Dialogar en Misericordia
El papa Francisco ha dedicado su Catequesis del sábado 22 de octubre al diálogo. Comentó el texto de Jesús con la Samaritana. Es uno de los diálogos más hermosos de los evangelios. Otros muchos tuvo Jesús con otras personas en su vida pública. Siempre quedarán en el misterio los más importantes: Sus diálogos con el Padre y los diálogos con su Madre Virgen. Una buena pista para leer el Evangelio es leer los diálogos de Jesús con las distintas personas que encuentra durante su vida terrena. A veces el encuentro no tiene palabras sino hechos. No siempre el diálogo es fructífero para la salvación, porque Jesús no se vende por un plato de lentejas. Siempre Él tiene abierto el corazón. Sus lamentos sobre Jerusalén son una muestra de su corazón abierto frente a la cerrazón de quienes no desean abrir el suyo.
Comienza el Papa reconociendo las ventajas del diálogo: “El diálogo permite a las personas conocerse y comprender las exigencias los unos de los otros. Sobre todo, es una señal de gran respeto, porque pone a las personas en actitud de escucha y en condiciones de acoger los mejores aspectos de su interlocutor. En segundo lugar, el diálogo es expresión de caridad porque-aun sin ignorar las diferencias- puede ayudar a buscar y compartir el bien común. Por otra parte, el diálogo nos invita a ponernos delante del otro viéndolo como un don de Dios, que nos interpela y nos pide ser reconocido”.
A continuación una continuación indispensable para dialogar: saber escuchar. Cuántas veces en nuestras conversaciones sabemos demasiado pronto lo que piensa nuestro interlocutor. Interrumpimos y no dejamos terminar. Sucede entre amigos, en reuniones familiares, en tertulias de radio y tv. “Muchas veces no nos encontramos a los hermanos, incluso viviendo al lado, sobre todo cuando hacemos prevalecer nuestra posición sobre la del otro. No dialogamos cuando no escuchamos lo suficiente o tendemos a interrumpir al otro para demostrar que tenemos razón. Pero cuántas veces, cuántas veces, estamos escuchando a una persona, la paramos y decimos: < ¡No!> < ¡No!> < ¡No es así!> y no dejamos que termine de explicar lo que quiere decir. Y esto impide el diálogo: esto es agresión. El verdadero diálogo, en cambio, necesita momentos de silencio, en los que acoger el don extraordinario de la presencia de Dios en el hermano”.
Muchos enfrentamientos surgen de la falta de diálogo. Realizado en las condiciones adecuadas, es la mejor medicina para humanizar las relaciones y superar las incomprensiones que existen entre marido y mujer, padres e hijos, vecinos, comunidades, etc. El diálogo allana el camino entre educadores y educandos, entre empresarios y trabajadores.
La iglesia, como Jesús, necesita también dialogar con las personas de cada etapa histórica. Es para los hombres de una época la salvación que llega. Siempre encontrará personas que se cierren, también personas abiertas a la verdad. El evangelio se hace historia viva en cada generación. “Del diálogo vive también la Iglesia con los hombres y mujeres de para época, para comprender las necesidades que están en el corazón de cada persona y para contribuir a la realización del bien común. Pensemos en el gran don de la creación y en la responsabilidad que todos tenemos de salvaguardar nuestra casa común: el diálogo sobre un tema tan central es ineludible. Pensemos en el diálogo entre las religiones, para descubrir la verdad profunda de su misión en medio de los hombres, y para contribuir a la construcción de la paz y de una red de respeto y de fraternidad”.
No nos encerremos en nosotros mismos. Tendamos puentes: “Escuchar, explicar, con mansedumbre, no ladrar al otro, no gritar, sino tener un corazón abierto”.
Comienza el Papa reconociendo las ventajas del diálogo: “El diálogo permite a las personas conocerse y comprender las exigencias los unos de los otros. Sobre todo, es una señal de gran respeto, porque pone a las personas en actitud de escucha y en condiciones de acoger los mejores aspectos de su interlocutor. En segundo lugar, el diálogo es expresión de caridad porque-aun sin ignorar las diferencias- puede ayudar a buscar y compartir el bien común. Por otra parte, el diálogo nos invita a ponernos delante del otro viéndolo como un don de Dios, que nos interpela y nos pide ser reconocido”.
A continuación una continuación indispensable para dialogar: saber escuchar. Cuántas veces en nuestras conversaciones sabemos demasiado pronto lo que piensa nuestro interlocutor. Interrumpimos y no dejamos terminar. Sucede entre amigos, en reuniones familiares, en tertulias de radio y tv. “Muchas veces no nos encontramos a los hermanos, incluso viviendo al lado, sobre todo cuando hacemos prevalecer nuestra posición sobre la del otro. No dialogamos cuando no escuchamos lo suficiente o tendemos a interrumpir al otro para demostrar que tenemos razón. Pero cuántas veces, cuántas veces, estamos escuchando a una persona, la paramos y decimos: < ¡No!> < ¡No!> < ¡No es así!> y no dejamos que termine de explicar lo que quiere decir. Y esto impide el diálogo: esto es agresión. El verdadero diálogo, en cambio, necesita momentos de silencio, en los que acoger el don extraordinario de la presencia de Dios en el hermano”.
Muchos enfrentamientos surgen de la falta de diálogo. Realizado en las condiciones adecuadas, es la mejor medicina para humanizar las relaciones y superar las incomprensiones que existen entre marido y mujer, padres e hijos, vecinos, comunidades, etc. El diálogo allana el camino entre educadores y educandos, entre empresarios y trabajadores.
La iglesia, como Jesús, necesita también dialogar con las personas de cada etapa histórica. Es para los hombres de una época la salvación que llega. Siempre encontrará personas que se cierren, también personas abiertas a la verdad. El evangelio se hace historia viva en cada generación. “Del diálogo vive también la Iglesia con los hombres y mujeres de para época, para comprender las necesidades que están en el corazón de cada persona y para contribuir a la realización del bien común. Pensemos en el gran don de la creación y en la responsabilidad que todos tenemos de salvaguardar nuestra casa común: el diálogo sobre un tema tan central es ineludible. Pensemos en el diálogo entre las religiones, para descubrir la verdad profunda de su misión en medio de los hombres, y para contribuir a la construcción de la paz y de una red de respeto y de fraternidad”.
No nos encerremos en nosotros mismos. Tendamos puentes: “Escuchar, explicar, con mansedumbre, no ladrar al otro, no gritar, sino tener un corazón abierto”.
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