben -y debemos- estar dispuestos a confesar a Cristo delante de los hombres, sobre todo en los periodos de prueba que nunca –incluso hoy día– faltan a la Iglesia. Al honrar a sus mártires, la Iglesia los reconoce, a la vez, como signo de su fidelidad a Jesucristo hasta la muerte, y como signo preclaro de su inmenso deseo de perdón y de paz, de concordia y de mutua comprensión y respeto.
Las tres mártires carmelitas tuvieron, sin duda, muy presentes, como conocemos por sus testimonios, aquellas palabras que dejó escritas su Santa Madre y Doctora de la Iglesia, Teresa de Jesús: “El verdadero religioso... no ha de volver las espaldas a desear morir por él y pasar martirio” (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 12, 2).
En la vida y martirio de Sor María Pilar de San Francisco de Borja, de Sor María Ángeles de San José, y de Sor Teresa del Niño Jesús, resaltan hoy, ante la Iglesia, unos testimonios que debemos aprovechar:
-el gran valor que tiene el ambiente cristiano de la familia, para la formación y maduración en la fe de sus miembros;
-el tesoro que supone para la Iglesia la vida religiosa contemplativa, que se desarrolla en el seguimiento total del Cristo orante y es un signo preclaro del anuncio de la gloria celestial;
-la herencia que deja a la Iglesia cualquiera de sus hijos que muere por su fe, llevando en sus labios una palabra de perdón y de amor a los que no los comprenden y por eso los persiguen;
-el mensaje de paz y reconciliación de todo martirio cristiano, como semilla de entendimiento mutuo, nunca como siembra de odios ni de rencores;
-y una llamada a la heroicidad constante en la vida cristiana, como testimonio valiente de una fe, sin contemporizaciones pusilánimes, ni relativismos equívocos.
La Iglesia honra y venera, a partir de hoy, a estas mártires, agradeciéndoles su testimonio y pidiéndoles que intercedan ante el Señor para que nuestra vida siga cada día más los pasos de Cristo, muerto en la Cruz.
[…] Cristo, Pastor eterno, es la luz del mundo. El que lo sigue tiene la luz de la vida. Los que siguen a Cristo quedan ellos mismos convertidos en luz, como proclama la carta a los Efesios en la liturgia de hoy.
“En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz; toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz” (Ef 5, 8-9), Esto dice el Apóstol a todos los que, en el sacramento del bautismo, han recibido la participación en la “luz” que es Cristo.
Esto mismo nos repiten también hoy estos nuestros cinco Beatos, hijos e hijas de la Iglesia, que durante tantos siglos, ha producido frutos de fe y santidad en tierras de España. Ellos, que quedaron convertidos, de un modo particular, en “luz en el Señor”, repiten hoy a todos sus hermanos y hermanas de la misma tierra y patria española:
“¡Caminad como hijos de la luz ”.
“Bondad, justicia y verdad son frutos de la luz”.
¡Caminad como hijos de la luz!
https://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/homilies/1987/documents/hf_jp-ii_hom_19870329_beatificazione.html
Las primeras palabras pronunciada por un Papa sobre los mártires de la persecución religiosa española fue hace treinta años: durante la beatificación de cinco españoles el 29 de marzo de 1987. Junto al cardenal sevillano Marcelo Spínola y el fundador de la Hermandad de Operarios Diocesanos, el tortosino Manuel Domingo y Sol, subían a los altares las tres primeras mártires de la persecución religiosa española (19341939): las carmelitas de Guadalajara.
El famoso padre Simeón de la Sagrada Familia (Tomás Fernández), carmelita descalzo -que ejerció 24 años de Postulador General de la Orden (19731997)-, declaró, ese domingo de las beatificaciones, para ser publicado en el diario Ya:
“La beatificación de estas tres mártires no tiene ningún sentido político ni temporal. La Iglesia ha beatificado o canonizado en años o decenios recientes mártires caídos bajo otras ideologías anticristianas vigentes en otros tiempos y lugares. Con el mismo Derecho, va a proclamar tales a las Carmelitas de Guadalajara, prescindiendo de circunstancias históricas concretas que pudieran hacer desaconsejable esa proclamación. La Iglesia tiene plena autoridad y competencia para proclamar qué bautizados ha sabido ser fieles a Cristo hasta el heroísmo y para proponerlos después como ejemplo a imitar al pueblo cristiano… Semejante declaración es testimonio de su libertad por encima de los poderes de este mundo y de acuerdo con lo que Cristo le ha conferido”.
El padre Simeón -sigue ahora relatando el periodista de YA- ha abordado también el “iter” (el recorrido), un poco complicado, que han tenido las causas de beatificación de las víctimas de la persecución religiosa.
“Recuerdo -ha dicho- la pena que me causó realmente cuando empecé en 1973 a ser postulador de la orden de las carmelitas descalzas el encontrarme encima o al lado de estas causas una indicación que decía: Esta causa, por disposición de la Santa Sede, está ahora detenida. Con la venida del nuevo Pontífice, Juan Pablo II, hacia el año 80 más o menos, comenzaron a abrirse de nuevo y nos comunicaron oficialmente a los postuladores que podíamos continuar este trabajo”.
Comenzamos pues esta serie para recoger las palabras magisteriales de San Juan Pablo II en las beatificaciones y canonizaciones de su pontificado. Las homilías dichas por los prefectos cardenales Saraiva y Amato. Y, finalmente, las breves intervenciones de los Papas Benedicto XVI y Francisco, casi siempre en el Ángelus (del mismo día o del día siguiente).
1. HOMILÍA DEL 29 DE MARZO DE 1987 DE SAN JUAN PABLO II (fragmentos, audio y al final del post enlace para leerla entera).
Hoy, cuarto domingo de cuaresma, elevamos a la gloria de los Beatos a tres hijas del Carmelo: Sor María Pilar de San Francisco de Borja, Sor María Ángeles de San José y Sor Teresa del Niño Jesús, así como a otros dos hijos de la Iglesia en España: el Cardenal Marcelo Spínola y Maestre, y el sacerdote Manuel Domingo y Sol. La santidad de los Siervos y Siervas de Dios es precisamente un fruto particular de la gracia bautismal. Mediante esa santidad se manifiesta, de un modo excepcional, la fuerza salvífica del misterio pascual, la fuerza de la redención, el poder del Espíritu Santo y santificante, por medio de la cruz y de la resurrección de Cristo Señor.
Los Siervos de Dios, que la Iglesia declara hoy dignos de la gloria de los altares, se abrieron particularmente a esta Luz del mundo que es Cristo. Y de modo particular lo han seguido, caminando a través de la fe, a la luz de la vida eterna. Este camino de perseverancia, coronado con el fruto de la santidad de vida, da testimonio del poder sobrenatural del Espíritu, que en la liturgia del bautismo se expresa mediante el rito de la unción. E1 libro de Samuel, nos ha hablado precisamente de esa unción en la primera lectura de esta celebración eucarística.
Por eso, al contemplar el camino que se abre en la vida de un cristiano por medio del bautismo, y que le lleva a la santidad en el Señor, la Iglesia, rebosante de confianza, se dirige hoy al Buen Pastor, con las palabras del salmo responsorial:
“El Señor es mi pastor, / nada me falta... / Me guía por el sendero justo, / por el honor de su nombre” (Sal 23 [22], 1. 3).
Los Beatos, hijos e hijas de la tierra española, pronuncian hoy, con una especial acción de gracias, las palabras con las que toda la Iglesia expresa su confianza sin límites en Cristo, Buen Pastor. Él nos conduce muchas veces con mano firme y segura, a través de caminos difíciles y dolorosos, como lo expresan las siguientes palabras del salmo:
“Aunque camine por cañadas oscuras, / nada temo, porque tú vas conmigo” (Sal 23 [22], 4).
Con estas palabras pudieron dirigirse al Buen Pastor estas tres hijas del Carmelo, cuando les llegó la hora de dar la vida por la fe en el divino Esposo de sus almas. Sí, “Nada temo”. Ni siquiera la muerte. El amor es más grande que la muerte y “Tú vas conmigo”. ¡Tú, el Esposo crucificado! ¡Tú, Cristo, mi fuerza!
Este seguimiento del Maestro, que nos debe llevar a imitarlo hasta dar la vida por su amor, ha sido casi una constante llamada, para los cristianos de los primeros tiempos y de siempre, a dar este supremo testimonio de amor -el martirio- ante todos, especialmente ante los perseguidores. Así la Iglesia, a través de los siglos, ha conservado como un legado precioso las palabras que Cristo dijo: “el discípulo no es más que el maestro” (Mt 10, 24), Y que “si a mí me han perseguido, lo mismo harán con vosotros” (Jn 15, 20).
De este modo vemos que el martirio -testimonio limite en defensa de la fe- es considerado por la Iglesia como un don eximio y como la prueba suprema de amor, mediante la cual un cristiano sigue los mismos pasos de Jesús, que aceptó libremente el sufrimiento y la muerte por la salvación del mundo. Y aunque el martirio sea un don concedido por Dios a unos pocos, sin embargo, todos deben -y debemos- estar dispuestos a confesar a Cristo delante de los hombres, sobre todo en los periodos de prueba que nunca –incluso hoy día– faltan a la Iglesia. Al honrar a sus mártires, la Iglesia los reconoce, a la vez, como signo de su fidelidad a Jesucristo hasta la muerte, y como signo preclaro de su inmenso deseo de perdón y de paz, de concordia y de mutua comprensión y respeto.
Las tres mártires carmelitas tuvieron, sin duda, muy presentes, como conocemos por sus testimonios, aquellas palabras que dejó escritas su Santa Madre y Doctora de la Iglesia, Teresa de Jesús: “El verdadero religioso... no ha de volver las espaldas a desear morir por él y pasar martirio” (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, 12, 2).
En la vida y martirio de Sor María Pilar de San Francisco de Borja, de Sor María Ángeles de San José, y de Sor Teresa del Niño Jesús, resaltan hoy, ante la Iglesia, unos testimonios que debemos aprovechar:
-el gran valor que tiene el ambiente cristiano de la familia, para la formación y maduración en la fe de sus miembros;
-el tesoro que supone para la Iglesia la vida religiosa contemplativa, que se desarrolla en el seguimiento total del Cristo orante y es un signo preclaro del anuncio de la gloria celestial;
-la herencia que deja a la Iglesia cualquiera de sus hijos que muere por su fe, llevando en sus labios una palabra de perdón y de amor a los que no los comprenden y por eso los persiguen;
-el mensaje de paz y reconciliación de todo martirio cristiano, como semilla de entendimiento mutuo, nunca como siembra de odios ni de rencores;
-y una llamada a la heroicidad constante en la vida cristiana, como testimonio valiente de una fe, sin contemporizaciones pusilánimes, ni relativismos equívocos.
La Iglesia honra y venera, a partir de hoy, a estas mártires, agradeciéndoles su testimonio y pidiéndoles que intercedan ante el Señor para que nuestra vida siga cada día más los pasos de Cristo, muerto en la Cruz.
[…] Cristo, Pastor eterno, es la luz del mundo. El que lo sigue tiene la luz de la vida. Los que siguen a Cristo quedan ellos mismos convertidos en luz, como proclama la carta a los Efesios en la liturgia de hoy.
“En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz; toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz” (Ef 5, 8-9), Esto dice el Apóstol a todos los que, en el sacramento del bautismo, han recibido la participación en la “luz” que es Cristo.
Esto mismo nos repiten también hoy estos nuestros cinco Beatos, hijos e hijas de la Iglesia, que durante tantos siglos, ha producido frutos de fe y santidad en tierras de España. Ellos, que quedaron convertidos, de un modo particular, en “luz en el Señor”, repiten hoy a todos sus hermanos y hermanas de la misma tierra y patria española:
“¡Caminad como hijos de la luz ”.
“Bondad, justicia y verdad son frutos de la luz”.
¡Caminad como hijos de la luz!
https://w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/homilies/1987/documents/hf_jp-ii_hom_19870329_beatificazione.html
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