Lunes, 23 de diciembre de 2024

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Conocimiento de Dios

por Juan del Carmelo

Solo Dios se conoce a sí mismo, y su conocimiento es para nosotros un misterio. Pero Dios ha resuelto en su amor, darse a conocer al hombre, revelarse a él; y esto sucede de una manera sobrenatural, con un lenguaje intraducible en la tierra.

 

Con este título de “Conocimiento de Dios”, escribí hace pocos años un libro, el octavo de los catorce que llevo publicados, y como el lector puede suponer, no se puede resumir un libro en una simple glosa y sobre todo cundo el libro trata de un tema que es inagotable, pues el conocimiento de Dios, al referirse a Él, adquiere la condición de infinitud que Dios tiene. Nunca, ni siquiera cuando estemos arriba, podremos llegar a un conocimiento total de Dios, pues Él es infinito y nosotros somos solo criaturas finitas y limitadas por Él creadas por amor.

 

Para analizar el conocimiento de Dios, no podemos partir de los principios y consideraciones que con los que nuestra inteligencia elabora el conocimiento humano. El conocimiento de Dios es un algo muy diferente, porque solo Dios puede hablar de sí mismo y solo el Espíritu Santo, que es el amor, puede comunicárnoslo. No se puede tener la pretensión de que el conocimiento de Dios pueda ser el fruto de nuestra inteligencia. Nuestro entendimiento, no alcanza ni jamás alcanzará a entender, nada más que aquello que Dios quiere que se alcance o entienda.

 

Dicho lo anterior, podemos partir de la base de que el conocimiento de Dios al que podemos llegar, puede ser de dos diferentes clases. La primera es un frío conocimiento, un mero fruto de nuestra inteligencia, al de denominamos “teología", es este un conocimiento acerca de Dios, alrededor de Dios, pero no es un conocimiento de lo que es Dios, digamos que no es un conocimiento de su esencia. Un viejo proverbio dice: “El que conoce a Dios no lo describe, el que lo describe es porque no lo conoce”.

 

Esta clase de conocimiento no se encuentra en posesión de todo el mundo, sino solo de aquellos que se han dedicado al estudio de la teología. El gozar de esta clase de conocimientos sobre Dios, no es ni mucho menos un pasaporte para alcanzar el cielo, es más en algunos casos puede ser que haya sido causa de reprobación divina por razón de heterodoxia, aunque esto nunca se puede afirmar de nadie. Así como la Iglesia declara la santificación o salvación dogmática de una persona determinada, nunca la Iglesia ha declarado dogmáticamente la reprobación eterna de nadie.

 

No es que sea malo el conocimiento teológico de Dios, al contrario es muy laudable, siempre que se encuentre impregnado del amor a Él, circunstancia esta que solo se da si no media la soberbia humana, que nos aflora de forma natural, porque es bien sabido tal como escribe Luigi Giussani fundador del movimiento Comunión y liberación, que: “A un mal conocimiento le sigue un mal afecto, y al contrario a un buen conocimiento le sigue un gran afecto”. El correcto conocimiento de algo o alguien, siempre facilita el amor hacia ese algo o ese alguien. Para amar se necesita conocer, porque el conocimiento genera amor. En orden humano, raro es el escritor biógrafo que no termina enamorándose de la persona sobre la que escribe su biografía.

 

La segunda clase de conocimiento de Dios, está al alcance de cualquiera por muy corta que sea su inteligencia, y nula que sea su formación educacional sobre estos temas. Como hemos dicho, solo Dios se conoce a sí mismo, y su conocimiento es para nosotros un misterio. Pero Dios ha resuelto en su amor, darse a conocer al hombre, revelarse a él; y esto sucede de una manera sobrenatural, con un lenguaje intraducible en la tierra. El que está bajo la acción de esta revelación, no puede decir nada; la vive experimentalmente, pero no puede repetirla. No existe en el mundo, una posibilidad humana de transmitir este conocimiento auténtico de Dios es intrasmisible. Solo Dios puede donárselo a las personas, en razón del amor que a Él le manifiestan.

 

Es este un conocimiento infuso, es decir, Dios lo da aquel al que ha querido que llegue al estado de contemplación. Este es, el afortunado mujer u hombre que ha antepuesto su amor a Dios sobre su conocimiento de Dios, e infusamente han conocido a Dios. A ellos o ellas se les puede aplicar el principio declarado por San Agustín, de que: “Dios no se hace más grande por el conocimiento de quienes lo encuentran, sino que quienes lo encuentran se hacen más grandes por su conocimiento de Dios”.

 

Para el P. Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa pontificia: “El conocimiento de sí mismo y el conocimiento de Dios, son los dos conocimientos que han constituido siempre, para los santos y para los sabios, la flor y nata de la verdadera sabiduría”.

 

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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