Sábado, 23 de noviembre de 2024

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Carta de un cura (21): Mi propia confesión

Carta de un cura (21): Mi propia confesión

por Un alma para el mundo

Carta de un cura (21): La confesión del sacerdote
                En más de una ocasión, en este epistolario que estamos comentando, se habla de la confesión. Este sacerdote venía ya al Seminario con la costumbre de confesarse frecuentemente con su párroco. Le hacía mucho bien, e influyó decisivamente esta costumbre en el desarrollo de su vocación sacerdotal. Procuraba estar en Gracia de Dios, y convencido de que solemos pecar con frecuencia, y que el Señor dio el poder de personar a los sacerdotes, iba convencido al encuentro de la misericordia divina.
                Ya en el Seminario siguió con esta costumbre, por otro lado recomendada por los formadores. Solían haber confesores fijos para toda la comunidad, que nunca eran los formadores, sino sacerdotes párrocos, designados por el Obispo para este ministerio. El autor de la carta, aconsejado por compañeros mayores, escogió a uno de los párrocos de la ciudad que solía venir cada semana. El lo esperaba con ansia de abrirle el alma y comentarle lo bueno y lo malo de la semana. En realidad ya era su director espiritual. Y él lo fue recomendando a otros. El resto de compañeros también solían confesar con frecuencia con otros confesores. Nuestro amigo terminó por asumir la importancia decisiva que tenía para él la confesión. Según dice, luego, ya en la vida pastoral una vez ordenado, trataría de que el confesionario de su parroquia fuera el lugar más visitado después del Sagrario. Hace mucho bien el sacerdote que tiene la costumbre de estar de forma asidua en el confesionario a disposición de cualquiera que llegue pidiendo perdón.
                Hay que reconocer que la frecuencia de la confesión ha experimentado un alarmante bajón. Han influido en ello muchas cosas, entre ellas la pérdida del sentido del pecado, la laxitud moral que se ha impuesto en muchos sectores de la Iglesia, otras veces la poca disposición que se da en algunos sacerdotes para facilitar la administración de este Sacramento tan decisivo. En otra carta ya  hablábamos del don concedido por el Señor al sacerdote para perdonar a los demás. Hoy nos detenemos en la gracia que Dios nos hace de ser nosotros perdonados por otro sacerdote.
El Papa Francisco insiste machaconamente en la necesidad de acercarnos al Sacramento de la misericordia divina.
                Pese a que él  ha dicho en alguna ocasión que acude a confesarse cada quince días, su imagen de rodillas frente a un confesionario  en la basílica de San Pedro sorprendió a todos.

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"En la Iglesia católica no existe unos sacramentos para los cristianos seglares (las personas que no son sacerdotes) y otros distintos para los sacerdotes. Todos tenemos los mismos sacramentos que nos ayudan a acercarnos y permanecer en Dios".  Esto quiere decir que todos los sacerdotes, sean obispos o incluso papas, se confiesan siempre con otro sacerdote.
                No existe ninguna norma dentro de la Iglesia que indique que la confesión deba hacerse con un superior. Cada sacerdote, obispo o incluso el Papa pueden elegir cualquier sacerdote raso para ser su confesor.
                Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI solían bajar a confesar a la basílica de San Pedro un día de la Semana Santa, pero no se recuerda en tiempos recientes ver a un Papa que se confiesa delante de los demás fieles.
                El Papa Francisco, que recuerda continuamente la misericordia de Dios, ha confesado fieles en la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro y dedica siempre media hora a esta actividad en las visitas a las parroquias que realiza algunos domingos. En varias ocasiones, el Santo Padre ha dicho que suele confesarse cada quince días, pero nunca ha comentado cuándo lo hace o quien es su confesor.
 
                Al término de su homilía en la basílica de San Pedro sobre la parábola del hijo pródigo y la importancia de la confesión, el Papa Francisco pasó inesperadamente a dar ejemplo. Cuando el maestro de ceremonias le llevó hasta el lugar donde debería ponerse a escuchar las confesiones de los fieles, el Santo Padre le dijo «Espera» y se fue a confesarse él mismo en un confesonario cercano.
                El Papa se arrodilló delante de un confesor desconocido y realizó su confesión durante tres o cuatro minutos, hasta recibir la absolución. Acto seguido se fue con la misma naturalidad al confesonario asignado para él donde comenzó escuchar la confesión de una mujer que prefirió la rejilla lateral. A continuación seguirían otros fieles utilizando la rejilla lateral o bien arrodillándose enfrente, según las propias preferencias.
               
                El ejemplo cundió enseguida. El cardenal Ángelo Comastri fue enseguida a confesarse también, lo mismo que otros cardenales, obispos y sacerdotes que participaban en la ceremonia penitencial.

El Papa confesó y charló con los fieles

                El programa consistió en la lectura de algunos pasajes del Evangelio y una homilía del Papa, seguida por confesiones individuales. Como los confesionarios no iban a ser suficientes, muchos sacerdotes se instalaron con dos sillas en los ángulos de las columnas, donde inmediatamente se formaban colas puesto que el acto consistía precisamente en acudir al sacramento de la reconciliación.
                Desde lejos se veía que el Papa no se limitaba solo a escuchar sino que hacía comentarios y preguntas, manteniendo un diálogo en buena parte de los casos, sobre todo hacia el final del encuentro con cada uno de los fieles antes de darles la absolución.
                Al cabo de media hora, el maestro de ceremonias intentó sacarle del confesonario, pero la cola de penitentes era larga, y el Papa continuó casi otros diez minutos. Al final de la ceremonia comentó que «hemos podido sentir en este sacramento la bondad de Dios por nosotros. Que el Espíritu Santo nos llene de paz, y que sepamos dar siempre razón de nuestra esperanza».
                Así debe ser. El sacerdote el primero que pide perdón y recibe la absolución por parte de otro confesor. Y después disponerse a recibir a tantos hijos pródigos que vienen pidiendo ayuda. Lo contrario no es católico.
 
Juan García Inza

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