Cartas de un cura(14): El Buen Pastor
Cartas de un cura(14): El Buen Pastor
Este domingo es el llamado desde siempre el Domingo del Buen Pastor, porque siempre en el Evangelio el Señor nos habla de El como Pastor de este rebaño de ovejas que somos todos los cristianos. Y los sacerdotes estamos llamados a ser buenos pastores. He buscado entre las cartas de un cura la que nos habla, precisamente, de su preocupación por ser un buen pastor.
“Siempre me ha movido el deseo de ser un día un buen pastor del rebaño que se me encomendase. Durante el tiempo del Seminario es rezado frecuentemente por esta intención. Creo que todos mis compañeros debían tener la misma intención. En nuestras conversaciones hablábamos con frecuencia de esa ilusión de estar al frente de un grupo de almas que quieren seguir a Jesús, y buscar a las ovejas descarriadas. No es nada fácil esta tarea porque no siempre las ovejas, las almas, están dispuestas a seguir la voz que les llama a seguir el camino recto. Pero esa es la lucha, la preocupación de cada sacerdote. Yo he visto de todo, pero generalmente los sacerdotes que he conocido han sido celosos de su misión”.
Sobre el tema que plantea el fragmento de esta carta, he encontrado unos textos de San Agustín que no tienen desperdicio. Recomiendo su meditación, tanto a pastores como a fieles.
Escrito por San Agustín de Hipona
Me fue dirigida la palabra del Señor diciendo: Hijo de hombre, profetiza sobre los pastores de Israel y di a los pastores de Israel (Ez 34,1). Acabamos de escuchar este texto de boca del lector. Me he propuesto decir algo a vuestra santidad sobre él. El Señor me ayudará a decir la verdad, si no hablo cosas sacadas de mi propia cosecha. Si hablara de lo mío, sería un pastor que se apacienta a sí mismo, y no a las ovejas. Si, por el contrario, lo que voy a decir es de él, es él quien os alimenta, hable quien hable. Esto dice el Señor Dios: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan sólo a sí mismos! ¿No son ovejas lo que apacientan los pastores? Es decir, los pastores no se apacientan a sí mismos, sino a las ovejas. Éste es el primer motivo por el que se censura a los pastores: se apacientan a sí mismos, no a las ovejas.
¿Quiénes son los que se apacientan a sí mismos? Aquellos de quienes dice el Apóstol: Todos buscan sus intereses, no los de Jesucristo (Flp 2,21). Nosotros, a quienes el Señor nos puso, porque así él lo quiso, no por nuestros méritos, en este puesto del que hemos de dar cuenta estrechísima, tenemos que distinguir dos cosas: que somos cristianos y que somos pastores vuestros. El ser cristianos es en beneficio nuestro; el ser pastores, en el vuestro. En el hecho de ser cristianos, la atención ha de recaer en nuestra propia utilidad; en el hecho de ser pastores, no hemos de pensar sino en la vuestra. Son muchos los que siendo cristianos, sin ser pastores, llegan hasta Dios, quizá caminando por un camino más fácil y de forma más rápida, en cuanto que llevan una carga menor. Nosotros, por el contrario, dejando de lado el hecho de ser cristianos, y, según ello hemos de dar cuenta a Dios de nuestra vida, somos también pastores, y según esto debemos dar cuenta a Dios de nuestro servicio.
Si os digo esto es para que, compadeciéndoos de nosotros, oréis por nosotros. Llegará el día en que todo sea sometido a juicio. Día que, aunque para el mundo esté lejano todavía, para cada hombre es el último de su vida. Dios quiso mantener oculto uno y otro: cuándo ha de llegar el fin del mundo y cuándo ha de ser el final de esta vida para cada uno de los hombres. ¿Quieres no temer ese día oculto? Cuídate de estar preparado para cuando llegue. Puesto que los pastores están puestos para cuidar de aquellos a cuyo frente están, en el hecho de presidir no deben buscar su propia utilidad, sino la de aquellos a quienes sirven; todo el que es pastor y se goza de serlo, busca su propio honor y mira solamente sus comodidades, se apacienta a sí mismo, no a las ovejas. A éstos se dirige la palabra del Señor. Escuchad vosotros como ovejas de Dios y considerad cómo Dios os constituyó en seguridad: cualesquiera que sean quienes os presidan, es decir, seamos nosotros quienes seamos, el que apacienta a Israel os dio seguridades. Pues, si Dios no abandona a sus ovejas, los malos pastores expiarán las penas merecidas y las ovejas recibirán las promesas.
No recogisteis la que estaba descarriada. Ved cómo nos encontramos en peligro en medio de los herejes. No recogisteis la que estaba descarriada; no buscasteis a la que se había perdido (Ez 34,4). A causa de ellos nos hallamos siempre en manos de ladrones y dientes de lobos enfurecidos; os rogamos que oréis por estos nuestros peligros. También hay ovejas contumaces. Cuando se las busca, estando descarriadas en su error y en su perdición, dicen que nada tienen que ver con nosotros. «¿Para qué nos queréis? ¿Para qué nos buscáis?». Como si la causa por la que nos preocuparnos de ellas y por la que las buscamos no fuera que se hallan en el error y se pierden. «Si me hallo, -dices- en el error, si estoy perdido, ¿para qué me quieres? ¿Por qué me buscas?». Porque estás en el error, quiero volver a llamarte; porque te has perdido, y quiero hallarte. «Así -me dice- quiero errar; de este modo quiero perderme». ¿Quieres errar así y así perderte? ¡Con cuánto mayor motivo quiero evitarlo yo! Me atrevo a decirlo, aunque sea importuno.
Escucho al apóstol que dice: Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo (2 Tim 4,2). ¿A quiénes a tiempo? ¿A quiénes a destiempo? A tiempo a los que quieren, a destiempo a los que no quieren. Es cierto que soy inoportuno, pero me atrevo a decir: « Tú quieres errar, tú quieres perderte; pero no quiero yo. En última instancia no quiere aquel que me atemoriza. Si yo lo quisiera, mira lo que me dice, mira cómo me increpa: No recondujisteis a la que estaba descarriada ni buscasteis a la que se había perdido. ¿Tengo que temerte a ti más que a él? Es preciso que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo (2 Cor 5,10). No te tengo miedo a ti. No puedes derribar el tribunal de Cristo y constituir el de Donato. Llamaré a la oveja descarriada, buscaré a la perdida. Quieras o no, lo haré. Y aunque al buscarla me desgarren las zarzas de los bosques, pasaré por todos los lugares, por angostos que sean; derribaré todas las vallas; en la medida en que me dé fuerzas el Señor que me atemoriza, recorreré todo. Llamaré a la descarriada, buscaré a la perdida. Si no quieres tener que soportarme, no te extravíes, no te pierdas.
Sermón 46, 2. 14
Solicito al lector laico que se acuerde especialmente de nosotros este día, y siempre, de los sacerdotes, que tenemos la tremenda responsabilidad de guiar las almas hacia Dios. De nuestra fidelidad van a depender muchas cosas en la Iglesia y en el mundo. Gracias.
Juan García Inza