Domingo, 22 de diciembre de 2024

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La jungla de cristal

por Diálogos con Dios

En 1950 se estrenó La jungla de asfalto, dirigida por John Houston, una obra maestra del cine negro, que cuenta la historia de un grupo de maleantes en el atraco a una joyería. En ella, aparece la ciudad como escenario despiadado de los deseos humanos más bajos y viles; de la avaricia, la traición y el mal como producto y consecuencia de una ciudad deshumanizada, descarnada y gris. Tanto el título, como el fondo, como el escenario de la película, remite a una sociedad industrializada, que ha abandonado el campo y las relaciones personales humanitarias para adentrarse en el mundo hostil de la ciudad ferozmente individualista y violenta. En 1985 aparece La jungla de cristal, con el carismático Bruce Willis al mando de las operaciones de una saga de acción total. En ella, el inspector John Mclain, es un divorciado amargado envuelto en una crisis permanente, que salva un rascacielos, un aeropuerto y una ciudad en las respectivas entregas, de la amenaza de unos terroristas. Y todo, él solito con una buena dosis de mala leche de antihéroe. Como la película de los 50 era una alegoría de la sociedad de su tiempo, en la de Willis, el personaje es un retrato antropológico del hombre moderno de finales de siglo. Un hombre desencantado, desconfiado y solitario, sin nada que perder.

Existe una evolución entre ambas junglas, aunque no dejan de ser junglas. En la Biblia existen evoluciones paradójicas también. Del jardín del Edén en la creación, a la ciudad Santa, la Jerusalén celeste, del Apocalipsis; de la torre de Babel, al acontecimiento de Pentecostés; de Adán a Jesucristo; de Eva a María.

En el caso de las películas, el asfalto duro y frío, ha dado paso al cristal transparente y frágil. La sociedad actual ha evolucionado hacia lo transparente, lo visual, lo exhibicionista. Vivimos en la sociedad de la imagen pública, de enseñar lo privado, de exhibicionismo gratuito. Las redes sociales otorgan un vehículo rápido, barato y lúdico para mostrar la vida privada, buscando la fama, la aceptación social y la superación de la soledad, a la que la jungla de asfalto nos ha abocado. Una cámara de una calidad inimaginable hace solo cinco veranos, se puede meter en el salón de la casa y hacer un vídeo casero visto por miles y miles de personas en cuestión de días. Es la locura social en una jungla de cristal. Es, en general, una sociedad que ha perdido el sentido del pudor, de lo privado, de lo íntimo. Todo se sabe, se muestra, se ofrece. Pero es a la vez, una sociedad frágil que se rompe hecho añicos como el cristal, y no solo por pandemias que nos zarandean como náufragos a la deriva, sino porque es una sociedad construida sobre la banalidad y la superficialidad, sobre lo inmediato y lo fugaz. John Mclain es un personaje desilusionado y fracasado, pero, al fin y al cabo, no deja de ser un tipo duro y con buen fondo que lucha por salvar a los demás. En la sociedad actual todo lo que huela a sacrificio, abnegación y esfuerzo, todo lo que remita a altruismo, donación o cesión, es sospechoso de debilidad, pérdida o atraso.

La tecnología es una marea que nos inunda sin remedio y quizás solo podemos abandonarnos a ella y observar al prójimo que se nos ofrece gratis a través de ella, en muchos casos, obscenamente, sin pudor ni límite alguno. Ya nos enseñó el camino el gran Alfred Hitchcock con su Ventana indiscreta en 1954, donde James Stewart aburrido en su convalecencia, se dedica a espiar a sus vecinos por la ventana, hasta que mira dónde no debe y ve lo que no debe. En cualquier caso, el indiscreto protagonista se juega la vida al denunciar el crimen ajeno, en nuestro caso, ni siquiera sabemos lo que vemos. Seremos juzgados por ello, cómo parte de una nación y una generación que se dedicó a pisotear el pudor y la intimidad de los demás.

No estoy demonizando la tecnología, ni los medios de comunicación, ni la ciencia, pero no debemos dejarnos llevar por la deriva antropológica vacía que nos invade como una ola, dinamitando los valores más dignos y humanos. Detrás del hedonismo que abotarga nuestras mentes existe un claro peligro de degeneración. Así degeneró el sabio rey Salomón que acabó sus días entregado a la lujuria, muerto de éxito y riquezas. O el gran Sansón, un héroe poco ejemplar que hastiado de la vida, entregó su secreto a la perversa Dalila.

Y en cualquier caso, es una sociedad que no deja de ser una jungla, donde la amenaza, la sospecha y la lucha constituyen el guion de la escena. Donde solo sobreviven los más fuertes. Y si no, que se lo pregunten a fetos y a ancianos. Una sociedad que no cuida de la vida en su principio y su final, es una sociedad deshumanizada, frágil y fracasada.
Sin duda, hay una evolución entre las películas de los años cincuenta del siglo pasado a los primeros años del presente siglo, aunque dudo mucho que sea para mejor. De las imágenes bíblicas que evolucionan, la que más se ajusta, es la de la serpiente antigua del Génesis, al gran Dragón que persigue a la mujer en el apocalipsis. Aunque es verdad que ya no nos masacramos por cuestiones de raza, de religión o de casta, que hemos ganado en civilización… aparentemente.

En una de las películas más potentes de la historia del cine, titulada en España, Vencedores o vencidos, sobre los hechos históricos de los juicios de Núremberg, los juicios a los jerarcas nazis después de la segunda guerra mundial y que supuso la antesala al derecho internacional y el tribunal internacional de La Haya, se presenta un testimonio clave contra los acusados nazis. Se trata del último papel del mítico Montgomery Clift, que representa a un retrasado mental, que por su condición imperfecta, es esterilizado por los jueces nazis. Lo que en 1961, año en el que se estrenó la película, era uno más de los hechos escandalosos del salvajismo nazi, en la actualidad no parece tal. Los gobiernos occidentales se congratulan de haber reducido la población dawn a cero, a base de abortarlos en el útero materno. Si en los años sesenta del siglo XX, esterilizar retrasados era algo inhumano, en los años veinte del siglo XXI, ni siquiera tienen derecho a existir. La sociedad debe proteger a sus miembros más débiles, no eliminarlos por muy escandalosa que sea su existencia. ¿Evolución o involución? Pero me temo que lo más escandaloso de todo es que haya empleado el término retrasado, en lugar de discapacitado… ante todo hay que parecer civilizado.

Y es que tenemos una moral de cristal, con una psicología de cristal… en una jungla de cristal.

 

“Reposará en la estepa la equidad, y la justicia morará en el vergel; el producto de la justicia será la paz, el fruto de la equidad, una seguridad perpetua. Y habitará mi pueblo en albergue de paz, en moradas seguras y en posadas tranquilas. La selva será abatida y la ciudad hundida” (Is 32, 16-19)

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