La doctrina luterana de la predestinación y la colonización de América
por En cuerpo y alma
El dato de partida es el siguiente. Mientras, grosso modo, en la América que civilizaron y evangelizaron los españoles, se da un 20% de indígenas puros, y lo que es aún más significativo, un 70% de mestizos, producto de la mezcla entre españoles e indígenas, sobre cuya práctica totalidad se procederá a un eficaz proceso de evangelización que se aproxima mucho al 100% de la población, esos índices en la América colonizada por los colonos anglosajones –estamos hablando concretamente de los Estados Unidos de Norteamérica- apenas ascienden a algo menos de un 1% de indígenas puros, y a un completo cero por ciento de mestizos, sobre el que todo proceso de evangelización es, estadísticamente hablando, despreciable. Es cierto que, al día de hoy, casi uno de cada cinco estadounidenses son indígenas y mestizos, pero esos indígenas y mestizos no son los descendientes de los que existían en América del Norte cuando llegaron los ingleses y se quedaron luego sus descendientes yankees, son indígenas y mestizos provenientes de la inmigración hispanoamericana, Méjico, Centroamérica e incluso otros países de América del Sur. es decir, una vez más, se trata de mestizos hispanos.
Se puede buscar una explicación a datos tan dispares, y seguramente se hallarán muchas. Pero yo voy a aventurar aquí una de las posibles causas que me parece sumamente interesante y digna de consideración: la teoría o doctrina de la Predestinación propuesta por Lutero en su Reforma Protestante, y siempre a partir del hecho de que la evangelización española fue una evangelización católica, mientras que la evangelización anglosajona fue una evangelización protestante.
Para una correcta comprensión del tema, debemos remontarnos a tiempos algo antiguos. Cuando en el seno de los lugares donde prevalecía la religión judía, -esto es Palestina, Israel, Tierra Santa-, aparece el cristianismo, muchas son las cosas que van a pasar a diferenciar a judíos y a cristianos, aunque en principio, unos y otros pertenezcan a una misma comunidad humana, que no es otra que la judía.
En primer lugar, la creencia de que el Mesías ya ha llegado –los cristianos-, frente a la de los que no creen que dicha llegada se haya producido –los judíos-.
En segundo lugar, la creencia en un Dios que se puede hacer hombre –los cristianos-, frente a la de los que no creen que eso sea posible –los judíos-.
Pero se da una tercera diferencia que no es menos importante entre una comunidad y otra: es la noción de “pueblo elegido” frente a la del “apostolado”. La comunidad que profesa la religión judía parte del principio de que sus componentes forman parte de un pueblo elegido por Dios: es Dios el que los ha elegido a ellos y no a “los otros”, o incluso de una manera aún más gráfica: ha elegido “no elegir a los otros”. Por esa razón, el pueblo judío no va a demostrar en ningún momento la necesidad del proselitismo, el pueblo judío no siente jamás la urgencia de convertir a los que no son judíos. Si Dios ha decidido que los no judíos no sean judíos, Él sabrá por qué lo hace, y los judíos no son quienes para cuestionar esa decisión divina.
Eso no es así en la comunidad cristiana. Bien claro lo dice Jesús:
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. (Mateo 28:19).
Este precepto con el que prácticamente se cierra el Evangelio de San Mateo, y también el de Marcos, se expresa en el de Lucas con unas palabras distintas, pero idéntico significado:
“[Y les mandó] que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Lc. 24, 46-47).
Y bien, ¿qué tiene que ver con todo esto la teoría de la predestinación?
Grosso modo, sin entrar en profundidades teológicas, se define la teoría o doctrina de la predestinación como aquélla que sostiene que el hombre se salva o condena según decida la libre, omnipotente y eterna voluntad divina. En pocas palabras, algo en lo que poco tiene que hacer o que decir la voluntad humana. Es una teoría presente en la obra del padre del protestantismo, Martin Lutero, que se inspira para ello en algunos escritos de San Pablo. Pero desarrollada con particular fruición por uno de los más iniciales y respetados protestantes, Juan Calvino. En su obra “De la manera de participar en la gracia de Jesucristo. Frutos que se obtienen de ello y efectos que se siguen”, él mismo relaciona la predestinación con la “la elección divina” del pueblo judío:
“[Dios puede elegir a todo un pueblo, como ocurre al elegir al pueblo de Israel], al cual ha propuesto como ejemplo para que todo el mundo comprenda que es Él quien ordena cuál ha de ser la condición y estado de cada pueblo y nación”. .
Juan Calvino
La Iglesia Católica se expresa contra la doctrina de la Predestinación. Con toda claridad lo hace en el Concilio de Trento:
“Debe evitarse la presunción temeraria de predestinación. […] En efecto, a no ser por revelación especial, no puede saberse a quiénes haya Dios elegido para si”. (Can. 16. Concilio de Trento, sesión VI (13 de enero de 1547) Decreto sobre la justificación”.
Y bien, para ir cerrando el argumento: ¿todo esto que tiene que ver con la evangelización de América por españoles y por anglosajones, y sus bien diferentes resultados?
Pues muy sencillo. Para los españoles católicos imbuidos del espíritu emanado del deber de proselitismo que cabe extraer de los evangelios, es fundamental atraer a los paganos indígenas al mensaje de Cristo y a la salvación, lo que para empezar, les obliga a tratarlos como personas y a alargar sus días tanto como sea posible para la correcta comprensión del mensaje, en pocas palabras, a respetarlos, no exterminarlos, y hacer lo posible por su salvación, ejecutando ese deseo presente en la mente de la Reina Católica de llenar el Cielo de nuevos cristianos.
Cuando, por el contrario, como harán los colonos protestantes que conquistan América del Norte, se mira al indígena como un ser “olvidado” a los ojos del Creador, que ni siquiera ha pensado en él para incluírlo entre “los elegidos”, poco importa su vida, menos su formación, y su evangelización ni digamos. Son sólo seres abyectos, con los que poco vale la pena perder el tiempo, dado que mucho antes de que nosotros podamos hacer algo, Dios ya los ha desestimado para unirlos al banquete del final de los tiempos.
Ese proselitismo que impregna la cosmovisión católica de los misioneros españoles, frente a esa predestinación que impregna la cosmovisión protestante de los colonos anglosajones, -entre otras razones, no digo que no-, hará posible esos índices de mestizaje y evangelización de los que hablábamos al principio, tan diferentes en la América Hispana y la América Anglosajona.
Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
©Luis Antequera
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