Formar personas, misión de la universidad. ¡Es posible!
por Benigno Blanco
Formar personas, misión de la Universidad. ¡Es posible!
José María Torralba, profesor de la Universidad de Navarra, me ha proporcionado una gran alegría con su libro Una educación liberal (Ed. Encuentro, 2022, 172 págs.), pues en él pone de manifiesto que sigue existiendo un proyecto vivo de educación universitaria centrado en la persona y en su calidad ética y que hay universidades que lo aplican. El libro de Torralba hace renacer mi fe en que la universidad sigue teniendo sentido.
Una educación liberal es aquella que se ocupa “de la formación humana de los estudiantes”, la que “se dirige a la condición de cada persona como agente dotado de libre albedrío”, la que se ocupa “del alumno en su dimensión personal y cívica”, la que se preocupa de que los alumnos “desarrollen el interés por la verdad, la rectitud de juicio y la integridad intelectual”, como se afirma en las páginas 12 a 16 (prólogo) de esta obra. En la introducción (pág. 19) el autor define la educación liberal que preconiza de la siguiente forma: “siguiendo una venerable tradición que va, al menos, de Aristóteles a Newman y que continua inspirando a universidades de todo el mundo, entenderé por educación liberal un proyecto formativo en el que el conocimiento se valora no solo por su utilidad, sino como un fin en sí mismo, y en el que el objetivo no es solo preparar profesionalmente, sino también educar a la persona entera, incluyendo tanto la dimensión intelectual como la moral”.
Lo que más me ha sorprendido del libro de Torralba es que afirma y demuestra que ese modelo de educación liberal existe hoy, especialmente en el mundo anglosajón pero también aquí, en Europa, incluso en España. Existen universidades en que la educación de sus alumnos como personas capaces de buscar la verdad, conscientes de su responsabilidad ética como seres libres y responsables y capaces de interesarse por la tradición humanista de Occidente, forma parte del programa curricular de la universidad; es decir universidades que no solo se preocupan de habilitar técnicamente a sus alumnos para una profesión u oficio, sino que se ocupan de formar personas, ciudadanos. O sea, que una universidad de verdad no solo es posible, sino que existe.
De la mano de Torralba vemos cómo se formularon los proyectos de educación liberal por parte de Newman en Gran Bretaña y en las grandes universidades norteamericanas y alemanas; y cómo se degradó ese ideal en gran parte de occidente a partir de la revolución del 68 que generó una crisis educativa que “tiene su origen en la sociedad dominada primero por el relativismo y luego por la tiranía de lo políticamente correcto” (pág. 58).
Muy relevante en el análisis de Torralba es la recuperación de la idea tradicional de occidente de que la buena educación engloba tanto las virtudes intelectuales como las morales: “una educación completa debe incluir tanto el cultivo de las virtudes intelectuales como de las morales” (pág. 115). Es cierto que las virtudes morales se aprenden por medio de la práctica y el ejercicio y no solo con el análisis teórico, pero también es cierto que la universidad puede y debe crear “una comunidad de diálogo intelectual” (pág. 121) en que el bien moral sea comprendido y resulte atractivo para el alumno, actuando los profesores como parteras en el sentido socrático. Una educación liberal “contribuye a crear el contexto apropiado para el crecimiento ético” (pág. 117). Los intentos actuales de formación del carácter y de enseñanzas de ética profesional como pegotes de la enseñanza meramente profesional en una perspectiva relativista y no humanista, no dejan de ser remedos descontextualizados que acreditan la necesidad de la vieja educación liberal abandonada en que la formación integral de la persona era también fin –aunque no exclusivo- de la educación universitaria.
El libro de Torralba concluye con una conclusión final (págs. 145 a 151) en que el autor sintetiza unos principios que resultan del análisis realizado en el libro:
- La cultura humanista no se limita al conocimiento abstracto, incluye un conocimiento existencial, práctico.
- La misión de la universidad no puede limitarse a preparar para una profesión sino que incluye formar personas; y para ello debe haber asignaturas transversales específicas y obligatorias para todos los estudiantes, sin perjuicio de que esta perspectiva abarque –además- el conjunto del plan de estudios.
- Hay que proponerse un objetivo ambicioso: la sabiduría; es decir, enseñar a vivir, a usar la libertad. Y para ello hay que enseñar a juzgar, a ser una persona juiciosa, algo que solo se adquiere en la práctica, formándose criterio ante situaciones concretas. Por eso los seminarios de grandes libros, la lectura crítica de los clásicos, es uno de los métodos más habituales en las universidades americanas de educación liberal.
- Las preguntas sobre Dios forman parte de la educación liberal y no solo para los creyentes, pues la religión ha configurado la cultura tan íntima y profundamente que sin acercarse a esa dimensión de lo humano la formación sería incompleta.
- La educación ética y del carácter forma parte de la educación liberal: no se trata solo de adquirir conocimientos teóricos sino de aprender a ser justos en la práctica. Es posible conjugar el respeto a la libertad religiosa e ideológica de los alumnos con el objetivo de ayudarles a madurar éticamente.
Creo que el libro de Torralba puede proporcionar ideas sugerentes no solo para los profesores universitarios, sino también para los de las enseñanzas preuniversitarias.
Benigno Blanco