Cartas de un cura (15): En la Iglesia

                Observo en los escritos de este sacerdote el amor que tenía a la Iglesia, hasta el punto de estar dispuesto a dar la vida por ella. Leo este párrafo lleno de unción: “Dios me ha llamado al sacerdocio, y la Iglesia me ha admitido como Madre. Primero en los años de formación, que con paciencia me fue inculcando las verdades de la fe con el estudio de la Sagrada Escritura y la Teología. Después confiriéndome las distintas Ordenes previas al presbiterado. Cuando llegó el momento mi Obispo me llamó en nombre de Cristo para ser sacerdote y me impuso las manos para ordenarme. Fueron momentos de un gozo inconmensurable. Yo sacerdote. ¿Quién lo iba a decir? Yo poder celebrar la santa Misa, yo poder absolver los pecados, predicar la palabra de Dios y administrar los otros sacramentos. Es realmente una gracia de Dios ser sacerdote de la Iglesia Católica, mi Madre que me cuida como hijo y me va llevando de la mano por el camino de Cristo”.

            Y tras este jugoso párrafo escrito con amor, me fui al Directorio para el Ministerio y la Vida de los Presbíteros, y allí encuentro este párrafo en sintonía con los que acabamos de leer en esta carta:

“En” la Iglesia y “ante” la Iglesia

13. Cristo, origen permanente y siempre nuevo de la salvación, es el misterio principal del que deriva el misterio de la Iglesia, su Cuerpo y su Esposa, llamada por el Esposo a ser signo e instrumento de redención. Cristo sigue dando vida a su Iglesia por medio de la obra confiada a los Apóstoles y a sus Sucesores. En ella el ministerio de los presbíteros encuentra su locus natural y lleva a cabo su misión.

A través del misterio de Cristo, el sacerdote, ejercitando su múltiple ministerio, está insertado también en el misterio de la Iglesia, la cual «toma conciencia, en la fe, de que no proviene de sí misma, sino por la gracia de Cristo en el Espíritu Santo». De tal manera, el sacerdote, a la vez que está en la Iglesia, se encuentra también ante ella.

La expresión eminente de esta colocación del sacerdote en la Iglesia y ante la Iglesia, es la celebración de la Eucaristía donde «el sacerdote invita al pueblo a levantar el corazón hacia el Señor en la oración y la acción de gracias, y lo une a sí en la solemne oración, que él, en nombre de toda la comunidad, dirige a Dios Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo».

            No lo podemos olvidar nunca: Soy sacerdote de Jesucristo en la Iglesia. Y en ella ejercemos el ministerio, y  con ella Consagramos, y en ella absolvemos los pecados, y predicamos la doctrina cristiana, y bautizamos, y asistimos a los enfermos, nuestros hermanos dolientes, y a los ancianos que merecen nuestro cariño más cálido. Los sacerdotes somos Iglesia, y a través nuestro el mundo mira lo que hay dentro, como en un escaparate. De ahí nuestra gran responsabilidad. Es verdad que somos débiles y a veces tropezamos, pero los fieles  disculpan y nos ayudan si ven en nosotros el amor que ellos buscan y necesitan.

            La Iglesia es Madre y Maestra, y nos ofrece cada día el alimento que necesitamos para el alma y para la mente. Debemos estar agradecidos y pensar como Iglesia, y dejarla siempre en buen lugar. Que podamos decir al final del camino con Santa Teresa: “Gracias a Dios muero como hijo de la Iglesia”.

Juan García Inza

Juan.garciainza@gmail.com