Cartas de un cura (10):Alegría pascual
Cartas de un cura (10):Alegría pascual
Con el fin de seguir el orden litúrgico he escogido una de las cartas de nuestro sacerdote que nos hablan de la Pascua. Es interesante observar cómo, ya desde los comienzos de su formación, va captando el espíritu de La Liturgia. Nos ha hablado en escritos anteriores sobre la Pasión y Muerte de Jesucristo. Y vimos como intentó vivir cada momento. Hoy entra de lleno en la gran alegría de la Resurrección, en la Pascua del Señor. Veamos lo que nos dice:
Estoy muy contento. Acabamos de vivir intensamente la Pasión y Muerte del Señor. La primera vez que la vivía con esa intensidad y autenticidad. Pude poner en práctica lo que siempre nos ha recomendado la Iglesia, que no nos quedemos con una representación callejera que conmueve pero puede no comprometer a nada. Me he dado cuenta que en la Liturgia está presente realmente el mismo Cristo, no una imagen piadosa de Él. Y esta verdad tan consoladora llenó mi corazón de gozo y agradecimiento. Este año la Pascua ha sido eso, Pascua.
Es cierto, el pueblo fiel se conforma con poco y, generalmente, lo que busca son emociones y no realidades. Toda la representación de la Pasión está pensada como acto dramático para suscitar en el espectador una convulsión del corazón y una remoción de la conciencia. Pero puede quedarse, en el mejor de los casos, en una explosión sentimental de dolor que dure un instante. Y si es así, todo el fervor se acaba con el paso de la última imagen. Y no habiendo consciencia de que la muerte de Cristo fue causada por el pecado de los hombres, que necesitamos volver a vivir, la Resurrección La vuelta a la vida de Jesús puede pasar desapercibida, envuelta en la alegría como reacción psicológica, y acompañada de las costumbres tradicionales que alegran el cuerpo.
San Josemaría Escrivá de Balaguer nos dice en una de las homilías de “Es Cristo que Pasa”: La fe nos lleva a reconocer a Cristo como Dios, a verle como nuestro Salvador, a identificarnos con El, obrando como El obró. El Resucitado, después de sacar al apóstol Tomás de sus dudas, mostrándole sus llagas, exclama: bienaventurados aquellos que sin haberme visto creyeron. Aquí —comenta San Gregorio Magno— se habla de nosotros de un modo particular, porque nosotros poseemos espiritualmente a Aquel a quien corporalmente no hemos visto. Se habla de nosotros, pero a condición de que nuestras acciones sean conformes a nuestra fe. No cree verdaderamente sino quien, en su obrar, pone en práctica lo que cree. Por eso, a propósito de aquellos que de la fe no poseen más que palabras, dice San Pablo: profesan conocer a Dios, pero le niegan con las obras.
No es posible separar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor. El Verbo se hizo carne y vino a la tierra ut omnes homines salvi fiant, para salvar a todos los hombres. Con nuestras miserias y limitaciones personales, somos otros Cristos, el mismo Cristo, llamados también a servir a todos los hombres. (N. 106)…
Por eso, el trato de Jesús no es un trato que se quede en meras palabras o en actitudes superficiales. Jesús toma en serio al hombre, y quiere darle a conocer el sentido divino de su vida. Jesús sabe exigir, colocar a cada uno frente a sus deberes, sacar a quienes le escuchan de la comodidad y del conformismo, para llevarles a conocer al Dios tres veces santo. Conmueven a Jesús el hambre y el dolor, pero sobre todo le conmueve la ignorancia. Vio Jesús la muchedumbre que le aguardaba, y enterneciéronsele con tal vista las entrañas, porque andaban como ovejas sin pastor, y así se puso a instruirlos sobre muchas cosas. (n.109).
No somos ignorantes. Sabemos muy bien lo que Jesucristo es, hizo y quiere de nosotros. Y su Pascua, su Resurrección, nos llena de gozo. Este es el tiempo más bonito. Cristo está vivo, y esta Verdad es suficiente para darle a nuestra vida, como se la fue dando a nuestro protagonista, un tono auténticamente feliz.