Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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Orgullo gay LGTBI. ¿Condenar o permitir?

por Estamos en Sus Manos

La fiesta del Orgullo

Con estos días de fiesta del orgullo gay, han salido a la palestra muchas opiniones. De una parte de la Iglesia sobre el colectivo LGTBI; de otra, del colectivo LGTBI sobre la Iglesia. Pasado el temporal, también yo quiero escribir algo y opinar, tanto desde mi fidelidad a la Iglesia, como desde mi experiencia personal y los datos objetivos, con respecto al tema.

Posiciones enfrentadas: los aperturistas

Antes de empezar, quiero señalar las posiciones que se han mantenido estos días, y que, a mi parecer, y al parecer de la Iglesia también, no son adecuadas al modo de afrontar este tema desde nuestro amor a Cristo y a la humanidad.

Ha habido quienes han dicho que la Iglesia debe aceptar a los LGTBI y sus relaciones sexuales, y no condenarles a un celibato no elegido libremente. En la librería franciscana de Jesús de Medinaceli en Madrid lucían las banderas arco-iris; leí también un artículo del jesuita Olaizola, de quien tenía una buena opinión hasta el presente, en el que defendía esta postura, de un modo bastante radical. Todos ellos lo hacen – estoy seguro – desde un positivísimo deseo de acercarse a los que se sienten lejos de la Iglesia y de ser fieles al Evangelio. Esos esfuerzos no me parecen en absoluto condenables, porque brotan del amor, pero tampoco me parecen apropiados, ya que esta aceptación acrítica no es acorde con la Sagrada Escritura, ni con la Tradición, ni con el Magisterio, ni con la leyes de la biología, ni con la antropología, ni con un largo etcétera que no voy a enumerar ahora.

Los condenadores...

Por otro lado está el de los que lo condenan todo. Condenan todo lo condenable, y aún lo más cercano a lo condenable, y a los que no condenan lo que ellos condenan. Aquellos que van siempre más allá de la letra y que aíslan versículos de la Biblia, leyéndolos fuera del contexto de la Tradición y del Magisterio, para ponerlos como basamento inamovible de sus doctrinas morales extremistas, que por otra parte les condenan a si mismos, como otrora hicieran los fariseos. Todos ellos lo hacen – estoy seguro – desde un positivísimo deseo de ser fieles al Evangelio y a la Iglesia, con la intención de mostrar a todos los hombres el camino de la salvación.

La oposición desde el colectivo LGTBI...

Y desde el colectivo LGTBI, el juicio sobre la Iglesia, al menos el juicio que muestra en público, es bastante desfavorable. Disfraces religiosos, incluso del Señor y de la Virgen María, burlas de crucifixiones, pintadas en Iglesias, pronunciamiento radicales… Esas muestras públicas – que no son el pensamiento de todos los LGTBI – parecen meter en un mismo saco a todos los cristianos: el segundo grupo, radical e intolerante, al que muestran como la más grande oposición que tienen en esta sociedad. La radicalidad intolerante de esas muestras públicas del colectivo LGTBI extrema aún más las dos posturas anteriormente mencionadas. Los aperturistas se abren más, tratando de mostrar una Iglesia diferente, que acoge a todos y no discrimina, pero perdiendo la fidelidad a la misión integral que tiene la Iglesia; los condenadores se escandalizan ante estas injurias y extreman aún más su posición, pues piensan que estas actitudes justifican su posición. Estoy seguro de que esas manifestaciones del colectivo LGTBI brotan de la sensación de exclusión que muchas veces han experimentado, también por parte de algunos miembros de la Iglesia, y también movidos por la imagen que los medios ofrecen de nosotros.

La Iglesia no condena a los homosexuales

En medio de esta vorágine, pocos miran de corazón a la Sagrada Escritura, leída en el marco de la Tradición e iluminada por la luz del Magisterio. No voy a mencionar aquí los textos del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la homosexualidad; quien esté interesado que los busque, pues son públicos. De ellos se deducen varias cosas importantes.
Lo primero, y creo que es lo más importante, la Iglesia no condena a los homosexuales. Dice de ellos que están llamados a la castidad – como todos los cristianos coherentes –, que ha de evitarse sobre ellos todo juicio o discriminación, que tienen su lugar en la comunidad cristiana y que con los medios que la Iglesia ofrece, como todo creyente, pueden y deben acercarse a la perfección cristiana, es decir, a la santidad.
Simplificado. Las personas que sienten atracción por el mismo sexo no pueden ser discriminadas, son parte de la Iglesia si son creyentes, deben ser coherentes con su fe como todos, y están llamados a ser santos. Si no crees que esta sea la posición de la Iglesia respecto a los LGTBI, te recomiendo que leas el catecismo.

Los actos homosexuales son desordenados

Lo segundo que afirma el Catecismo, a la luz de la Tradición y de la Sagrada Escritura, es que los actos homosexuales son desordenados. Nótese la delicadeza de nuestra Madre Iglesia que evita usar el término “pecado”. ¿Qué significa esto? Comprenderlo es de vital importancia para comprender todo. Dios ha creado las cosas con un orden, es decir, con una función, con una finalidad. En concreto, toda la Sagrada Escritura nos enseña que la sexualidad ha sido creada para ser vivida dentro del matrimonio, y con una doble finalidad, que ha de darse al mismo tiempo:  la unión de los esposos y la apertura a la vida. El orden que Dios ha inscrito en la sexualidad es la unión del hombre y de la mujer que da lugar a una nueva vida. Esto se hace evidente desde el punto de vista más básico: el biológico. Desde éste punto de vista, la sexualidad existe evidentemente para la procreación, que es para lo que la usan todas las especies animales de este planeta. También las funciones biológicas de los órganos genitales y del aparato excretor tienen su orden y su finalidad, que son también obvias desde el punto de vista fisiológico.

Biología y libertad

En este sentido, las relaciones homosexuales son, efectivamente, desordenadas, pues no siguen ese orden que Dios ha dado a la creación, a la sexualidad y a la biología. Afirmar esto no supone ninguna toma de postura ideológica ni ningún exacerbamiento moral; es ofrecer unos datos que son evidentes. Cierto es que el hombre es más que un animal (o un animal superior a los demás), pero eso no quiere decir que no tenga una lógica biológica y antropológica que le orienta y que debe afirmar. Decir lo contrario es ir contra la evidencia. Es verdad que el hombre, por sus capacidades y su libertad, puede hacer un uso diferente de la sexualidad, pero también de otras muchas cosas, y no por ello son buenas ni para él ni para los demás. Pongamos un ejemplo. Es cierto que el hombre, por su capacidad y libertad, puede conocer las propiedades de las sustancias, y gracias a ello puede producir medicamentos; pero con esas mismas capacidades puede producir droga. Lo que hace que un acto sea ordenado o desordenado es el modo y también la finalidad con la que se usa; el modo en el sentido de si sigue ese orden querido por Dios, y la finalidad si se usa para el fin para el que Dios lo ha creado. Dios nos ha creado capaces de conocer las sustancias y combinarlas para producir medicamentos, pero no para producir drogas; por tanto, cuando las usa para ese fin, las usa de un modo desordenado, causando un mal.

Castidad sí, pero para todos

Desde aquí podemos comprender por qué, más allá de la libertad del hombre, los actos homosexuales son desordenados. Dios no nos ha dado la libertad para que usemos la sexualidad fuera del orden que él le ha dado, y que nos ha dejado claro en la Sagrada Escritura, en la Tradición, en el Magisterio, en la biología y en la antropología. Los actos homosexuales no se insertan dentro del orden querido por Dios, pues no tienen lugar en el matrimonio ni aúnan el fin unitivo y procreativo de la sexualidad. Es por eso que se afirma que son desordenados. Y lo son. Por eso los LGTBI están llamados a la castidad, por lo mismo que somos llamados a ella todos los cristianos. Los jóvenes cristianos están llamados a ser castos, lo mismo que los novios cristianos, que deben esperar al matrimonio para consumar sexualmente su amor, así como los sacerdotes y religiosos, o los hombres y mujeres separados. Todos estamos llamados a la castidad según nuestro estado. Una cosa es que podamos fallar en esa castidad – todos somos humanos – pero otra es justificar esa actitud; eso es lo que hacían los fariseos: justificarse.

¿Celibato impuesto o coherencia?

Hablar de un celibato impuesto es un error. Puesto que la Iglesia orienta, pero no impone. Cada persona es libre de hacer lo que considere. Pero los cristianos estamos llamados a ser coherentes con nuestra fe. Eso implica renuncias y dificultades en todos los estados de la vida cristiana: para los solteros y los casados, para las religiosas y los sacerdotes, para los jóvenes y los mayores. El catecismo recoge en concreto las dificultades que los LGTBI pueden sufrir debido a su condición, y ve en ellas, como en cualquier cruz de cualquier persona, una oportunidad para unirse a los sufrimientos de Cristo. Para un LGTBI creyente la llamada a la castidad supone renunciar a los actos homosexuales, pero no al amor, a la entrega, ni a los actos heterosexuales dentro de matrimonio. No es por tanto un “celibato impuesto”, sino una invitación a la coherencia y a la libertad.

Sagrada Escritura, Tradición y Magisterio

Así pues, la postura de la Iglesia, acorde con la Sagrada Escritura, presenta los actos homosexuales como desordenados, interpretando así de un modo adecuado los pasajes sobre la homosexualidad en la Biblia, que existen tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Esto lo escribo por los que dicen que Jesús supone la superación del Dios justiciero del Antiguo Testamento, y que ofrece una misericordia que disculpa todo. Eso no es así. Jesús tiene palabras muy duras respecto a ciertos comportamientos morales, sobre todo ante la autojustificación. Además, tanto san Pablo como san Juan, autores del Nuevo Testamento que transmiten el mensaje de Jesús, nos dicen que los actos homosexuales son contrarios a la voluntad de Dios. Por eso nos dice el Catecismo que no pueden recibir aprobación en ningún caso. Pero esto no se refiere a las personas que experimentan atracción por el mismo sexo. Estas personas no deben ser juzgadas, tienen su lugar en la Iglesia, están llamadas a la coherencia de la castidad como todos los cristianos, y están llamados a ser santos, como todos, según su condición.

¿La homosexualidad tiene un origen genético o psíquico?

El tercer punto que se deduce del catecismo es cuando, al describir la homosexualidad, nos afirma que sus orígenes psíquicos permanecen en gran modo inexplicados. El Catecismo no va más allá, porque ni puede ni es su misión. Pero nos da una gran luz, que brota de los estudios sobre la homosexualidad que se han realizado y que no están manipulados por la ideología de género. El origen de la atracción por el mismo sexo es psíquico. Esto quiere decir que no es genético, no proviene de la naturaleza, no se nace LGTBI. Esta tendencia se forja en los albores del crecimiento de la psique humana por diversos factores que en gran parte se nos escapan, y se manifiestan cuando llega la pubertad, o incluso antes. Las personas con atracción por el mismo sexo no eligen su tendencia; se la encuentran dada. Pero eso no quiere decir que sea de nacimiento, sino que se ha desarrollado en un momento en que la psique de esa persona se estaba formando y era susceptible de ser condicionada por ciertas circunstancias.

La homosexualidad no es una enfermedad ni un trastorno

Es necesario tener mucho cuidado con esto, pues la atracción por el mismo sexo no es una enfermedad ni un trastorno. Para entenderlo, pondremos un ejemplo. Una persona puede desarrollar una personalidad celosa debido a sus heridas de la infancia (por ejemplo por un padre que tenía una preferencia excluyente por otro hermano o hermana). La persona no elige esos celos, sino que le salen solos. No diremos que esta persona está enferma o tiene un trastorno; su personalidad tiene una tendencia, y la persona debe aceptarla y también tratar de trabajarla para que no le haga sufrir. Igualmente sucede con la atracción por el mismo sexo. Es una tendencia de la personalidad, que brota de algunas circunstancias de la vida. No se elige, pero se puede trabajar con ella. ¿Acaso una persona homosexual no puede explorar su potencial heterosexual, al igual que una persona que tiende a los celos puede explorar su potencial para confiar?

Explorar el potencial heterosexual

Es más, mi experiencia me dice que el dejarse llevar por esa tendencia y ejercer la sexualidad de este modo desordenado, no trae ni más libertad, ni más plenitud, ni más felicidad a las personas que experimentan atracción por el mismo sexo. Más bien el descubrimiento de las circunstancias que le han llevado a desarrollar esa tendencia y el esfuerzo por explorar su potencial heterosexual pueden llevarles, desde mi perspectiva y experiencia, a una mayor libertad, realización y felicidad.

Ni los aperturistas ni los condenatorios

Es por eso que tanto la postura aperturista como la condenatoria son erradas; porque ambas olvidan una parte de la revelación y también obvian un aspecto de la realidad. La tendencia LGTBI ni es genética, ni se elige. Dios nos invita a amar y acoger a las personas con atracción por el mismo sexo, pero nos enseña que deben ser coherentes con su fe y deben vivir la castidad según su estado, como todos los creyentes.
Es cierto que muchos miembros de la Iglesia han tenido una postura de rechazo y exclusión de los LGTBI; es también cierto que los medios, unilateralmente, han querido ofrecer esta imagen de la Iglesia. Es cierto que la apertura que se ha dado en algunos círculos de la Iglesia ha obviado tanto la Sagrada Escritura como el Magisterio, y ha querido justificar un modo de vida que contradice las enseñanzas de Jesús. Así que hemos de encontrar ese punto en el que nos sitúa la fidelidad al Evangelio y a la Iglesia: la acogida de todos y la orientación a la verdad que libera. De veras, no es tan difícil. Ojalá que tanto aperturistas como condenatorios podáis leer este blog y os haga situaros en la verdad del Evangelio y de nuestra Madre Iglesia. Sólo desde esa verdad podremos ayudar al verdadero desarrollo y plenitud de todo hombre y de todo el hombre.
 
 
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